Skip to main content

Carta de un cocodrilo a otro

Necesito que me patrocines para viajar a los Estados Unidos de América, porque aquí el fango llega al pecho

Image
Carta de un cocodrilo cubano a su abuelo en los Everglades.
Ilustración: Tejuca | Carta de un cocodrilo cubano a su abuelo en los Everglades.

Actualizado: April 28, 2023 4:03pm

Perdona, abuelo mío, si te digo que ganas de escribirte no he tenido.

Hoy supero el dolor de tu abandono, cuando preferiste chapotear en otro pantano, un hábitat enemigo en los Everglades, para pedirte con humildad, pero con mucho cariño, un favor del que depende la supervivencia de nuestra especie: necesito que me patrocines para viajar a los Estados Unidos de América, porque aquí el fango llega al pecho.

Sé que te defraudamos cuando decidiste traicionar, perdón, cuando impelido por la insoportable realidad, y la asfixia que te provocaba el totalitarismo, decidiste partir buscando un futuro mejor que el que decían que se iba a fabricar aquí. Por eso no te conocí. Fue en el tiempo en el que un loco se jugó el destino de un país intentando fabricar diez millones de toneladas de azúcar. He preguntado para qué y la explicación más obvia es que intentaba provocarle diabetes al enemigo.

No se hicieron los diez millones. Fue un sonoro fracaso. Y a partir de ahí la caña comenzó a adelgazar y a adelgazar, y ahora el azúcar se trae de otros países. Por eso, cuando mis hermanos y yo vinimos al mundo todos estaban amargados y en los pantanos casi no quedaba agua. Tampoco había carboneros en la ciénaga y a Nemesia, que soñó con unos zapaticos blancos, le habían sonado unos kikos plásticos que le provocaron un hongo terrible. A punto estuvieron de amputarle los dos pies.

Hoy conocemos tus sufrimientos. Desde 1959 tu vida fue un constante sobresalto, abue, con aquellos planes descabellados del orate que tomó el poder y quiso desecar la Ciénaga de Zapata. En la familia se dejó de hablar de ti y de ese tema, pero yo fui averiguando y juntando historias, y así me enteré que aquel desquiciado intentaba “desecarla para convertirla en una gigantesca reserva de arroz para la Isla, para lo que movilizó recursos humanos y materiales, incluidos expertos holandeses, franceses y soviéticos”. Yo no te imagino comiendo arroz, y yo tampoco me veo en eso. Por suerte te oliste el peligro. Antes te alimentabas medianamente bien: jutías, flamencos, carboneros. Una dieta balanceada.

A aquel tipo vestido de verde, barbudo y desquiciado, con un tabaco permanente en la boca (eran los únicos momentos donde no hablaba hasta marear) se le ocurrieron también otras ideotas como: las fábricas de jamones, las frutas regaladas, exportar carne de res, leche para todos, aceite de palmiche, café y cacao por millones, y una yerba mágica llamada moringa, que no se fuma. Cada vez que en un discurso mencionaba algo, ese algo se perdía y se extinguía dos días más tarde.

Debe ser terrible vivir sabiendo que en cualquier momento viene un idiota entusiasmado a desecarte tu hogar. Vives con los nervios alterados, como los cubanos que saben que un día les va a caer el techo o el balcón del edificio encima. Una lenta sentencia de muerte, como si te cortaran la cola, como si el general Guillermo García mencionara lo nutritiva que es la carne de cocodrilo y otro imbécil diga en televisión “La orden está dada”, que no sabes si la orden que dio es para que termines siendo botas y zapatos para la exportación.

Te pido perdón por no haber sido valiente y salirle al paso a todos los bichos malos que te dijeron desertor, gusano, mal agradecido y contrarrevolucionario. Yo no tenía conciencia de que en esta isla no sólo los cocodrilos estamos en vías de extinción. Todo el que vive aquí está en vías de extinción. No somos especies protegidas porque nadie te protege. Si te dan tafia le echan la culpa al bloqueo o al calentamiento global, y si logras salvarte, vas a arrastrar problemas siquiátricos toda la vida.

Mira lo que le pasó al primo Coquito, “un reptil macho de diez años, fue descubierto el 17 de diciembre dentro de su recinto por el personal del Centro de Descubrimiento de Reptiles del Instituto de Biología de la Conservación y Zoológico Nacional del Smithsonian (NZCBI) en Washington D. C.”.

Dicen que Coquito “se sintió atraído por un tomacorriente y atacó la infraestructura eléctrica en el hábitat”. No digo yo, abuelo, entre el hambre vieja y la falta de luz que vivió el primo en Cuba le llenaron el cerebelo de tuercas sueltas. O le dio roña que allí en Washington funcionara siempre la electricidad. O quiso suicidarse porque solamente quedamos “unos 3000 ejemplares repartidos entre la Ciénaga de Zapata y el pantano de Lanier en la Isla de la Juventud”.

Te confieso también que me importa un pito si ahora no me quieren hablar más el majá de Santa María, la jutía conga o las clarias, que han invadido pantanos y charcos y si no andas despierto te meriendan. Qué bichos más extraños. Y entre los raros también estamos rodeados por peces león, caracoles africanos, búfalos vietnamitas, monos verdes, segurosos y dirigentes del Partido. Se vigilan unos a otros y al nerviosismo contribuyen las manadas de policías que pasan constantemente y nadie sabe a qué rama de invertebrados pertenecen. O tal vez sean reptiles, u ofidios, y por eso escogieron ese oficio de ofidios.

Y ahora también se rumora que el enemigo nos ataca desde el fiero norte, que es como nombran el lugar donde tú vives. No sé si es una bola o es algo científico, pero han metido en el potaje algo llamado “la llamada de amor”. Es de locos. La explicación es más o menos esta: “el cocodrilo cubano, una especie en peligro crítico de extinción debido a la fogosidad de sus pares americanos, que llegan a las costas de Cuba, muchos desde Florida, atendiendo a la llamada del amor. La hibridación es una amenaza. La hibridación como un proceso de introgresión del cocodrilo americano en el genoma del cocodrilo cubano y la pérdida de la identidad de esta especie”.

Antes, a que te gustaran las cosas americanas le decían diversionismo ideológico, pero ahora, sea música, ropa o genoma es conocido como “hibridación” o “introgresión”. O sea, que ya los de la yuma no nos agreden, sino que nos introgresionan. Ya no saben cómo explicar que cada día quedemos menos. Y eso de que vengan caimanes viejos, yacarés o cocodrilos de allá arriba, nadando por agua salada para tener sexo aquí, es jineterismo desde hace muchísimo tiempo. Y los cubanos no se extinguen. La extinción viene por la falta de comida, de esperanzas y la baba que siguen metiendo los que dirigen esta ciénaga. Una balsa, un avión, un viaje cruzando la selva y mirando volcanes, y si esto continúa, aquí en diez años no quedarán ni cocodrilos ni cubanos.

Así que invítame a viajar, abuelo. Pídeme que vaya a tu lado, volando, nadando o incluso disecado por un taxidermista, pero no me dejes seguir viviendo aquí, que cada día tengo el pellejo más flojo y se me mueven los dientes patrás y palante. Y ni lágrimas de cocodrilo me salen. Patrocíname.

Organízame una reunificación familiar para continuar nuestra especie. Porque el nombrecito de Crocodylus rhombifer solamente me va a quedar en el cartelito de un museo.

Te quiero, abuelito, no imaginas cómo te extraño. Te extraño más que morder carne o pescado. Sálvame, por tu madre.