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Marchando vamos hacia un ideal

¿Qué hacer? Se dijo para sus adentros Raúl Castro, el general atrapado en un cuerpo de sirena o la sirena atrapada en el cuerpo de ejército de un general

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¿Qué hacer? Se dijo para sus adentros Raúl Castro.
Ilustración: Tejuca | ¿Qué hacer? Se dijo para sus adentros Raúl Castro.

Actualizado: May 3, 2023 11:29am

Cierro los ojos y me cuesta trabajo ver la Plaza Cívica, que luego el truhan de las barbas le cambió el nombre robándose la idea. Le puso el feísimo nombre de Plaza de la Revolución y allí iba a cometer sus torturas más intensas, grandes y rabiosas. Total, ya iba a matar el civismo, así que de cívica no quedaría en Cuba ni la plaza.

Aquel sitio se convirtió en una especie de escenario donde se estrenarían grandes y disparatadas obras. Y este primero de mayo, la plaza ha estado por primera vez vacía. Tan vacía que el Martí que tienen sentado allí desde el inicio de los tiempos está pensando en irse y que no lo sigan cogiendo para eso. Ha tenido que escuchar y ver tantas mentiras, oler tanto sudor y tantísima falsedad que ha perdido el pelo y la vergüenza. Y dice que no aguanta más sol en esa isla si no es el de la playa.

Ya quisiera ver yo a Carlitos Marx, ahíto de la cerveza que le pagó siempre su cúmbila Federico Engels, el que dijo que el trabajo hacía el hombre, marchando por esa plaza rodeado de una multitud que sí tenía mejores cosas que hacer, pero que el miedo y la compulsión hacía marchar, gritar, y saludar a la tribuna donde se sentaban, bajo sus delicadas pamelas, los que nunca habían trabajado ni lo harían nunca.

Allí se realizaba, año tras año, y en las fechas que la cúpula que se copulaba al pueblo decidía como “fechas patrióticas”, desfiles y celebraciones, y había que darse un baño de sol y marchar alzando ridículas banderitas, como hacían los soviéticos delante del Kremlin en la Plaza Roja de Moscú. Los cubanos no teníamos Kremlin, sino gremlins y parecían ser sagrados porque nos desangraban. El primero de mayo era la colorida procesión de aquel proletariado convocado por sindicatos vendidos a la patronal, esbirros que embarraban, y ay del obrero que faltara a la marcha o a quienes se les notara poco ánimo, porque eran candidatos al alánimo, o, mejor dicho, a que les rompieran la fuente.

De todos modos, nuestros desfiles jamás tuvieron semejanza a los que hacían los rusos. Ellos eran, de alguna manera remota, un poco eslavos. Y por acá también éramos eslavos, y cada día más sin pan y con CÉ. Y también con sed, que para eso comenzaron a situar, estratégicamente, pipas de cerveza en los alrededores, arriesgándose a que nadie llegara a la plaza en sí, bebiendo láguer en no. Los de Moscú no creían en lágrimas, pero por acá gusta mucho el melodrama y se llora incluso virilmente, porque, cuando un pueblo en el veril llora, la injusticia tiembla. La otra diferencia definitiva es que el obrero soviético tenía un casco histórico y más músculos, si nos guiamos por el inicio de las películas de Mosfilm: dos miembros erectos de la clase obrera alzando sendas mandarrias. Si un trabajador cubano osara levantar una de esas mandarrias se le partiría en dos el espinazo por la falta de fibra, y por la ausencia de todo.

En este primero de mayo del 2023 cerré los ojos y creí ver pasar la sombra de varios cubanos gordos. Luego los abrí y el ruido de los pasos se alejó, y recordé que gordos, lo que se llama gordos, se refugian en los edificios que bordean aquella extensión cementada, la única que carece de baches en todo el territorio nacional. Luego dejé los ojos abiertos y eché la mente a volar, revisando antes, no fuera a ser que se me colara un cubano en el tren de aterrizaje y comprendí que lo de los gordos en la plaza era una metáfora, que tenía mucho que ver con el absurdo de la fecha.

