En estos días de pandemia, las colas son la mayor fuente de información periodística que se pueda encontrar, donde se aquilata la estrechez y la premura de los cubanos.
El largo tiempo de espera posibilita la comunicación entre las personas de los problemas particulares y se comparten experiencias. El matrimonio Luisa-Felipe esperó cuatro horas bajo un pino en Santa Fe, tras el rumor de que iban a vender carne de puerco en el puesto del agro.
Luisa es contadora de Copextel, una empresa de comunicaciones que goza de privilegios sobre el resto de las dependencias del sector, mientras que Felipe es repartidor de prensa escrita en el municipio Playa.
El matrimonio se quejó de la difícil situación alimentaria que atravesaban, agravada por la demora en la entrega de “la jaba mensual”, un estímulo de Copextel a sus trabajadores que cumplen el plan asignado, siempre que no presenten indisciplinas ni ausencias al trabajo en los 24 días laborales.“A nosotros ya nos deben tres meses de “jaba”, así que cuando nos la entreguen nos vamos a poner las botas. Mientras tanto hay que salir a la calle a forrajear la comida, donde haya”, expresó Luisa, que observaba a los transeúntes y cuando alguno pasaba con alimentos le preguntaba donde los había encontrado.
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En el puesto del agro solo tenían mangos. Luisa compró dos, pues le resultaban caros para su presupuesto. Tampoco sabían a qué precio iban a vender la carne de puerco y constantemente sacaban cuentas, intentando guardar algo de dinero para viandas y vegetales, en caso que los hallaran.
Varias mujeres pasaron por la avenida a paso apresurado, tras el rumor de que en la tienda “La cebolla”, a un par de kilómetros de allí, iban a sacar arroz liberado. Luisa se fue con ellas. Felipe quedó sentado debajo del pino, esperando la llegada de la carne de puerco junto a varias personas más.
Nacido y criado en Santa Fe, conoce muchas historias del barrio. Le contó al grupo el origen de una edificación grande que se veía enfrente, en otros tiempos una lujosa mansión, ahora deteriorada por el tiempo y la indolencia de sus moradores.
“Esa casa pertenecía al general Querejeta, un alto mando del ejército de Batista, pero cuando los constructores la terminaron, a su esposa Matilde no le gustó porque estaba muy alejada del mar. Entonces construyeron otra en la orilla de la ensenada, donde vivieron hasta que triunfó la revolución, cuando se la quitaron para dársela a un comandante rebelde”.
“Mi mamá trabajaba para Aida Márquez, la hermana de Juan Manuel Márquez, que fue el segundo jefe en el desembarco del Granma y uno de los primeros en morir en la sierra. A Aida le decían “la poderosa”, porque era dueña de toda la electricidad de Santa Fe. Puso a mi madre de administradora. Le regaló un terreno donde construimos una casa para la familia. Santa Fe está igual que en aquellos tiempos cuando llegó Fidel a La Habana, en 1959. Aquí no se ha construido nada nuevo”.
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Felipe también relató que dentro de poco los periódicos nacionales comenzarán a salir en colores, pues Cuba había comprado tres plantas poligráficas nuevas a China, pero no había papel y por eso no comenzaban a funcionar.
“La Bohemia de antes del triunfo de la revolución tenía 80 páginas y la tirada era semanal. La de hoy apenas llega a 30 hojas y su impresión es mensual. Los números de abril y marzo no han salido todavía, no hay pulpa en la fábrica de Puentes Grandes. Por muy poco el Juventud Rebelde tiene que parar, como Trabajadores y Tribuna de La Habana. Si continúa esta situación, muchos repartidores de prensa nos quedaremos sin trabajo”.
En aquel momento llegó Luisa cojeando y malhumorada. Su viaje a la tienda “La cebolla” fue un gran chasco. Además de que la noticia de la venta de arroz liberado resultó falsa, se había torcido un pie.
“Allí hay una pelazón que parece que arrastraron un muerto. Lo único que tienen es harina de maíz y no la pueden vender porque el almacenero no vino a trabajar. No hay malanga en Santa Fe, ni siquiera plátanos. No sé qué diablos vamos a comer hoy”.
Para colmo llegó la noticia de que el auto donde traían la carne de puerco, que venía desde Alquízar, fue detenido en el punto de control y la policía les decomisó el producto. Luisa, Felipe y la docena de personas que esperaron durante cuatro horas en vano, soltaron al aire muchas quejas sazonadas con malas palabras y duras ofensas a las progenitoras de Díaz-Canel, Raúl Castro y el nuevo primer ministro, que muy pocos recordaron cómo se llamaba.
Un hombre que pasaba en bicicleta por la avenida anunció que en “El Conejito” iban a sacar helado, a 175 pesos el galón. Todos enfilaron rumbo al lugar, situado a varias cuadras en dirección oeste, mientras se apagaban en la distancia los lamentos de Luisa por su pie torcido, que se iba quedando rezagada.
“Adelántate tú, Felipe, corre si es necesario, a ver si alcanzamos helado y almorzamos con eso. Y ojalá no sea otra de las tantas noticias falsas que nos tienen de un lado para otro como hormigas locas, muertas de hambre”.