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El comandante feminoide

A partir de ahora, no lo puedo evitar, imagino a Fidel Castro llegando a aquel cuartel montado en una colorida carroza, con turbante de colores, meneando su cinturita

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Fidel Castro, el comandante feminoide.
Ilustración: Tejuca/ ADN Cuba | Fidel Castro, el comandante feminoide.

Actualizado: Tue, 04/25/2023 - 12:25

En Cuba hay una frase para describir a un gay que intenta ocultarlo. Por prejuicios o por miedo, muchos varones han intentado “tapar la letra” temiendo la exclusión social. Quienes han preferido amar a alguien de su mismo sexo pueden hacerlo hoy día sin fingir, a pesar de que todavía arrastramos pensamientos permeados por el machismo y la religión.

Por eso, enterarse de que el hombre que revolvió la historia de la isla en los últimos casi 70 años, el “macho-man”, el hombre fuerte, el duro troncú fue evaluado hace tiempo por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), que encontró en su comportamiento deseos “pasivos-feminoides”, mueve a risa, a una carcajada larga y saludable. Una risa burlona a todo lo que intentó ser, fingiendo, cuando en el fondo quería ser otra cosa. Ya habrá cubanos que después de cuatro tragos lancen su grito revelador: “Fidel, mariquita, el hambre no se me quita”.

Según reportes, “el examen psiquiátrico fue realizado por la CIA en diciembre de 1961 y arrojó cierta relación con deseos e identificaciones 'pasivo-feminoides' del líder cubano, calificado de neurótico, inestable y vulnerable a ciertos tipos de presión psicológica”.

Ahora los cubanos podemos explicarnos muchas cosas de nuestra historia protagonizadas por Fidel Castro o donde él participó. Como aquella asonada campanera, cuando todavía estudiaba en la Universidad de La Habana y armó un despetronque histórico y sonoro al aparecerse en la capital con la campana de La Demajagua que había hecho sonar Carlos Manuel de Céspedes para anunciar el inicio de su guerra contra España.

¿Por qué Fidel Castro llevó esa campana a la capital en lugar de dejarla allí, en las ruinas de La Demajagua, o en cualquier museo cercano? Nadie lo sabe a ciencia cierta. La explicación más sencilla es su ansia de protagonismo. O su sueño secreto de convertirse en una vaca y hacer sonar el cencerro para llamar la atención de cualquier toro cercano. Pero, de una campana a un cencerro va mucho, y ahí entra su desmesura en las cosas y su posterior fijación con Ubre Blanca, la vaca mártir, a quien exigía que se deslechara para abastecer a toda una nación con su regalo lácteo.

También se explica uno, o yo mismo, que tengo deformación profesional con nuestra historia y estoy viendo mambises, conspiraciones y visitantes extraterrestres en todas partes, por qué jamás llegó a tiempo al asalto al cuartel Moncada después de haberlo planificado, organizado, pensado y repensado, en medio de los carnavales de una de las ciudades cubanas que más conocía. No me trago su explicación de que se desorientó y se perdió. Hubiera usado el GPS. Y si no lo habían inventado aún, que se llenara de paciencia y esperara.

Así que este análisis de la mente de un psicópata como él, en ciernes en 1953, pero que iba a más cada día, despertando ganas de caerle a psicopatadas, y el hallazgo de sus deseos “pasivos-feminoides”, dan otras explicaciones de su ausencia en el combate. Tal vez se enteró en el camino de que iban a vender pintura de uñas en la calle Enramadas. O no quiso llegar al Moncada y entrar a la historia con las uñas hechas un desastre. O quizá, cuando sintió el murmullo del carnaval santiaguero, se despertó su anhelo inesperado de bailar en bikini sobre una carroza llena de brillos y bombillos.

