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A romper el coco

La Seguridad del Estado cubana, que durante estos 65 años ha tratado de limpiar su imagen y darse un barniz de heroicidad, es, ya no hay dudas, el coco de nuestra historia.

Actualizado: April 18, 2024 7:52am

La Seguridad del Estado cubana, que durante estos 65 años ha tratado de limpiar su imagen y darse un barniz de heroicidad, al punto que todavía hay gente que se emociona con un bodrio triunfalista como la serie “En silencio ha tenido que ser”, es, ya no hay dudas, el coco de nuestra historia.

Habrá que romper ese coco algún día. No sé qué tamaño tendrá mi júbilo cuando lea en la prensa o vea en la televisión del mundo que "como resultado de rigurosas investigaciones" se habían determinado “graves errores" en el Ministerio del Interior, la Seguridad del Estado y la policía, y se le harán "graves imputaciones". O amputaciones.

La gloria ciega, sobre todo cuando tienes inmensas ganas de gloria y, desde el alto mando, para conservar su trabajo, te dicen que tu misión es gloriosa y merece la gloria. Al final, Gloria ni los mira, y aumenta el complejo de tener gloria porque son soldados en una interminable batalla contra el enemigo. Imagino que habrá días en que ya no se sabe quién es el enemigo, pero uno imagina qué le haría al enemigo si conociera quién es el enemigo. No sé si me explico, pero este ministerio canino llega a mirar a todo el mundo con hostilidad, porque el enemigo es poderoso, está en todas partes y puede corromper a cualquiera, menos a los que quieren derrotar al enemigo para mantener la gloria. Es difícil de explicar.

Recientemente, en el acto por el aniversario 65 de los Órganos de la Seguridad del Estado, el Puesto a Dedo Díaz-Canel, puliendo las botas que le rodeaban, dijo: "La solidez de nuestra Revolución debe mucho a los Órganos de la Seguridad del Estado, que la defienden y protegen junto a un pueblo heroico del que son parte inseparable”. Son tan inseparables que cada ciudadano del pueblo lleva encima al agente que lo atiende. Uno no sabe si es que tiene miedo o que se lo orientaron. Tenía a Ramiro muy cerca.

Ese departamento, o lo que sea (es cualquier cosa menos una ONG) anda desde su inicio, abriendo los ojos y metiendo miedo, creyéndose que son los más valientes del mundo, con caminar y ademanes de héroes. Y los demás dicen que lo son, y los comparan con nuestros próceres, que tenían distintos procederes. No se sabe de ningún soldado español torturado por mambises y acusado de pertenecer a la CIA.

Sospecho que, entre la misma nomenclatura, civiles todos, no  valorados por esos guerreros medievales del DSE o G-2, haya su tembleque y sus inseguridades. Y que Raúl Castro interrogue a Díaz-Canel, y Díaz-Canel interrogue a Marrero, Marrero a Guillermo García (¿Dónde están los avestruces? viejo, habla), Guillermo interrogue a la Machi, que interroga a Ramiro, que interroga a Machado Ventura. Y el que resulte sospechoso después de la primera ronda, será interrogado por Humbretico López. En el círculo de espera aguardan, para rematar, Yusuam Palacios y Susely Morfa, que ella misma se pagó el pasaje.

La Seguridad del Estado es un cuerpo dentro de otro cuerpo, y si no fuera por los excesos y la cantidad de sicópatas que lo componen (que cobran por ser sicópatas y hasta los estimulan para serlo) sería un buen cuerpo, un cuerpo admirado, un cuerpo agradable de ver, pero no de tocar. En realidad, no es uno de esos cuerpos que sirven para alegrarte la vista y soñar con él.

Sus miembros tratan de no mirarse en los espejos porque les da por interrogarse ellos mismos. Y espiarse, y multarse, y apresarse. O hacer un informe donde no se personalizan, sino que se refieren a ellos mismos como “el sujeto” o “el susodicho”. Será por eso que el teniente Pepe se cambia el nombre y en el trabajo se llama agente Adrián. Solamente hace de Pepe en la casa.

Todos actúan igual. Agente Luis, agente Iván, capitán Mijaíl. El mando tuvo que enviar una circular para que nadie usara más el nombre de Amaury. Además de evocar al cantante feo que desafina queriendo hacerse venir al presidente de México, había demasiados Amaurys. Y Davises. Y Reinieres. No se sabía a quién le tocaba infiltrarse entre los periodistas independientes o quién iba a golpear al que protestó el 11 J.

Aprendieron mucho de sus maestros y asesores: los alemanes de la Stasi, herederos de la Gestapo, y los soviéticos de la KGB, herederos de la Stasi, que era heredera de la Gestapo. Exploraron todas las técnicas para doblegar a un hombre (enemigo) y quebrarlo. De humillarlo y desencuadernarlo ya estaban, afuera de Villa Marista, la Oficoda y Fidel Castro. Y los CDR y la CTC. 

Usaron sutiles métodos de interrogación y lograron que un ser humano sacara su codo derecho por el homóplato izquierdo sin dañar mucho a la niña de los ojos, a la que iban a interrogar aparte. Hacían viajar al prisionero por todos los climas: un paseo por la estepa siberiana con el aire a menos cero y una estancia cálida en la selva amazónica subiendo el termómetro. Y las confesiones que no lograban sacar ellos con su amabilidad, se la dejaban al cocodrilo sin dientes y al gorila bujarriche.

En 65 años se puede meter la pata muchas veces. Muchísimas. Y en ese departamento siniestro donde no se sabe quién pertenece a qué o qué es jefe de quién, hay de todo. Inteligencia, contra inteligencia, espías. Aunque, por regla general, todos son contra inteligencia, o al menos todos están contra ella. Y espían para que no exista.

Vigilan lo que dices, por dónde andas y con quién. No sé cómo tienen tiempo para saber por dónde y con quién andan ellos. Les falta, además, saber lo que piensas, aunque eso lo imaginan. Revisan lo que comes, dónde lo haces y cómo lo haces. Es un milagro que no hayan creado un laboratorio para analizar tus heces fecales. O a lo mejor sí lo tienen, porque vivir metidos en otras vidas es como chapotear en eso mismo.

Hace muchos años supe de un grupúsculo de desafectos, más bien contrarrevolucionarios, que fue penetrado. No sexualmente, pero casi, porque el lenguaje de este organismo anorgásmico es parecido. Un agente de la seguridad del estado logró infiltrarse. Los jefes no cabían en sí mismos de placer, pero un buen día empezaron a no caber. Alguien descubrió que todos los miembros de aquel peligroso movimiento eran agentes de la Seguridad del Estado. Al final no tuvieron valor para decírselo y continuaron informando, uno del otro, hasta que el mando decidió jubilarlos.

Hay que perderle para siempre el miedo. Si te quieren interrogar, pues los interrogas a ellos. Alguno confesará. Ya son demasiados años metiendo más miedo que el coco, y los cocos se rompen. Y si por fin la seguridad del estado no es un departamento, sino un órgano, hay que comenzar la donación de órganos. O que la justicia extirpe los órganos enfermos.

Ramón Fernández-Larrea