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Yo también me planto

De pronto sentí que íbamos a echar una mirada real a lo que nos ocultaron durante tanto tiempo, con cínicos esfuerzos.

Actualizado: Sat, 03/30/2024 - 15:24

El domingo pasado en la tarde, fui a ver, por fin, la película “Plantadas”.

Me invitó su director, mi amigo Lilo Vilaplanas. Debo reconocer que Lilo insistió mucho, y al final venció su perseverancia. Estuve esquivándolo porque el tema Cuba es, a diario, como tener mil agujas en el estómago y piedras ardiendo en la sangre. Y también porque en los últimos años no me encuentro cómodo asistiendo a ver cine u otros espectáculos en lugares públicos. Me aturde la gente. No me concentro bien y prefiero hacerlo en mi computadora, como vi su película anterior, que tocaba -creía yo- en mismo tema, “Plantados”. Hubiera sido un error enfrentarme solo a este puñetazo en el corazón.

Porque así mismo sucedió. Desde que se apagaron las luces y salieron las primeras excelentes actrices, encarnando sus personajes en aquella Habana todavía intacta tras el triunfo rebelde, y comenzaran los “revolucionarios entusiastas”, esos que vi en mi infancia, a vigilar a todo el que no mostrara fervor y alegría, o que entrecerrara los ojos ante una consigna, aunque solamente fuera porque tenía migrañas. De pronto sentí que íbamos a echar una mirada real a lo que nos ocultaron durante tanto tiempo, con cínicos esfuerzos. Y así fue.

No soy crítico de cine. Mi análisis de la calidad de una película en cuanto a fotografía, dirección de actores, guion, escenografía o vestuario, es dar rienda suelta a un impulso natural: levantarme y marcharme. O apagar el televisor o la computadora. Aquí no pude. La intensidad de las historias que se entremezclaban, el dolor que infringían a esas jóvenes mujeres, sumado al placer que sentían los verdugos que lo infringían, me iba acelerando los latidos del corazón.

Era la misma crueldad de las historias que me hacía mi tía, la comunista, la luchadora contra Batista, miembro de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de julio, capturada a plena luz del día en la calle L, entre 23 y 21, en El Vedado, por los hombres de Esteban Ventura. Era, como ya digo, un cuento que parecía repetirse y también un resumen de la bajeza humana. Idéntica falta de escrúpulos que no justificaba siquiera que los de después de 1959 defendían una “sociedad más justa”, porque no es cierto. La única sociedad “más justa” es la humanidad. Uno diría que estos revolucionarios, que combatían a quienes querían impedir el desarrollo de la revolución, serían portadores de una nueva sensibilidad, de una conciencia más fraternal hacia el ser humano, pero eran lo mismo. O resultaron peores. Ya el Che Guevara lo había anunciado con cinismo revolucionario ante el mundo: “Fusilamos y seguiremos fusilando”:

Lo dejó también en un libro, “El socialismo y el hombre en Cuba”, no sé si para justificar sus delirios mandando a fusilar “enemigos” en la fortaleza de La Cabaña, cuando se hartó de sangre: “La selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción”.

Es decir, el domingo yo estaba siendo testigo de aquellos premios y aquellos castigos que los hombres de Fidel Castro, que resultaron vencedores de una guerra civil que todavía no ha terminado, otorgaban al resto de los cubanos por atribución divina. Ver sufrir en prisión a muchachas valientes, a quienes otras querían quebrar su inteligencia y su orgullo, su voluntad y su ternura, parecería que en la película de Lilo Vilaplana era una recreación histórica.

Pudo serlo, si en las filas de adelante no hubieran estado, estremecidas de dolor y coraje, tres sobrevivientes de aquel crimen real: Vicky Paret, Elaine Hernández y Griselda Nogueras. Sentí, junto a ellas, todo lo que hubieran dado para no recordar nunca más todo lo que sufrieron en nombre de sus ideas, por pensar diferente, por querer una Cuba que no es esto en que la han convertido sus verdugos. Una Cuba a la que han soñado siempre regresar. Y entendí que, con el valor demostrado, el que les permitió sobrevivir, y el que mostraron el domingo como espectadoras de sus infiernos personales, nos estaban diciendo que esa verdad había que conocerla, que estábamos obligados, por honradez, a compartirla y denunciarla.

Porque esas historias de la prisión de aquellas jóvenes mujeres, no era pasado. O era, como escribiera una vez un poeta cubano: “Pasado que sigue transcurriendo”. Un dolor que no ha terminado. Una injusticia establecida y dada por natural, como parte del derecho de “una revolución” a defender sus logros. Y creo, pensé y estoy convencido de ello, que eso que vi en la pantalla eran casi los únicos logros de aquella revolución que nos había reunido ese domingo en el cine Tower de la calle 8, la misma que hoy tiene desperdigados por el mundo a tantos millones de compatriotas. La que condenó a sus hijos a morir en el mar. La que dividió a los nacidos en la isla en “buenos y malos”, en “los de aquí y los de allá”, “los de afuera y los de adentro”, en nombre de una ideología que ha demostrado no ser fe que alumbra, sino que provoca hambres y odios, envidias, rencores, madres que sufrieron y seguirán sufriendo.

Me estremecí en la penumbra de aquel cine viendo “Plantadas”, pensando que todo aquello había sucedido mientras íbamos a las escuelas, jugábamos en las calles, caminábamos por las ciudades, trabajábamos en el campo y nos hablaban de un futuro lleno de luz y amor, y lo desconocíamos. Y que las madres y tías de nuestros amigos eran las mismas que golpeaban a las prisioneras, las vigilaban y castigaban, y la sociedad las premiaba como combatientes ejemplares. Todo eso me llenó de rabia. El engaño, la mentira, saber que en muchos casos hicieron cómplices a nuestros padres, que nos educaban diciendo que ahora éramos más humanos y en realidad estábamos rodeados de bestias, como los de antes, o peores.

He recordado una frase de la doctora Hilda Molina: “Los cubanos no tuvimos quien nos avisara”. Es posible. Pero creo que “Plantadas” es ese aviso, porque no es una historia del pasado. Eso está ocurriendo en Cuba ahora mismo, mientras vamos a los mercados, trabajamos o viajamos. Sigue sucediendo cuando las madres no pueden más y salen a gritar a la calle. Cuando las valientes mujeres, hijas, madres y hermanas, ven a sus hijos sin comer, enfermos de calor y mosquitos, de una supuesta revolución que no resolverá nunca el sufrimiento de un pueblo, sino todo lo contrario, porque así piensan que lo pueden mantener más tiempo bajo la suciedad de sus botas.

Yo también me planté y seguiré plantado. Y te invito a verla.

ÚLTIMA FUNCIÓN. Película PLANTADAS, Domingo 31 de marzo a las 6:00 pm en el teatro TOWER.   RESERVAS