Ineptitud política: el autoritarismo cubano se ahoga a sí mismo

El castrismo está siendo tan torpe e inepto políticamente con todo lo acontecido en la isla a raíz del atrincheramiento y huelga de hambre de algunos integrantes del Movimiento San Isidro, que incluso se está negando a sí mismo la posibilidad de ser un actor dentro de la democratización que se producirá eventualmente en Cuba
Raúl Castro, Miguel Díaz Canel y otros dirigentes castristas. Foto:AFP
 

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El gobierno cubano está siendo tan torpe e inepto políticamente con todo lo acontecido en la isla a raíz del atrincheramiento y huelga de hambre de varios de los integrantes del Movimiento San Isidro por la condena a Denis Solís, que incluso se está negando a sí mismo la posibilidad de ser un actor importante dentro de la democratización que, sí o sí, quiera o no la cúpula del poder y reprima cuanto reprima, se producirá eventualmente en Cuba.

Es probable que las tensiones políticas de las últimas semanas mengüen porque, al no haber estado de derecho alguno, la Seguridad del Estado es uno de los pocos órganos capaces y eficientes en el país y, a golpe de represión, detenciones arbitrarias, arrestos domiciliarios e incluso una eventual “Primavera negra” -en este caso invierno-, lograría apagar los ímpetus de los pocos decididos a pronunciarse en las calles y manifestar de manera constante su disgusto.

Sin embargo, aunque en las próximas semanas se rebajen los ánimos y se cree una falsa calma, todo lo sucedido ha enseñado que para la cúpula política no habrá paz y tranquilidad nunca más.

Los gobernantes de la isla totalitaria y pretendidamente “socialista y humanista” pueden intentar apostarle a otro éxodo como los del Mariel y el del 94, o a un nuevo “deshielo” en las relaciones con Estados Unidos bajo la venidera administración. Mas, los hechos en torno al Movimiento San Isidro y el conjunto de artistas y activistas que se plantaron frente al Ministerio de Cultura, anuncian que de aquí en adelante siempre habrá inconformidades o manifestaciones con las que el régimen tendrá que lidiar. Tales expresiones de libertad serán cada vez más capaces de despertar y movilizar simpatías en varios sectores de la sociedad.

No es trillado decir que las circunstancias presentes y anticipables para el futuro inmediato harán que más personas abran los ojos y se den cuenta del engaño y las mentiras a las que las han sometido durante este tiempo.

Si al final la apuesta del régimen es seguir como hasta ahora, debe convencerse de que no lo va a conseguir así se produzca ese otro éxodo masivo que deje a la oposición sin líderes o potenciales simpatizantes. Y si así fuera, cuál es su expectativa de desarrollo socioeconómico para mantener los estómagos llenos y postergar el descontento. ¿Acaso que Cuba devenga en economía funcional basada en dólares provenientes de remesas, turismo e inversiones extranjeras sólo en algunos rubros autorizados?

De ser así, aceptémoslo por mucho que pueda doler aún a algunos: no había por qué atravesar un largo período de más de 60 años pretendiendo discursivamente una cosa para luego tener otra totalmente distinta. A nivel macroeconómico, productivo y de creación de riquezas se estaba mejor en los 50 del pasado siglo. Bastaba para tener un mejor país con desterrar al tirano de turno del poder, restablecer la constitución de 1940 –de las más avanzadas de su tiempo en materia de libertades y derechos políticos y civiles- y emprender políticas redistributivas que contribuyesen a disminuir los elevados niveles de desigualdad imperantes en la isla.

El panorama actual de Cuba, distante de la prosperidad prometida para todos y anclado a una pobreza extensiva por decreto y aferramiento a principios irrealizables, hace que muchos extrañen lo que se tenía en la anterior dictadura, aun y con sus innegables carencias sociopolíticas y su represión.

Dicha añoranza, a veces mal informada, a veces por despecho, enojo, frustración o por auténticas cuestiones ideológicas, no la apagan allí donde brota ni la evitan las supuestas conquistas de la aún referida como revolución -aunque dejó de serlo hace mucho- en materia de salud y educación, sectores que se degradan por día ante la crisis de una economía incapaz de mantener altos estándares. Sí la fomentan las también innegables restricciones a las libertades y los derechos políticos y civiles en la Cuba actual.

El régimen castrista podía haber dialogado sin presumiblemente complicarse mucho. Podía conceder márgenes más amplios de libertad y creación artística sin renunciar a sus prácticas represivas habituales o a su hegemonía política.

La esencia era una apertura, pero aún no una democratización plena. La cúpula podía haber jugado la carta de negociar sólo algunos de los reclamos, dando una imagen de mayor respeto a algunos derechos humanos y tolerancia a la pluralidad que niega o busca disminuir, sin plantearse renunciar a seguir siendo un Partido-Estado totalitario.

Su renuencia a hacerlo, en cambio, ahoga posibilidades futuras al autoritarismo cubano y a sus principales defensores o partidarios. La apuesta por las consignas de siempre y los pretextos sacados a última hora, cual ases debajo de mangas verde olivo, hacen ver que los dirigentes “revolucionarios” no creen que la hora de la democratización llegó o llegará algún día.

En vez de prepararse para ella como pragmáticos políticos -lo cual deberían ser cuando menos, porque no va en dependencia de cuánto se aprecie o no la democracia-, prefieren optar por una intransigencia incoherente con los tiempos que corren desde hace años.

El régimen, aunque a muchos no les guste esa opción, puede ser el actor principal de una transición a la democracia controlada desde el poder político autoritario. Así fue en México, de donde tanto apoyo moral le ha llegado a Cuba y su pretendida Revolución, pero los “comunistas caribeños” no quieren leer las coordenadas políticas contemporáneas. Se aferran a lo imposible y ya la historia les pasará factura. Se están ahogando y cerrando puertas y futuros a sí mismos.

En una Cuba democrática probablemente ni puedan figurar como un partido a tener en cuenta por su actuar enconado y ajeno a las auténticas necesidades y reclamos de la ciudadanía. Una Cuba que es cuestión de tiempo que llegue –no otros 60 años- y ojalá no venga acompañada de todos los desbarajustes y cismas que se produjeron en los países de Europa del Este.

Sin embargo, hacia allí parece que irá, en parte por la torpeza e ineptitud de un núcleo duro que incluso desde el autoritarismo, con variables aún a su favor, no quiere pensar de manera inteligente y práctica.

Escrito por José Gabriel Martínez Rodríguez

Licenciado en Periodismo, Universidad de La Habana (2010). Máster en Ciencia Política, El Colegio de México (2019). Especializado en el análisis institucional de sistemas políticos y sus órganos parlamentarios.

 

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