La ONU está en crisis desde hace años y el mundo lo sabe. No en balde se habla con frecuencia de su inoperatividad para resolver problemas globales y de su impotencia frente a actitudes individuales de estados que desafían, en pos sólo del beneficio propio, el supuesto orden mundial que la organización debe fomentar y proteger.
De ello tienen tanta culpa la ONU como sus estados miembros, incluso los poderosos como Rusia, China y Estados Unidos, que la han burlado una y otra vez para emprender acciones unilaterales y poner en entredicho la capacidad y pertinencia del multilateralismo.
Sin embargo, amén de los grandes, otra arista que desacredita a la ONU es su falta de energía para denunciar y condenar a aquellos países que violan flagrantemente los principios democráticos y los derechos humanos que integran los documentos rectores de la organización.
Es el caso de Cuba y otros varios regímenes no democráticos, más celebrados que cuestionados muchas veces por la máxima entidad internacional bajo el argumento de logros sociales y acciones útiles que realizan para el logro de varios de los objetivos colectivos.
No es que Cuba, aún bajo una dictadura, no hay conseguido cosas y emprenda acciones que la comunidad internacional pueda estimar dignas de elogiar. Sin embargo, cuando la celebración de éstas rebasa la condena de violaciones y atropellos que a diario se suceden en la isla, el típico doble rasero de la diplomacia, desafortunado, pero real y para muchos necesario en la realpolitik, termina plegándose al cinismo matriz con el que el régimen cubano ha mantenido subyugado a su pueblo por más de 60 años.
En este sentido, y como muestra reciente de que el mundo ha perdido el rumbo, podrían ubicarse los recientes elogios intercambiados por el presidente designado del régimen cubano, Miguel Díaz-Canel, y la ONU, a través de la Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena.
“La ONU, siguiendo los principios que la originaron, debe promover, por el bien de las generaciones presentes y futuras, un orden internacional justo, democrático y equitativo, que responda al reclamo de paz, desarrollo sostenible y justicia de todos los pueblos del mundo”, escribió con extremo cinismo este domingo 25 de octubre el mandatario no electo de Cuba en su perfil de Twitter.
Cinismo porque insiste en hablar de democracia, justicia y desarrollo cuando el sistema que supuestamente preside no toma en cuenta ni cumple con ninguna de las tres cosas. Pero no es novedad ni algo que le provoque sonrojo. Tanto él como la clase política de la que forma parte están adaptados a ello y es posible que realmente lo crean, con base en logros pasados cuya continua invocación ya dan más fe de atraso que de avance, aunque no lo vean o no quieran verlo.
La “reflexión” dominguera de Díaz-Canel parte de las declaraciones que Bárcena diera en exclusiva al oficialista Cubadebate, a propósito de que Cuba cederá a Costa Rica este lunes la presidencia pro tempore de la Cepal, la cual ocupaba, de manera incomprensible para muchos, desde mayo de 2018.
Según Bárcena, “Cuba ha ejercido una gran presidencia, con liderazgo, compromiso y convicción”. Todo un elogio que el pupilo de Raúl Castro y José Ramón Machado Ventura no quiso pasar por alto para publicitarlo en sus redes sociales sin rubor alguno, aun cuando bajo su gobierno, en parte por la pandemia, pero mayormente por las incapacidades de siempre, Cuba se ha sumido en una crisis y una escasez aguda que sobrecogen la cotidianidad de los cubanos.
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Afortunadamente para la ONU, las declaraciones de Bárcena denotan sólo un sentido pragmático. El mundo y su principal organización pueden haber perdido el rumbo, pero no están de espaldas a la realidad, al menos no del todo.
En diplomacia y relaciones internacionales cada cosa va en su propia cesta, por lo que la secretaria ejecutiva de la Cepal, aunque Díaz-Canel no haya reparado en ello, se limitó a elogiar la presidencia de Cuba en función de “su experiencia diplomática y de cooperación Sur-Sur al servicio de toda la región”.
“Nos inspiró, nos deja un legado profundo de ideas, de concepto, con su gran claridad para fortalecer la unión de América Latina y el Caribe, más allá de las diferencias bilaterales”, agregó Bárcena, que incluso se prestó para hablar de las afectaciones del embargo estadounidense a Cuba, pero no afirmó que fuese este el único motivo por el cual la isla sólo aporta en materia diplomática y protocolar, quedando a deber siempre en materia económica y de desarrollo.
Ni ella estaba para decirlo ni Cubadebate o Díaz-Canel para contarlo, pero difícilmente Bárcena niegue que Cuba sea una dictadura y que las férreas políticas de su régimen impiden más el necesario crecimiento económico que el pretendido bloqueo.
No obstante, al no hacerlo, sirvió para el show “canelista” en Twitter, donde se pretendió que un intercambio de elogios descontextualizados pasase como una muestra de que la ONU está con Cuba y de que el país marcha bien, sin importar que ello significaría entonces, junto a los dislates y arbitrariedades de los grandes y poderosos, que el mundo y su pretendida entidad rectora han perdido el rumbo definitivamente.