El delirio fue escalando por décadas. Una mañana fría de diciembre de 1982 cuatro iluminados se reunieron bajo la sombra generosa de un “Samán de Güere”, un árbol muy frondoso. Eran jóvenes oficiales graduados a mediados de los setenta. Se trataba de Hugo Chávez, Jesús Urdaneta, Felipe Antonio Acosta Carlés y Raúl Isaías Baduel. Obviamente, todos eran oficiales de baja graduación, como les correspondía por razones de edad.
Los cuatro imitaron el ejemplo de Simón Bolívar en el Monte Sacro romano, desempolvando un viejo juramento muy de la época y muy dentro del romanticismo del Libertador: “Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas por voluntad del poder español”.
Los cuatro, como aquello no tenía hoy ningún sentido, la emprendieron contra “los poderosos” y “la oligarquía”, sin percatarse de que Bolívar pertenecía a una de las familias más ricas y oligarcas de Venezuela.
En todo caso, dos personas –el 50% del grupo fundacional- no estuvieron presentes en ninguno de los dos intentos de golpes dados por Hugo Chávez contra Carlos Andrés Pérez en 1992: Felipe Antonio Acosta Carlés había muerto sospechosamente en 1989, durante “el caracazo”, defendiendo la república que supuestamente abominaba bajo las órdenes del general Ítalo del Valle Alliegro. Fue una de las pocas bajas de las Fuerzas Armadas en esa inexplicable insurrección.
El otro que no estuvo presente fue Baduel. Ni en el golpe que trató de dar Chávez en febrero del 1992, ni en la secuela que se forjó en septiembre de ese mismo año “contra Carlos Andrés Pérez y su neoliberalismo”. De manera que, 10 años más tarde, Hugo Chávez estaba en el poder, pero había sufrido un golpe de Estado y Baduel vio la posibilidad de reivindicarse ante su amigo, compadre y jefe. ¿Cómo? Devolviéndole el poder. Restaurando su presencia en la casona presidencial de Caracas.
Esa sería su sentencia de muerte. ¿Por qué? Porque Fidel Castro se había adueñado de la figura de Hugo Chávez haciéndole creer que él era el único responsable de que siguiera vivo “y ahora venía este sujeto, Baduel, un nacionalista con ridículas creencias esotéricas, a joderme el punto”, como solía caracterizarlo el Comandante cubano. Lo dijo ante un escritor que tenía acceso a él. (A mí me tocó explicarle al escritor el significado de esa frase tan cubana de “joderme el punto”).
Contra el criterio de Fidel Castro, Hugo Chávez convirtió al general Baduel en Jefe de las Fuerzas Armadas. En ese momento las relaciones entre los dos dictadores se habían enfriado ligeramente. Fidel Castro, que fue muy racista (en privado se quejaba del “negrito parejero” que se colocaba a la misma altura, “parejo” al Comandante), y buscando un pretexto baladí, les había entregado las llamadas constantes de Chávez, a Carlos Laje, primer VP del gobierno, y al joven ingeniero Felipe Pérez Roque, canciller de Cuba.
En el 2006, cuando Fidel le entregó precipitadamente el poder a Raúl, porque sintió que se moría, Hugo Chávez aprovechó para nombrar a Baduel, su compadre, Ministro de Defensa, una persona que no había pasado por La Habana a besarle el anillo a Fidel Castro, lección que aprendió muy bien Vladimir Padrino López, el Ministro de Defensa desde el 2014, verdadero experto en el arte de la supervivencia al precio de excederse en obsecuencia. Le tiene pánico a la “técnica” del Ministerio del Interior cubano.
Hace bien. Sobre todo si quiere conservar el puesto. Raúl Isaías Baduel fue víctima de “la técnica” colocada por la inteligencia cubana. Apenas duró un año como Ministro. Durante la convalecencia de Fidel Castro, en uno de sus múltiples viajes a Cuba de Hugo Chávez, lo estaba esperando un enorme dossier de las barbaridades que entonces decía Baduel de “los cubanos” y de Fidel Castro. Había grabaciones, fotos y hasta películas. Baduel creía que la relación personal que él tenía con Hugo Chávez le ponía a salvo de cualquier crisis. Fidel ganó la partida. Había abducido totalmente a Chávez.
El periodista venezolano Alexis Ortiz, pese a llevar exiliado un buen número de años, tiene una gran información sobre lo que acontece en su país natal. Dijo, públicamente, por medio de Radio Caracol, que Baduel era un prisionero de Fidel Castro, así que hay que imputarle su muerte a “los cubanos”. Es muy difícil creer que haya sido el Covid-19.