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La fábrica de los desastres

La isla de Cuba, gracias a su inepto gobierno, y a sus entidades surrealistas, ha estrenado otra dimensión de la realidad. Se está convirtiendo en el reino de lo imposible y la tierra de hacer posible lo que nadie imagina. 

Actualizado: April 26, 2024 7:56am

La isla de Cuba, gracias a su inepto gobierno, y a sus entidades surrealistas, ha estrenado otra dimensión de la realidad. Se está convirtiendo en el reino de lo imposible y la tierra de hacer posible lo que nadie imagina. 

Han tenido que pasar 65 años para afinarlo todo, pero ya puede hablarse, a nivel internacional, de una espléndida industria que el pueblo ha bautizado, con mucha ilusión, como “la fábrica de los desastres”.

En cualquier lugar del mundo lo habitual es que usted lleve cualquier cosa vacía y allí se lo llenen. En Cuba no. En la isla usted puede llevar el vacío y seguirá vacío, pero cualquier objeto que lleve lleno, una botella, una caja, una maleta, de seguro saldrá vacío, en blanco. Esa es una vieja idea que se experimentó desde 1959: con la llegada de los rebeldes de la Sierra Maestra, el pueblo cubano estaba lleno de ilusiones. No habían pasado ni diez años y ya había comenzado a vaciarse. Y ahora mismo, a los 65 años de aquella ingesta, no se ve ni la sombra de ellos.

Hoy se pone en práctica una línea novedosa e impactante: usted deja un cadáver y le envían a su país, otro. Uno distinto, de otra nacionalidad. Más alto o más bajo, más grueso o más delgado. Y hasta con otro nombre. La línea acaba de estrenarse a nivel mundial con una demostración en vivo, con perdón, enviando a Canadá, ese país amigo y cómplice, a un ruso en lugar de un turista de origen sirio que vivía allí con su familia. Ha sido todo un éxito y ya el performance anda de boca en boca y de diario en diario.

No podía haber salido mejor, pues para la publicidad se contaba con factores de primera: Varadero, la playa más bella del mundo (ya veo el slogan: “Venga a morir en Varadero y será otro enseguida”), un ruso y, no olvidarlo, el eficientísimo equipo cubano, que se desentiende enseguida, de manera natural y orgánica, ante las reclamaciones.

Por supuesto que todo sucedió sin la complicidad de la familia del occiso, para que la reacción fuera más natural. La nación norteña venía preparando el terreno desde hace más de un año con sus ciudadanos, según se demuestra en esta noticia: “El Gobierno de Canadá emitió una alerta a sus viajeros a Cuba que les pide ejercer un alto grado de precaución al visitar la Isla, debido a la escasez de productos básicos, incluyendo alimentos, medicinas y combustible, así como por el peligro de sufrir robos y acoso sexual”.

Sólo faltó, en esa advertencia, un detalle: advertirles a sus ciudadanos que Cuba no se hacía responsable de devolver el mismo cuerpo en caso de fallecimiento. Algo como “ojo con la isla de Cuba, no se haga la mosquita muerta, porque no le garantizamos que usted sea el mismo al regresar”.

El estreno de Cuba como empresa fabricante de desastres y disparates ha contado con la ayuda involuntaria de los medios masivos de muchísimos países: “La noticia de que la viuda y los hijos del turista canadiense fallecido en Varadero recibieron por error el cadáver de un ciudadano ruso también fallecido en la Isla fue informada el pasado domingo por el canal CTV News Montreal”. 

El sistema se había ensayado a pequeña escala y con cosas materiales. No queremos decir que el sirio y el ruso fueran inmateriales, pues han sido un material de primera. Y de paso ha sido una ejemplar lección de marxismo, que plantea que “la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma”. Y qué mejor transformación sino esta de que el muerto que murió en Cuba haya sido sirio-canadiense y el muerto viajero, que recibió la familia, resulte un ciudadano de Putin.

En la publicidad, involuntaria, hay que reconocerlo, se han implicado ya ministros y embajadores. “La ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Mélanie Joly, intervino en el caso de la familia Jarjour, que recibió en Québec el cuerpo de un ciudadano ruso y no el de su ser querido, que murió de un infarto en Cuba el pasado 22 de marzo”.

Uno pensaría que pudiera haber demandas económicas y cruce de acusaciones legales, pero nada más lejos de la realidad. Hay fraternidad y colaboración amistosa entre los dos países. “He hablado con mi homólogo cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, sobre el caso del señor Jarjour”, escribió Joly en la red social X, este miércoles, compartimos la máxima preocupación por la inimaginable situación que enfrentan sus familiares, con quienes hablé ayer. Canadá seguirá ayudando a la familia Jarjour hasta que se resuelva esta situación”.

Bruno se ha brindado a ir semanalmente a ver a la familia del sirio extraviado y ha ofrecido cambiar el cadáver por otros de distintas nacionalidades cuantas veces necesiten los dolientes. Y ha hecho más: pidió fotos, videos y grabaciones del fallecido, para imitarlo hasta que la familia se acostumbre a su pérdida. Conociendo al canciller, no dudo que los Jarjour le agradezcan el esfuerzo y le pidan amablemente que regrese a Cuba.

Y sería bueno, pues eso significa que ya la isla puede empezar a trabajar en la fabricación de desastres a plena capacidad. Hasta hace poco usted entregaba un billete de dólar   y recibía, a cambio, dinero cubano. O pedía un producto netamente cubano y le entregaban algo defectuoso o de pésimo acabado. Pero ahora Cuba ha saltado a las ligas mayores. Allí puede cambiar uno hasta después de muerto.

Ya se piensa en lanzar nuevas aplicaciones, incluso con los vivos. Y probarse en una alta gama de nacionalidades: un vietnamita por un namibio, un peruano por un francés, un marroquí en lugar de un australiano. Solo hay una condición: que el turista haya fallecido en el mar, lo que excluye a los ciudadanos de Bolivia. Cuba pretende asombrar al mundo con la magia de que su vivo pudiera estar muerto, o su muerto posiblemente siga vivo.

No quiero asustar a mis coterráneos, y menos a mí mismo, pero en medio de la costumbre cubana de no aclarar nada, de ocultar, inventar, transformar la verdad, uno no está seguro de que el Delirante en jefe haya muerto realmente y esté dentro del inmenso seboruco, con guardia permanente, en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, y no vivito y coleando, chocho total, pero dirigiendo una fábrica de ollas arroceras en Calabazar o al frente de una plantación de moringa, en el valle de Caujerí, en la provincia de Guantánamo.

Quién asegura que en un futuro no muy lejano la gente acuda a intercambiar cuerpos en Cuba. E incluso con otras características: usted lleva a una anciana y se la cambian por una mulatica joven, o envía a un ser brillante y le mandan de vuelta a alguien de la escuela de cuadros Ñico López o a cualquier dirigente del gobierno.

Hay mucho futuro en esta nueva línea.