Máximo Gorki
Gorki Águila lo tiene bien claro. Siempre lo ha sabido, y, además, lo ha dicho: “El comunismo es un fenómeno paranormal”.
Actualizado: May 8, 2024 9:49am
Gorki Águila lo tiene bien claro. Siempre lo ha sabido, y, además, lo ha dicho: “El comunismo es un fenómeno paranormal”. Algo así como un cultivo de bacterias que alguien pone junto a ti, en la mesita de noche, con la esperanza de que, al día siguiente, tu cuerpo sea un edificio o un barco de guerra.
Ahora Gorki ha sido víctima de otro engaño, o un autoengaño, que es cuando uno mismo se inventa espejismos. Por ejemplo: durante todo el año la Seguridad del Estado ha mantenido un cayuco en la puerta de tu casa. No tiene inteligencia, pero no hay que tener muchas células grises para actuar como piedra en el camino, que no deja salir a la calle al ciudadano problemático. Todos los días hay un roce entre el vigilante y el vigilado, incluso los dos se acostumbran. El vigilado no puede hacer otra cosa, y el vigilante le pone todas las noches una vela a San Lázaro, porque su trabajo es sentarse en un muro, o en la moto que le han dado, y no tiene que ir a la construcción ni a cortar caña.
Pero un buen día el vigilado asoma la cabeza y no ve a nadie. Da varias vueltas dentro de su casa y se demora mirando por todas las ventanas, porque no puede creer que ya el sanaco compañero agente no esté allí, perdiendo el tiempo, en lugar de estar construyendo el socialismo. Eso prueba que el buenazo de Pavlov tenía razón, aunque Pavlov probó con los perros y no tiene nada que ver con el vigilante que le pusieron a Gorki. Entonces este, el vigilado, se viste, respira, y sale lleno de alegría a la calle.
Pero ¡sorpresa!, cuando va a doblar la esquina, se los encuentra a todos ellos esperando, con varias patrullas, dos Katiushkas, seis camiones repletos de Avispas Negras y el vigilante del agro de la otra cuadra que vino a ayudar. Y en ese momento el vigilado se da cuenta de que allí nada cambiará. Y esa noche, en su casa, compone un tema un poco belicoso que incita a desmembrar sexualmente al delegado del Poder Popular.
Sucede que uno en ese país cree que tiene esperanzas de algo. Esperanzas de que pinten el Habana Libre, de que siembren rosas en el mar, o en los baches, de que el pan pueda ganarse con el sudor de su frente. Que se pueda respirar, pensar y decir lo que se piensa. Lo de respirar, va y se puede. Y lo de pensar pudiera funcionar mientras no te pongan la Mesa Redonda. Ya decir lo que piensas, aunque lo ocultes y lo hagas en quéchua, nada de nada, nananina, porque alguien va a decir que eso lo puede usar el enemigo. Pero no dice que él mismo es el enemigo.
Él y otros, que tienen buen corazón (y eso no tiene nada que ver con la medicina en Cuba) no entienden las huellas históricas y el poder que fue acumulando durante siglos el partido comunista. En una tribu taína de Baire funcionó uno de los primeros núcleos del partido en la recién descubierta isla. Incluso habían hecho un crecimiento antes de que llegara Colón.
La quema de Hatuey fue la primera prueba de envergadura a la que se enfrentaron. Había opiniones divididas. Unos querían salvar al cacique y otros no. Argumentaban que la lucha taína necesitaba un mártir, alguien que se sacrificara por la causa. Al final al pobre Hatuey lo hicieron chicharrón, pero esa era la carta oculta que se necesitaba para negociar en el futuro con los españoles. Por eso lo hicieron cerveza, para que refrescara y vigilara en los bares, que es donde más cáscaras se habla.
A partir de aquel acontecimiento quedó la insana costumbre de “incinerar” a los militantes que decidieran quitarse de encima. Algunos quedaban menos o más tostados, pero les desgraciaban el perfil y no volvía a ser un indio normal nunca más en la vida. De ese modo, los ñángaras extendieron su influencia y fueron ocupando, en silencio, puestos claves. Hay hasta árbitros de pelota que cantan strike o bola, quieto o out, cumpliendo orientaciones de sus núcleos. La constitución los ampara y funcionan como una mampara. Creen que su lucha es sagrada y que el partido es inmortal, y poco faltó para que fueran superados por Juana Bacallao.
Por cierto, antes de la trampa que le tendieron a Gorki Águila, sus relaciones con los agentes del minint, o del G-2, o de la contrainteligencia, contra insurgencia o de la seguridad del estado, que son el mismo producto con muchos nombres, fueron extrañamente sinceros con el creativo músico y diseñador, director del grupo Porno para Ricardo. Los agentes le dijeron frases como "se acabó la impunidad contigo" y "basta de hablar tanta cáscara de piña en las redes sobre los dirigentes de este país".
Como si alguien pudiera decir algo que no sean cáscaras de piña sobre los dirigentes de la isla. O de los militares, o de esos behiques que son los agentes, que en realidad mandan. Ahora también vigilan las redes sociales, porque parece que en los bares ya no recogían tantas cáscaras de piña. Y es que no revisan eso que antes se llamaba Twiter y hoy es X. Si leyeran lo que ponen Díaz-Canel y su media toronja (está cada vez más gorda), la Machi, entenderían que aquello es triple X, es decir XXX, no apto para menores ni para gente nerviosa.
Gorki se ilusionó mucho, a pesar de que había declarado, y lo ha sostenido con valentía y honestidad, que “las instituciones cubanas son el enemigo de la creatividad artística”, dígase UNEAC, Ministerio de cultura y hasta la ANAP. Eso le trajo amargas consecuencias. Durante un largo tiempo no podía pasar cerca de un aeropuerto. Ni por la terminal de ómnibus o por la lanchita de Regla. Estaba controlado, prohibido, engrampado, enredado, atrapado. Eso que los esbirros nombran con un eufemismo que hasta te hace sentir bien: “regulado”.
Y ahora pusieron su mejor gesto amable en el semblante. Uno pensaría que, sabiendo que Gorki no iba a ceder, y ellos tampoco, la mejor solución era alejarse, llorar y extrañarse. Así que "agentes de la Seguridad del Estado notificaron al activista hace meses que le permitirían sacar su pasaporte y viajar fuera de la Isla”. Pero era una jugada de engaño. Era como a Hatuey, trampa en el aire "para llevarlo a la cárcel bajo falso cargo de desacato a las autoridades del aeropuerto".
Yo no sé cómo se puede cometer desacato con las autoridades de un aeropuerto. Empezando por preguntar qué mentecato merece allí desacato. ¿El que pesa las maletas? ¿El piloto? ¿El que habla por el audio? ¿Las aeromozas? Pasaron tanto tiempo queriendo salir de Gorki, diciendo: “Gorki, eres lo máximo”, “Eres lo máximo, Gorki”. “Esto es el colmo de Gorki y ya no podemos con él”. Y cuando lo tienen en la mano y Gorki va a abordar, para volar a México, y chocar con los tacos y el picante, vienen los genízaros a quererlo detener, multar y regular de nuevo. Como a Hatuey.
Un día no muy lejano habría que encender una hoguera muy grande, y echar en ella, de uno en uno, de dos en dos, de cien en cien, a todos esos “combatientes” y a la gente del partido que los dirigen. Eso sí que sería lo máximo, Gorki.
Ramón Fernández-Larrea