Una de las realizadoras más importantes del panorama cinematográfico contemporáneo es, sin lugar a dudas, la española Iciar Bollaín. Poseedora de un personalísimo sello desde su ópera prima ¿Hola, estás sola? en los lejanos años noventa, pasando por su emblemática Te doy mis ojos, Premio Goya de la cinematografía española en el año 2003, hasta Flores de otro mundo, premio de la semana de la crítica del Festival de Cannes en 1999, hasta su bellísima historia El olivo, entre otros títulos, la avalan como una realizadora interesada en el discurso de género, el tratamiento de la violencia en todas sus manifestaciones, así como ser el universo femenino y la temática social el eje central de sus historias.
Sorprende enormemente que su última película sea la adaptación de la autobiografía del bailarín cubano Carlos Acosta, No Way Home. Y digo sorprende no solamente porque abandone la Bollaín sus historias de mujeres y su discurso de denuncia social, sino porque obviamente, después de ver la película, solo nos queda el atisbo del sello de una realizadora de gran oficio, en una historia con gran desbalance dramatúrgico, escrita por el reconocido guionista escocés Paul Laverty, uno de los guionistas más experimentados del cine contemporáneo, que ha escrito para la gran pantalla historias de gran valía estética, sobre todo para el realizador británico Ken Loach.
Yuli relata la vida de Carlos Acosta, leyenda de la danza y primer bailarín negro cubano en interpretar algunos de los papeles más famosos del ballet, originalmente escritos para blancos, en compañías como el Houston Ballet y el Royal Ballet de Londres, donde fue primer bailarín durante más de quince años. El filme abarca desde su dura infancia hasta su madurez, etapa protagonizada por él mismo.
Quizá uno de los desaciertos del filme a nivel de guión fue abarcar tantos períodos en la vida del bailarín, pues muchos de estos momentos nos quedan en la historia como meras pinceladas de una vida compleja, que no estuvo exenta de contradicciones, aunque en la trama del filme se intenta abordarlos todos, lo cual hace que se resientan por hacerlo de manera epidérmica, como pinceladas de una historia mayor que no se narró.
Yuli es la historia del bailarín, en el filme la danza funciona como leitmotiv del relato, ya que la autobiografía está siendo montada por el propio Carlos Acosta para su compañía Acosta Dance. Este ballet es el verdadero hilo conductor del relato que se fragmenta constantemente en pasado y presente para retornar una y otra vez al Carlos coreógrafo montando el ballet titulado Yuli.
La etapa de la niñez y sus conflictos con un padre violento que prácticamente le obligó a ser bailarín, adquieren en la trama demasiado protagonismo, en comparación con la del joven Carlos en Europa y el Carlos maduro, dueño ya de su propia compañía. La familia como núcleo central del relato es otro de los tópicos que en la trama se narran con un diseño maniqueista: madre sumisa, padre violento, así como el tema racial, aquí abordado fugazmente en los personajes de la abuela y tía materna, que aparecen en la película apenas en dos ocasiones, para decirnos que no toleran al niño negro y sí a su hermana Berta, a la que privilegian con viajes a la playa y otras naderías.
Todo en Yuli es fugaz, sin profundidad, ni en el tratamiento psicológico de los personajes y menos aún en la verdadera historia del bailarín y sus conflictos con la Escuela Cubana de Ballet, enunciados aquí en parlamentos como los que dice el joven Carlos a Chery (Ramona de Saá), su maestra y más que esto, su amiga, su guía, a raíz del contrato que le ofrecen en Londres: “Ella no me dejará ir, no me dará el permiso”. Y nos preguntamos: ¿Ella? Por qué se elude todo el tiempo mencionar un nombre que todos sabemos, o que intuimos, o que incluso algunos ni remotamente intuirán.
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En Yuli los personajes son o sumisos o rebeldes, o ejemplares, como es el caso de esta maestra de ballet de Carlos, y no dudamos que así fuera, solo que de ella conocemos apenas que luchó porque el niño negro saliera adelante en todo momento, aunque para ello tuviera que enfrentarse a “Ella”. Una de las subtramas más ricas en la película lo es la bellísima relación del niño Carlos y su hermana Berta, relación que en la trama se trunca de manera abrupta, en todo momento nos dan a entender el cariño mutuo y compenetración de ambos, pero cuando Berta enferma de esquizofrenia, apenas si aparece en la vida del bailarín ya establecido en Europa, incluso cuando regresa a Cuba producto de una lesión, apenas si la menciona, desaparece el personaje de Berta interpretado de manera impresionante por una joven y talentosa Andrea Doimeadiós.
Andrea dota a su personaje de un desasosiego y alienación producto de una etapa cruda como lo fue el llamado Período Especial en Cuba, apenas enunciado aquí por algún que otro apagón o los balseros, o algún comentario del padre y su insistencia de que su hijo no regrese a Cuba, que su lugar no está en casa, sino en donde pueda triunfar y salir adelante.
Protagonismo en demasía lo tienen sus raíces africanas, hijo de Ogún, guerrero en el panteón de los orichas africanos, y las historias de sus padres (los abuelos de Yuli) negros esclavos en una dotación de Pinar del Rio. Se insiste en relatar una y otra vez estas leyendas en la trama, como si fueran el eje central del relato, estas raíces afro son parte de la vida y del pasado vivencial del bailarín, pero no debieran ser el centro del relato en Yuli, que llega a saturarse de ellas en determinados momentos.