Nunca entendí por qué el primero de mayo era el Día de los trabajadores y no se trabajara. Aunque en el caso de esos dirigentes gruesos y poco diligentes, que honran la trama del libro “Rebelión en la granja”, era exacto, porque esos seres poco aseres jamás le han dado un palo al agua, y si se lo dieron, lo escondieron y se alejaron de la orilla. Yo sueño con el día en que ser dirigente en Cuba no sea una vocación, sino una mala evocación.

De manera que la cúpula reaccionó con benevolencia. No querían que el pueblo trabajador pescara un catarro (en realidad no quieren que el pueblo pesque nada), y suspendieron el viscoso desfile para que no quedara descolorido, dando razones de peso que no son el peso cubano: “Debido a la inestabilidad climatológica que ha provocado intensas lluvias en varios territorios” y que cae “en medio de una crisis de combustible que provoca numerosos apagones y enormes colas en las gasolineras”.

Deberían ser honestos y declarar que el horno no está para pastelitos, que el pueblo extraña los pastelitos, y que lo que menos desea ese gobierno inepto es otro estallido social, esta vez convocado y organizado por la misma dirección de eso que aún llaman revolución.

El estudioso amigo Jorge Fernández Era (o el amigo estudioso que Era Jorge Fernández) hizo una observación precisa sobre lo sucedido esta vez en Cuba cuando dijo: “el primero de mayo se suspendió el desfile, no se eliminó el día en sí y para sí”. De manera que el día de los trabajadores planeó –que no planificó– sobre la cabeza y la memoria de miles de millones de trabajadores de antes y de después, que no trabajan, ni trabajarán si las cosas siguen como están, con los relámpagos de luz que trae el futuro que anuncian las autoridades.

¿Qué hacer? Se dijo para sus adentros Raúl Castro, el general atrapado en un cuerpo de sirena o la sirena atrapada en el cuerpo de ejército de un general. ¿Qué hacemos si no hay gasolina y llueve, pero no es café en el campo? Y como había pasado a la clandestinidad, llamó a su muñecón, el mamerto de turno, y le dijo que cuidadito con molotes en la plaza, y cero pipas de cerveza, que eso inflama el patriotismo sindical. Y le sugirió que el desfile del primero de mayo pudiera hacerse sólo con policías, gente del Minint y miembros de las brigadas de respuesta rápida, que son rápidos porque están abrigados. Suelen ser los únicos que tienen gasolina (también en el cerebro). Pero se iba a notar que no eran obreros, aunque alzaran en sus tiernas manos las mandarrias del proletariado mundial, con las que aplastan al enemigo. Pero no, porque resaltarían por la uniformidad. Y tampoco iban a pedirles que se quitaran los uniformes.

Un policía sin uniforme se confundiría fácilmente con un inmigrante ilegal de Guantánamo. Y eso traería más problemas. Pudieran desfilar los oficinistas de las Oficodas o los que trabajan en la aduana, y marchar alzando en sus brazos todo lo que decomisan y roban. Pero tampoco.

Hasta se pensó que desfilaran Marino Murillo y el primer ministro Marrero, hombres gruesos que llenarían el espacio de la plaza, y se desechó la idea.

El final fue triste y previsible. La plaza desierta, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabaja Manuel. No asistió ni René, el espía que echa gasolina de madrugada. Le encargaron al Puesto a Dedo unas palabras de aliento y solamente se le ocurrió esto: “El gobernante añadió que siempre hay 'algo útil que hacer por Cuba' y llamó a no dejar pasar la celebración 'sin aportar algo al bienestar de la Patria'”.

Lo más útil que pudiera aportar al bienestar de Cuba es irse de allí. Y con él, el resto de los cuatreros disfrazados de proletarios.