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Pollito Pito y la patita pekinesa

La yema tenía casi el mismo color de la clara. Tomasa pensó que allí se quedaba la clara, la entrañable transparencia, porque era la primera vez que veía la yema de un huevo de color blanco puro.

Actualizado: April 23, 2024 8:07pm

Tomasa lo pensó mucho para hacerlo. El cartón le había salido en 2 500 pesos, de manera que no era un juego romper un huevo que costaba 125. Prefería lanzar contra la pared el jarrón de la sala, que había comprado su abuela a muchísimo menos precio. Pero el jarrón no se freía.

Se dio cuenta de que debía decidirse rápido, porque el poquísimo aceite que había vertido en la sartén se iba a gastar y no estaban los tiempos para eso. Cascó la cáscara blanca contra el borde metálico y tuvo infinito cuidado de que el huevo cayera completo en la grasa hirviente. Entonces dio un alarido. El primero. No podía creer lo que veían sus ojos: la yema no era yema. Tenía casi el mismo color de la clara. Pensó que allí se quedaba la clara, la entrañable transparencia, porque era la primera vez que veía la yema de un huevo de color blanco puro.

Pálida y temblorosa, Tomasa barajó varias hipótesis, ninguna escuchada en el Noticiero Nacional de televisión.

La primera que pensó fue que las pocas gallinas que quedan en las granjas del estado tienen una profunda depresión. De ahí que no han querido dar a las yemas ese alegre color amarillo que las caracteriza. Pero luego Tomasa razonó que, cuando uno se deprime, lo ve todo negro, y echó a un lado esa idea.

La segunda, que ese color blanco era una señal de protesta por el criminal bloqueo. Pero el sol seguía siendo amarillo, entraban carros de lujo a Cuba y los pollos que se venden tienen el logo de una empresa norteamericana, así que tampoco era por eso.

La tercera era la de siempre, que en el color blanco o el sin color de las yemas, estaba la mano de la CIA, como si hubieran obligado a los pollos a comer tiza molida.

La cuarta explicación era menos científica, pero más sentimental, y tenía que ver con eso que alguna gente llama “la esencia de una nación”, que también pudiera ser el colorante del alma nacional, pues había escuchado esa mañana que “Cuba es la séptima nacionalidad con más residentes en Estados Unidos, de acuerdo con un informe sobre Política de Nacionalización de la nación norteña”. Cómo los huevos van a reflejar su amarilla alegría, si todo el mundo se está marchando hacia cualquier parte donde se pueda masticar algo, tener menos calor, que no haya mosquitos, ni idiotas dando discursos en radio o televisión, o no se parta uno un tobillo caminando por calles o aceras, o que la policía no te mire atravesado, y acuda veloz, si dos delincuentes te están tasajeando para quitarte el teléfono, sin que tú grites “abajo el comunismo”. En fin, que el alma nacional, como las yemas de los huevos, estaba cada día más pálida.

Ya para la quinta hipótesis Tomasa no tenía fuerzas ni ganas, y pensó que eso mismo podría pasarles a las gallinas, que estaban hartas de vivir sin esperanzas, sin un futuro a la vista, y que en la Cuba de hoy se hacía difícil hasta “comer de lo que pica el pollo”. Esa idea la asustó y prometió revisar sus próximas heces fecales. Y entonces se asustó más, porque no tenía idea de cuánto tiempo llevaba ya sin evacuar el intestino. ¿Evacuar qué? Le preguntó Iracema, la vecina chismosa, que fue quien le contó la explicación que había dado en la televisión el director de la Empresa Avícola de Sancti Spíritus, que parece ser el único lugar donde quedan pollos de granja o granjas de pollo. O la única provincia autorizada a poner huevos.

"Esta situación no tiene que ver con animales enfermos”-dijo Iracema que había dicho el dirigente de los pollos-, “comenzó a raíz de que cambiamos la alimentación de las aves el pasado primero de febrero. O sea, de un pienso a base de maíz que se les daba, cambiamos a un cereal a base de arroz”.

Pero lejos de tranquilizarla, esa explicación alertó más a Tomasa, porque lo único que estaban dando en la bodega era el arroz de meses pasados, y ante sus ojos vio a todo un pueblo agachado, cagando blanco, porque los seres humanos no pueden poner huevos, por lo menos, no todos.

Esa noche en su cerebro se desató un infierno, bastante parecido al que había afuera con el apagón y el zumbido de los mosquitos. Y la pobre Tomasa comenzó a recordar noticias leídas o escuchadas, con reflexiones bastante peligrosas. Se dio cuenta de que “el huevo en Cuba ha pasado de ser un alimento básico a ser casi un producto de lujo. La producción en la Isla disminuyó de cinco millones de posturas diarias en 2020 a apenas 2.2 millones en 2023, debido sobre todo a la escasez de gallinas ponedoras”.

Entonces era eso, los pollos también se estaban yendo del país, porque no había estímulos para seguir encerrados en un sitio de mala muerte, comiendo la bazofia que les daba el gobierno como si fuera una dádiva. Las gallinas se habían sentido de seguro postergadas, ninguneadas, tiradas a mondongo, porque el pollo que llegaba desde los Estados Unidos era más rosado y nutritivo, atractivo y atlético, y lo principal, las autoridades lo habían priorizado.

Siguiendo la misma lógica se dijo Tomasa que las cuatro vacas que quedaban en el país, seguramente esperando también el parole, estaban dando la poca leche que les salía, de un color verde esmeralda, porque solamente comían yerba casi seca. 

Tomasa escuchó la voz de un presentador de radio que leía: “Criar gallinas semi rústicas y codornices: la solución del Gobierno para la baja producción de huevos”, y en su cerebro fue apareciendo la imagen de cómo sería esa gallina semi rústica, vulgar, mal educada y pendenciera, muy parecida a su vecina Iracema. Y se vio intentando hacer una tortilla con huevos de codorniz, mientras las cáscaras de las diminutas posturas estaban a punto de sepultarla.

De ahí se puso a buscar alguna imagen de un huevo normal, el huevo de toda la vida, con su cáscara blanca o dorada, la clara transparente y la yema de la tonalidad de un sol, pero recordó que hacía unos meses habían pasado recogiendo revistas, libros y periódicos que tuvieran fotos de huevos, como para que nadie pudiera compararlos con los actuales, de yema asustada, con palidez de vampiro.

En el baño encontró un recorte de periódico que decía: “El Ministerio de la Agricultura apuesta ahora, dentro de un programa avícola que ha sido incapaz de producir carne de pollo, por extender la cría de patos pekineses como nueva alternativa alimentaria de la población".

Tomasa comenzó a aplaudir para sí misma a esa hora de la madrugada. Era una idea genial, por fin una idea brillante, consumir patos chinos. 

Era la única manera de que hubiera en la dieta algo amarillo.