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Que en paz nos dejen crecer

Entonces fue que el gobierno sustituyó al Coco y al Hombre del Saco por el Criminal Bloqueo para justificar los faltantes

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Que en paz nos dejen crecer
Armando Tejuca | Que en paz nos dejen crecer

Actualizado: Wed, 06/14/2023 - 13:58

Pareciera que a los niños en Cuba la revolución nunca los ha dejado ejercer como niños. Nada más bajarse de la cuna los llevan a echarle flores a Camilo a la orilla del mar o en una batea llena de agua, y dos o tres días después, con una pañoleta apretada al cuello, los ponen a gritar que van a ser como el Che.

Es un milagro que la mayoría de los niños cubanos no hayan salido asmáticos, aunque sí se ha notado una creciente tendencia a imitar a Camilo acercándose al mar, y no precisamente para bañarse en la playa. Pero se hace difícil no entrar por el aro luego de que en tu más tierna infancia tengas que pasar los días, para que tus padres puedan trabajar, en círculos infantiles, que es como en la isla llaman a las guarderías, con nombres como “Obreritos de acero”, “Forjadores del Futuro”, “Futuros Guerrilleros”, “Pequeños Combatientes”, “Retoños Comunistas” o “Futuros Hombres de Acero”, que atrofia y desquicia al más fiero.

Y claro, no hay otra opción. Y los padres se dan con un canto en el pecho si admiten a sus vástagos en esas fábricas de revolucionarios, rodeados por fotos de Fidel, Raúl Castro y cuanto mártir aparezca. Ha sido también verdaderamente milagroso que no les pongan en el audio discursos del gran líder, himnos soviéticos, y que antes de los cinco años ya sepan atacar con una bayoneta, instalar una mina antitanque o montar y desmontar un fusil Kalashnikov, conocido como AK.

Imagino el rostro de los padres, ilusionados en aquellos primeros años después del accidente en el que una nación plural se convirtiera lentamente en otra dictadura, esta vez del proletariado, una especie que solamente se daba en Hungría, Polonia, Rumania, Bulgaria, la República Democrática Alemana y la URSS. Entonces esos progenitores esperaban que sus hijos regresaran de la escuela recitando El Quijote o poemas de José María Heredia y contándoles la interesante historia de Gengis Khan. Pero no. El Quijote era capitalista y Heredia le había cantado al Niágara, que estaba en un país enemigo.

Esos niños traían historias increíbles donde se mezclaba a Fidel con Cristóbal Colón, Antonio Maceo, el argentino Guevara y José Martí asaltando un cuartel, el Moncada de Santiago de Cuba, ayudados por los mambises al mando del generalísimo Máximo Gómez, el capitán San Luis y el Mayor Ignacio Agramonte, y con Jesús Menéndez derrotando a los invasores yankis en Playa Girón con la colaboración de Julio Antonio Mella. Algunos padres pensaron que toda aquella mezcla de historias y personas, batidas sin misericordia hasta resultar una bazofia, donde el Comediante en jefe (también llamado el Delirante Fidel Castro) encabezaba todo, cada párrafo, cada odisea y cada epopeya. Algunos padres lo llamaban, en secreto, Epopeye el marino. Que tenía el cerebro repleto de espinacas.

Pero nadie podía señalar que aquello fuera un error, so pena de ser marcados como no confiables, personas dudosas, apáticas o, en el peor de los casos, contrarrevolucionarios. Tachados, vigilados, marginados y excluidos de toda la vida nacional, con daño colateral para sus hijos, a quienes se les cerrarían todas las puertas. Y sobre esos mismos niños caería el ojo doble del gran hermano, y maestros y celadores reforzarían el llamado “trabajo ideológico” para “salvarlos” del enemigo, y lograrían que algunos crecieran comprobando que ser miserables y delatores no era malo, que funcionaba y abría todos los caminos. Como si hubieran estado en un círculo infantil o una escuela llamada, con mucho cariño, “Futuros Chivatientes”.

Todo por aquella frasecita martiana que le venía como anillo al dedo a pederastas y pervertidos: “Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo”. A partir de ahí pocos infantes pudieron salvarse de la obsesión del Delirante de criar a los niños en su doctrina, encerraditos y custodiados, y hasta por la televisión, a toda hora, lanzaba aquel vil mensaje, que no era martiano, pero se le parecía: “Crezcan los niños, no los accidentes”, como si no fuera un accidente que los niños pudieran crecer tomando leche solamente hasta los siete años y gritando consignas que les quitaban el aire.

Para más perversidad cerebral, a las pobres criaturas le cambiaron todo el diseño del tablero: los Reyes Magos no existían, así que el 6 de enero lo pasaron para el 4 de julio y normaron los juguetes clasificándolos en “Básicos, no básicos y dirigidos”, así que los niños comenzaron a despreciar a los padres por aquellos juguetes que no eran los que ellos habían soñado. Y allá en su Olimpo olímpico el Delirante reía a carcajadas, satisfecho por su venganza de niño amargado que odiaba a su padre gallego y a la madrecita que no quiso. Y era hasta explicable: ninguna criatura ha crecido feliz o en su sano juicio si en lugar de nombrarlo Alejandro lo bautizan como Hipólito.

Sin querer, y casi sin pensar, los niños iban creciendo a pesar de las carencias. Entonces fue que el gobierno sustituyó al Coco y al Hombre del Saco por el Criminal Bloqueo para justificar los faltantes. Cada vez que un chamaquito pedía un caramelo, padres y maestros negaban con la cabeza y señalaban con el dedo hacia el norte revuelto y brutal. Así y todo, los pequeños iban abandonando su infancia, con nostalgia por la leche de vaca, por las vacas mismas, y huyendo de los muñequitos rusos. Un día, algún equipo de siquiatras estudiará la incidencia que tuvo el payaso Ferdinando en que los niños cubanos se hicieran mayores tan rápido.

Crecían, pero en su interior muchos seguían siendo niños, y faltó poco para que a algunos les revisara el interior la policía o la Seguridad del Estado, pues albergaban, sin explicárselo muy bien, pensamientos extraños y rabias no perfiladas, tal vez porque antes de que les creciera la sombrita del bigote a los varones o que las hembritas se asustaran con la primera menstruación, el gobierno los zumbaba 45 días para cualquier campamento en el campo, a trabajar en la agricultura, lejos de la familia. Allí conocieron muchos de ellos lo que significaba pasar largos días sin bañarse, preparándose mentalmente para la ausencia de jabón de unos años después.

Y en ese plan macabro comenzaron a olvidar a sus padres, o a recordarlos solamente cuando se acercaba el día de visitas, como mismo funcionan los presos. Ya habían casi borrado de sus mentes y sus sentimientos a los abuelos, porque también les habían enseñado que el pasado era malo, malísimo, perverso y criminal, y todo lo que había sucedido en el pasado era terrible y se precisaba pasar página y nunca ponerlo como ejemplo. Sospecho que era un intento malévolo de Fidel Castro para que las nuevas generaciones olvidaran que él nunca llegó al asalto militar que había organizado en persona en la ciudad que más conocía en el mundo.

Entonces, ya hombres, muchos de aquellos infantes decidieron vengarse de los que iban llegando a su mundo y siguieron bautizando círculos infantiles y escuelas con aquellos nombres horribles: “Soldaditos de Fidel”, “Futuros espías” y “Huesitos Duros de Roer”, pero esa es otra historia.