A partir de ahora, no lo puedo evitar ni lo evitaré, lo imagino llegando a aquel cuartel montado en una colorida carroza, con un turbante de colores, meneando su cinturita entre serpentinas y disparos. También me da por imaginar el banquete que se dio en el yate Granma, estrujándose con 81 hombres, compartiendo palpitaciones y grajo, echándole la culpa del cepillo doble, por delante y por detrás, a las malditas olas del mar Caribe.

Luego, en la Sierra Maestra, refugiado en su comandancia, confundiéndose con el agreste paisaje, careciendo de maybelline, creyones de labios y tintes para el cabello, tuvo suficiente tiempo para esconder sus tendencias y comenzó a parecer el cowboy reciclado que después bajó al llano. El estudio hecho por estos psicólogos y psiquiatras de la CIA abunda en detalles como estos: “La agresividad de Castro derivaba de sus constantes intentos por alcanzar una posición especial que le había sido denegada. Al conseguir lo que deseaba, Castro necesitaba reafirmar continuamente que ocupaba posición especial por razones justificadas. Antes solía buscar aprobación en varias fuentes, pero al cabo se empeñó en obtenerla de las masas como fuente de poder y prestigio”.

Y aquí viene otro gran reproche que le hago. No me molesta que tuviera deseos “pasivos-feminoides”, sino que nunca se decidiera a hacerlos activos y abriera otra puerta a la felicidad, la suya y la nuestra. Me irrita su fingimiento, quererse ver, y que lo viéramos, como John Wayne, cuando llevaba bien adentro, escondidos tras una mampara a Ava Gardner o a Ave César, pero ave al fin, autóctona como el pitirre o el tomeguín del pinar.

Me revienta pensar en su egoísmo. Aquellas larguísimas horas en las que hablaba y hablaba ante un pueblo apelotonado como él en aquel viaje por mar, en el yate que traería nuestra desgracia, una multitud de súbditos fatigados y que él no fuera capaz de desatarse, soltar sus demonios y comenzar a bailar y a cantar como Rosita Fornés en aquel inmenso escenario, rodeado de bailarinas de Tropicana, llenando de luz y sabor la plaza entera para deleite del pueblo trabajador.

Dice en el artículo que nos da la noticia que “quizás lo más curioso del dictamen estriba en haber enfocado a Castro como persona más bien pasiva, que se defendía contra las angustias de la pasividad reaccionando con exageración de manera agresiva y sádica”. Tal vez por eso mandó a ñampiar a hombres cercanos a él, que le creaban una angustiosa cosquillita interior, y para evitar que triunfara su parte femenina prefería eliminarlos y que estuvieran solamente en su recuerdo: Camilo, Che Guevara, Ochoa…

De todos modos, como se cuidaba tanto, no lo veo bajando de la tribuna al reaccionar con exageración, besando en la boca, agresiva y sádicamente, a cada ciudadano que lo escuchaba.

Mi imaginación desprejuiciada y libre, la deformación cerebral que me ayuda a descubrir el ridículo de los seres humanos, me brinda nuevos ángulos para analizar al personaje. Es posible que esa barba hirsuta y descuidada que ostentó media vida fuera su cerca de alambres, su manera de evitar los deseos irresistibles de maquillarse, aunque fuese en privado. Mandar fue su manera de sentir las miraditas varoniles cargadas de orgullo, miedo y admiración. Tal vez al dormirse aparecía él mismo bajo las luces de su cerebro cantando un bolero triste como Toña la Negra, y eso lo relajaba.

Pero en el informe hay un párrafo que me llena de ira y de sorpresa: “Los loqueros de la CIA contemplaron la posibilidad de que Castro optara por la destrucción de sí mismo y del pueblo de Cuba a fin de preservar su estatus. Al año siguiente, esta parte del diagnóstico se confirmaría en medio de la Crisis de los Misiles”. Y que no se introdujera él mismo uno de aquellos misiles recios y bravíos y desapareciera feliz. Hubiera sido el perfecto supositorio para nuestra dicha.