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Félix Varela y la receta de la caldosa

Durante su estancia en la ciudad de Nueva York, el “Encargao” del gobierno de Cuba, el Puesto a Dedo Miguel Díaz-Canel, aprovechó para enfrentarse al presbítero Félix Varela.

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Caldosa del 28 de septiembre
Armando Tejuca | Caldosa del 28 de septiembre

Actualizado: Thu, 09/28/2023 - 07:28

Fue en la iglesia de la Transfiguración y, como él se sentía transfigurado, quiso mirar a los ojos al hombre que enseñó a pensar a los cubanos. No se explicaba cómo había podido hacer el padre Varela con los hijos de la isla si aquella iglesia estaba rodeada de chinos. También se preguntaba qué rayos era ser presbítero. Pero era Manhattan, y en Nueva York había apodos más extraños.

La Machi trató de quitarle la idea de ir a esa iglesia, porque ella no estaba convencida de que aquel hombre escuálido y melenudo, con aquellas gafitas redondas, hubiera enseñado a pensar a los cubanos. Al menos a su marido, no. De eso estaba segura. Le preocupaba también que Miguel se aficionara a conversar con muertos y objetos inanimados. Ya lo había hecho con la piedra que estaba arriba del comandante. O debajo. Y también con un Elegguá en un mueble de La Güinera, e incluso con José Ramón Machado Ventura, que ya no entendía nada de lo que le decían.

Antes de que el supuesto presidente, su presidente o su presi, como ella lo nombraba, decididamente tomara rumbo al templo, ella miró en derredor y lo agarró de un brazo deteniéndolo: -Ay, Machi, estamos perdidos.... Mira cómo hay chinos, papi, esta gente inventa virus todos los días-. Él sonrió con su sonrisa de campesino, que los campesinos sabían que era falsa, y la miró con los ojos achinados. -Papi, mira cómo se te han puesto los ojos... ¿Vamos a ver otra vez al presidente de China en esa iglesia?

Los guardaespaldas le hicieron una seña a Díaz-Canel y él comprendió que ya habían revisado el sitio a profundidad. No había lío. Como la iglesia de la Transfiguración estaba en medio del barrio chino de Manhattan, no había peligro de que por allí hubiera cubanos. Los cubanos se transfiguraban en cualquier cosa, menos en asiáticos. Díaz-Canel aceleró el paso y la Machi se colgó de su brazo, con peligro de ser arrastrada (arrastrada por el esposo, no por la cantidad de ciudadanos residentes en la isla que soñaban con hacerlo). 

Ella logró frenarlo nuevamente e hizo que la mirara a los ojos. Estaba preocupada, se notaba, se veía, a pesar de que a ella casi nunca se le notaba nada que no fuera lo mal que le quedaba la ropa. Suspiró y le dijo:
-Papi, no me gusta esto-. Él se echó a reír y le contestó -No tiene que gustarte, mima, nunca vamos a vivir en este barrio-. Ella lo rectificó, a pesar de que no recordaba aquel “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” que había inventado tiempo atrás el comandante en jefe, el mismo que los había cometido.

-Estoy preocupada porque somos cubanos de Fidel, papi, y el Varela este fue el que hizo aquel proyecto contrarrevolucionario que se llamó como él, “El Proyecto Varela”. El puesto a Dedo se echó a reír otra vez y en esta ocasión rieron también todos los que lo acompañaban, no porque hubieran entendido nada, ni siquiera por solidaridad, sino por chicharronería, para complacer “al jefe”. 

Él levantó la mano y se hizo silencio -Compañeros, sé que muchos piensan que el padre Varela, a quien vamos a visitar ahora, por su condición de religioso y su diversionismo ideológico, ha realizado actos en contra de nuestra revolución. Pero eso fue en el pasado, y él rectificó. Por eso el compañero Fidel siempre dijo que él nos había enseñado a pensar. Por esa razón en Cuba permitimos que su bisnieto perteneciera a la Nueva Trova.

La gente aplaudió, incluyendo a unos asiáticos que no eran del barrio, y la comitiva, con “El Encargao” al frente, entró por fin a la iglesia. Después de que Díaz-Canel, en señal de respeto, con la cabeza baja y la mano en el pecho, musitara unas oraciones a Obbatalá en yoruba, caminaron hacia el busto del padre Félix Varela, uno de los cubanos más grandes que han existido. Él se lo había comentado a Lis días antes -Estamos en Nueva York, y en esta ciudad han vivido dos de los cubanos más grandes de nuestra historia: el padre Varela y José Martí, nuestro apóstol, que huyeron de La Habana porque se estaba cayendo. Vinieron aquí a luchar contra el criminal bloqueo.

Cuando el Sincasa se iba a arrimar al busto del presbítero Félix Varela otro de los miembros de su séquito, un seguroso de apellido Kindelán, lo detuvo con un gesto. Enseguida se acercó el jefe de la escolta y explicó:
-Disculpe, compañero presidente, pero los muchachos quieren cachear a fondo otra vez al padre Varela. -E que, unque sea metálicos, ta aquí en la yuma- explicó Kindelán- y a lo mejol tiene una fuca en algún lao, presidente-.

Ya había llegado la Machi al grupo y le dijo con aplomo y sabiduría a su marido: -Déjalos, pipo, total, ellos lo hacen porque te quieren y no deseamos que te pase nada. Díaz-Canel iba a argumentar que la pieza que representaba al padre Varela era solamente un busto y un busto no puede esconder un arma en ninguna parte, y menos siendo de bronce. -Está bien -dijo el Puesto a Dedo- pero háganlo rápido, que se acerca el 28 de septiembre y quiero preguntarle a este sabio la receta de la caldosa para la fiesta de los CDR.

Lis miró en derredor y se acercó. Se pegó a la oreja de su marido y le susurró -Ay, papi, me hubieras dicho, para la receta de la caldosa yo le hubiera preguntado a Kike y Marina, que tengo su teléfono-. Díaz-Canel sonrió y negó suavemente con la cabeza. Lo hacía así para que no se le cayeran las dos o tres ideas que traía y que no eran suyas.
-Kike y Marina hacían caldosa cuando en nuestra patria había recursos y cosas, pero el bloqueo criminal nos ha privado de eso y ahora nos toca la resistencia creativa. En tiempos del padre Varela seguro se inventaba mucho para sobrevivir, y más aquí, en el imperio.

Cuando ya pudo acercarse al busto del presbítero, cerró los ojos. Le iba a preguntar qué era eso de presbítero y dónde se estudiaba, pero se dijo que lo buscaría otro día en un diccionario. Entonces Díaz-Canel, mirando al prócer a los ojos, dijo para que todos lo oyeran: "En la Iglesia de la Transfiguración, en Nueva York, honramos al Padre Félix Varela, quien hace 200 años llegó a esta ciudad. 'El que nos enseñó primero en pensar', quiso a Cuba tan isla en lo político como en la naturaleza[sic] y que debiera su independencia solo a sus hijos". 

Nadie entendió nada, pero aplaudieron. Se escuchó un “amén” allá al fondo y el Puesto a Dedo leyó una frase de Félix Varela puesta debajo de su busto: “Pensar como se quiera; operar como se necesita…”. Sonrió con sonrisa ancha. Los ojos le brillaban cuando miró a Lis Cuesta y dijo: -Mira, Mima, el padre Varela ya pensaba en nuestros médicos internacionalistas-.