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Ponme un parole jau y otro miau miau

Uno se aleja para siempre de su casa y, a lo mejor, puede dejar los muebles, la bicicleta, la cafetera que nos acompañó siempre en las mañanas e, incluso, a un abuelo.

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Armando Tejuca | Portada

Actualizado: Thu, 11/30/2023 - 12:06

Uno se aleja para siempre de su casa y, a lo mejor, puede dejar los muebles, la bicicleta, la cafetera que nos acompañó siempre en las mañanas e, incluso, a un abuelo.

Pero nadie se puede ir de su país, sabiendo que posiblemente nunca pueda regresar, abandonando a un perro, un gato o un canario. Dolería mucho. Dolería más que dejar un puerco en la bañadera o un pollo que creció de milagro porque no había nada que darle para que picara.

Por eso ahora, en Cuba, las mascotas también se van del país. Y no es que, con su instinto animal, sientan que pasa algo raro. Saben que todo lo que sucede es raro, extraño, inusual, absurdo. Que el país no es un país hace ya mucho tiempo. Un tiempo que es mayor que tres veces la vida de un perro. 

Los animales de las casas observan nerviosos lo que hacen los animales del gobierno y tratan de disimular, pero no están preparados para eso. Sienten el nerviosismo de las bestias represoras en las calles, rompiendo la noche con sus aullidos del lejano oriente y el ulular de las sirenas, que no son marinas, y aumentan su nerviosismo. Pero lo que más deprime a esas mascotas, perros, gatos, periquitos, peces, culebras, cangrejos y canarios, es el sufrimiento de sus dueños humanos, que no saben ya cómo alimentar a sus hijos, ni cómo llegarán ellos mismos al día siguiente sin sacrificar a uno de sus animales de compañía.

Muchos saben que se salvan de que los humanos se los merienden porque no hay agua para hervirlos, ni gas o electricidad para hacerlo. Que no hay condimentos para disimular el sabor casi familiar de mascota, ni aceite para que los sirvan fritos. Suspiran con alivio, aunque no por mucho tiempo. No quieren salir a evacuar sus necesidades por miedo a ser aplastados por un balcón, pero tampoco desean quedarse en casa para no morir apachurrados por una pared o por el piso de arriba. Entonces se les enciende el animal que llevan dentro y una voz lejana les dice, susurrante: De aquí hay que irse pal caraj...

Es el instinto de supervivencia, que es diferente al de los seres humanos que creen seguir siendo animales superiores, pero que son capaces de salir con hambre a la calle a gritar: ¡Pa´lo que sea, Fidel, pa´lo que sea!
El perro pastor alemán en Cuba, que dejó de ser pastor, porque no tenía a quién pastorear y que se vio obligado a ser alemán, pero democrático, observó cómo iba disminuyendo el condumio de los responsables del sitio en que vivía. El gato los vio igual y tragó en seco (porque también escaseaba el agua) y se preocupó por lo que se le venía encima.

Las mascotas, llamadas también grosso modo y de manera arbitraria “animales de compañía”, compartieron con sus dueños la penuria, y tal vez la sufrieron más. Los gatos abandonaron su feliz costumbre de salir de noche a rapiñar por los tejados y a ver qué gata levantaban en la nocturnidad, por miedo a ser devorados en aquella horrible etapa que comenzó el 1 de enero de 1959. Gatos, perros, periquitos, canarios y goldfish se vieron obligados a acompañar a los humanos en un largo ayuno involuntario, ayuno que no entendieron jamás,y menos cuando escuchaban explicar que no se comía porque Fidel solo ayuno.

Pasó el tiempo y los seres humanos comenzaron a huir en desbandada. Primero vendieron sus casas. Aquellos sitios donde nacieron y crecieron, y donde también hicieron sus vidas abuelos y padres. “Solo en 2022, según cifras oficiales de EEUU, más de 313.000 cubanos llegaron a ese país de forma irregular, por vía terrestre y marítima. Desde enero de 2023, cuando Washington aprobó el programa de otorgamiento de parole humanitario, por el que residentes en la Isla emigran legalmente a la nación del norte, unos 57.000 cubanos han sido aprobados”.

Atrás quedaron chihuahuas de México, pastores alemanes, gatos de Angora turcos, cotorritas, periquitos, canarios, jicoteas, majases de Santa María, chipojos, iguanas, pececitos de colores y otros animales caseros, sin contar los peluches. Y la gente notó algo muy curioso con respecto a los gatos, que son menos dependientes del ser humano: el gato azul ruso quería regresar a Rusia; el mau egipcio, a Egipto; el gato balinés estaba loco por regresar a Bali, porque en Cuba la cosa estaba de Bala; el gato japonés extrañaba Japón; el gato británico de pelo largo, que había sobrevivido a la policía y a Ana Lasalle, cantaba temas de The Beatles y no veía la hora de ver la niebla de Londres y usar champú de nuevo; el gato abisinio sabía lo que se abisinaba, pero el gato somalí no quería regresar a Somalia ni en fricasé.

No es fácil alejarse de eso que la gente picúa llama “nuestras raíces”, pero lo verdaderamente difícil es abandonar a su suerte a un noble animal de compañía (iba a decir “un noble bruto”, pero los nobles brutos, que no son tan nobles, militan en el partico comunista cubano y están en el poder). Desde cualquier país al que llegas piensas más en tu perro que en un primo. El recuerdo de tu gato o tu canario no te deja dormir. Por suerte, ahora, las mascotas pueden reunirse con sus antiguos dueños.

“Las autoridades cubanas han otorgado en lo que va de 2023 más de 2.000 autorizaciones de viaje para animales de compañía”. Ellos esperan, nerviosos, la autorización para marcharse. “El documento que autoriza a viajar a perros, gatos y otros animales de compañía, se denomina certificado zoosanitario de exportación de mascotas”. A veces es más fácil para una mascota poder viajar al extranjero, porque no los vigila el MININT, ni están regulados, y muy rara vez se descubre que tienen problemas ideológicos.

Hay quienes piensan hoy que en Cuba ya no quedan vacas ni cerdos porque se fueron del país a reunirse con sus dueños, pero no es así. Eso es parte de la crisis y de la miseria que el Delirante en jefe (Fidel solo hay uno o Fidel solo ayuno) y el resto de sus mascotas y mascotos han continuado ahondando. Por eso hoy hasta los ratones sueñan con fugarse, pero eso también tiene problemas. 

En uno de esos “reencuentros” hubo que revisar dos veces porque descubrieron que dos monos y cuatro perros no eran monos ni perros, sino vecinos del barrio que querían meter línea y fugarse. Hasta descubrieron que un cocodrilo era en realidad un perro disfrazado, pero el perro no era un perro, sino una cotorra harta del sistema fingiendo ser perro. 

Un pasajero fue detenido y llevado al hospital, casi a la fuerza, porque se empeñaba en llevarse adentro de su cuerpo una lombriz solitaria con la que llevaba conviviendo mucho tiempo. Se había encariñado con ella y la creía su mascota. En medio del aeropuerto dio un discurso donde decía cosas razonables, que, si la lombriz no lo abandonó cuando él comía la bazofia que había en Cuba, tenía todo el derecho del mundo a alimentarse de lo que él iba a comer en el primer mundo.