La violencia, explicita e implícita es uno de los elementos que tampoco se abordan aquí de manera contundente, siendo esta la que verdaderamente llegó a marcar no solamente la vida del niño Carlos sino de la familia completa. Pareciera que no queda claro en el guión si el padre era violento por naturaleza, o por el alcoholismo, o por determinadas razones que no quedan claras; contrasta esto con escenas donde van sus hijos a la cárcel a visitarlo y es entonces un padre amoroso y sumamente preocupado por su familia, y es que sencillamente no conocemos al personaje, sino su estereotipo, padre violento que tiene como lema: la letra con sangre entra.
Yuli, como película, pretendió narrar demasiado sin profundizar, no basta para hacernos creíble una historia mencionar los trozos de la historia, nos quedamos como el espectador que siente que a este rompecabezas le falta algo.
Logro inobjetable es la danza como verdadera protagonista. El elemento de lo coreográfico dota a Yuli de una belleza y plasticidad en la concepción de las imágenes que salvan el filme, y entonces sentimos el oficio del dueto Bollaín –Laverty, que muchos buenos relatos nos han regalado a lo largo de estos años.
El montaje de la vida del bailarín, que hacia el final del filme será el estreno que anuncia el Gran Teatro de la Habana, habría sido una línea argumental que, en mi opinión, queda trunca, porque a este montaje constantemente se le roba protagonismo en la historia para volver al pasado, al presente, al futuro. Nos parece más que fragmentado o experimental, caótica la estructura del filme, que no logra por sí sola enrumbar por un buen camino.
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El cine verbalista no es el cine de Iciar Bollaín, su discurso ha sido a lo largo de su filmografía más lírico, aunque por ello no deje de lado la denuncia social. El sello de la realizadora española apenas es reconocible aquí: se apela a esquemas que hasta pudiéramos afirmar nos recuerdan el consabido happy end, sobre todo cuando Acosta triunfa en Londres y allí está su madre y su padre, la maestra ejemplar que se ha jugado todo por salvar la carrera del talento que siempre vio en el niño negro, que nunca soñó ser bailarín.
Apelar a la elipsis para comprimir el tiempo es un recurso válido, solo que aquí se apela constantemente, eso nos hace sentir que a la historia le faltan pedazos importantes, que prefirieron, por razones extra artísticas, obviar.
Otro de los elementos que no está totalmente logrado son las actuaciones. El personaje de Carlos niño es uno de los aciertos del casting. El niño Edilson Manuel Olbera Nuñez logró con su personaje rebelde, callejero, una organicidad que no se logró en el Carlos joven interpretado por el bailarín Keyvin Martínez, de la compañía Acosta Dance, ni por el propio Carlos Acosta, que decidió interpretarse a sí mismo dirigiendo la actual compañía. Destacar, eso sí, a Laura de la Uz en la piel de Chery, la maestra de Carlos, quien con su sabida maestría sacó adelante un personaje que apenas es aquí telón de fondo, y simple apoyatura para reforzar al protagonista verdadero. No me pareció feliz la interpretación de Santiago Alfonso en la piel del padre de Yuli, por momentos parecía que recitaba sus parlamentos, no logró el equilibrio actoral deseado.
Yerlin Pérez en el papel de la madre sumisa, medio alcohólica y violentada, tampoco aportó matices contundentes a su personaje, que no fueran caritas de mujer humillada por el macho violento y marginal.
Yuli es una película que parece hecha para el mercado, para unos espectadores que no buscan más allá que el mero entretenimiento y, sobre todo, porque narrar la vida de uno de los bailarines más importantes de nuestro país, era razón suficiente para enamorar a la gran audiencia, solo que los que abarrotaron las salas donde se estrenó el filme el pasado diciembre en el 40 Festival de Cine de la Habana sentían más avidez por ver la película que por pensar la película.
Yuli fue el éxito de taquilla en el Festival habanero; el público respondió de manera casi unánime, pero los que conocemos el cine de esta realizadora española, no podíamos quedar satisfechos con una película tan comercial y con códigos manidos, que nada tienen que ver con el buen cine que la ha convertido en la gran realizadora que sin dudas es. Yuli es en esencia el esbozo de una película mayor que no se filmó. Una película que hasta nos recuerda por momentos un cuento de hadas, solo que este cuento de hadas fue doloroso, complejo, dejó huellas, cicatrices; lo dicen, no sus personajes, sino las coreografías, lo dicen los personajes bailarines que encarnan de manera magistral la vida que interpretan para la danza.
No obstante, recordamos el cine del gran Carlos Saura y sus adaptaciones a la gran pantalla de clásicos de la literatura española, Lorca específicamente; hay una gran distancia entre estas historias, donde la danza es protagonista, solo que a Saura no se le olvidó cuál era el objetivo central de sus relatos: la danza misma, aunque estuviera hablando de Bodas de sangre o de Yerma.
Yuli pudo ser una cinta experimental que no fue, porque aquí lo coreográfico no fue jamás protagonista, fue tan solo pretexto para contar la historia de vida del bailarín desde su niñez hasta la adultez, lástima que la danza no fuera al final la protagonista central del relato, porque, no lo duden, Yuli habría sido entonces otra historia y sobre todo, otro su resultado estético.