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Crear dos, tres, muchos Vietnam

Hoy, el país indochino exhibe un alto nivel de vida, una economía floreciente y la que parece bombardeada y acabada de salir de una guerra es la isla de Cuba.

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Crear dos, tres, muchos Vietnam.
Ilustración: Tejuca/ ADN Cuba | Crear dos, tres, muchos Vietnam.

Actualizado: Fri, 05/12/2023 - 10:49

El 29 de marzo de 1973, tras una guerra cruenta y sangrienta, Estados Unidos completó la retirada de los últimos 4300 soldados norteamericanos que combatieron en Vietnam. Hoy, el país indochino exhibe un alto nivel de vida, una economía floreciente y la que parece bombardeada y acabada de salir de una guerra es la isla de Cuba.

Pero en la isla eso no se menciona. ¿Cómo ha podido hacerlo el país asiático y los cubanos no? ¿Será porque ven menos la realidad real por culpa de los ojos rasgados? Sospecho que es por un problema de visión y de objetivos. Cada vez que mandan a Vietnam a uno de esos dirigentes fabricados en el horno del castrismo, nada más arribar, y antes de ir a comprar tenis y zapatos para su familia, anuncia el errado motivo de su viaje, como anuncia esta noticia: “El régimen cubano busca en Vietnam experiencias sobre la construcción del socialismo”. No se enteran de que los vietnamitas han logrado un desarrollo impresionante porque hicieron todo lo contrario. Y el socialismo quedó para jugar en un parque de diversiones los domingos.

Imagino que esos visitantes cubanos de las altas esferas, sucesores de Arnaldo Tamayo en eso de estar siempre en las nubes, vayan a cualquier ciudad o pueblo vietnamita mirando para los lados, no sea que los americanos vuelvan a bombardear, pensando que no se ha acabado la guerra. Están tan acostumbrados a mentir o a disfrazar la verdad que viven una realidad paralela. O piensen también que el esplendor que observan en Ciudad Ho Chi Minh, en Hanói o en Da Nang se debe a que ellos sí han terminado de construir el socialismo, y se ve así de lindo.

Tal vez lleguen a elaborar complicadas explicaciones de por qué los soviéticos no pudieron construirlo y estos pequeños asiáticos devoradores de cereales, sí. Posiblemente lo hayan logrado, según esa extraña tripa que llaman cerebelo los dirigentes cubanos, porque los tabariches consumían vodka, y eso debilita las células grises, y en cambio, estos diminutos habitantes de Indochina pasan media vida metidos en el agua hasta la cintura cultivando arroz, y esa combinación les ha otorgado una energía singular.

Será por eso que, después de haber escapado de aquellas largas sesiones de napalm que los cubanos combinábamos en carnavales con la libertad para Ángela Davis, los vietnamitas, en silencio y sin grandes titulares, calladitos y sin aspavientos, hayan alcanzado un desarrollo que hace que valga la pena vivir, aunque allí siga dirigiéndolo todo el partido comunista. Es posible que esa es la verdadera esencia de un partido comunista: vivir bien y seguir con la sartén por el mango. En Cuba no sería posible, porque ya no quedan mangos ni sartenes.

Y ahora serán ellos quienes van a ayudar a la isla de Cuba a que no les falte compañía a los frijoles: “El régimen vietnamita prometió continuar asegurando un suministro estable de arroz a La Habana, un mes después de anunciar una donación de 5000 toneladas y tres meses después que la prensa oficial cubana informara de otra baja producción de arroz para 2023 en la Isla”.

Cuba, en retribución ha prometido volver a reponer en la radio aquel programa titulado “Nguyen Sun”. Qué vergüenza, Dios mío, qué pena tan grande que los vietnamitas le brinden algo a los cubanos y que los cubanos no puedan retribuirles con algún producto típico de la isla, por ejemplo, azúcar.

Mas, no se puede. Hoy por hoy donde único se consigue azúcar en Cuba es en las canciones de Celia Cruz, y allí siguen sin permitir ponerlas en la radio. Lo único que alcanzará a ofrecer Cuba a Vietnam son malos consejos. O prestarles por un tiempo a ese ministro tan insoportablemente mentiroso y cotorrero que se llama Bruno Rodríguez Parrilla, para que lo sumerjan en agua de arroz a ver si mejora. Pero los indochinos prefieren dirigentes más exóticos y folklóricos: “El vietnamita Vuong Dinh Hue entregó la Orden Ho Chi Minh a Esteban Lazo, ratificado el pasado 19 de abril como presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) de Cuba y del Consejo de Estado”. Deben haberle mirado la barriga y decidieron premiarlo pensando que es el quien más arroz come en la isla.

Si los vietnamitas lograron salir adelante ¿por qué los cubanos no? Posiblemente sea porque ellos tienen el bloqueo más suave, más elástico, menos antiguo. O quizá porque son gente de palabra y pagan rigurosamente los préstamos internacionales. A lo mejor la guerra los disciplinó, porque se la sintieron. En cambio, en la isla han amenazado tantas veces con que los americanos van a atacar, a invadir, a asaltar el país que se ha bajado la guardia y nadie cree que eso suceda. Posiblemente haya cubanos desafectos que afirmen que los americanos no existen, y que uno pudiera ver a dos o tres si va a un Walmart por las tardes.

Lo más probable es que el espíritu combativo nacional se haya diluido. Que solamente quede en el lenguaje viciado de la prensa, y en los discursitos cada vez menos entendibles de los dirigentes de cualquier rama (en cualquier momento se caerán de esas ramas y el mameyazo será durísimo). El secreto no es sufrir, sino gozar. Sacrificarse obteniendo cosas de inmediato uno mismo, sin que lo estén observando, vigilando y controlando cientos de holgazanes del partido, el Minint, la policía, los del sindicato y la zona de los CDR. Uno siembra, recoge y come, sin que nadie pida que lo entregue para socorrer a los miembros del buró político que no han comido decentemente desde que terminó la guerra de Vietnam.

Lo más probable es que Cuba esté hundiendo su cuerpo de caimán en el pantano donde el gran líder jesuita Hipólito Alejandro, el Delirante, al que le salían mal todos los experimentos de química, física, biología, geografía y plastilina. Pero hay algo curioso. Una contradicción profunda que ha confundido al pueblo desde los tempranos años sesenta del siglo XX.

Mientras Fidel Castro quería desecar todas las ciénagas para sembrar caña, su amigo y cómplice argentino pedía cosas distintas. Al final no se cultivó caña, ni arroz, ni siquiera paella valenciana o moros y cristianos. Ernesto Guevara pidió desde muy temprano que había que crear dos, tres, muchos Vietnam. Pero el Delirante no quiso, a pesar de que cada niño, desde que le quitaron la placenta, grita cada mañana que quiere ser como el Che.

¿A quién creer? Si Cuba hubiera decidido crear dos o tres Vietnam ahora mismo existiría lo que ellos mismos llaman “desarrollo sostenible”, y habría por lo menos arroz, que luego se mezcla con bijol y sabe distinto y hasta alimenta más. Y si realmente ese hombre nuevo fuera verdaderamente como el Che, se apegaría al pedido guevariano y en Cuba se trabajaría por el desarrollo, echando en el olvido el falso heroísmo de pacotilla.

Pero se ha preferido no hacer siquiera un solo Vietnam, y seguir con el agua a la cintura, sin arroz y sin búfalos, y llorar culpando a los americanos de que el país sea más Kampucheo que nunca y todo el mundo le da de Laos. Y tal vez lo merece.