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El espía que llegó del calor

El mundo de la inteligencia cubana está de luto. Bueno, casi de luto.

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Armando Tejuca | Portada

Actualizado: December 12, 2023 11:12am

El mundo de la inteligencia cubana está de luto. Bueno, casi de luto.

Y cuando digo “el mundo de la inteligencia” no me refiero a los que inventaron la libreta de abastecimientos, hace más de 60 años; ni a los que trazaban la ruta que iba a seguir el perro sin tripa; o al que se le ocurrió el disparate del “trabajo voluntario” y “los estímulos morales”; y tampoco a quien le escribía aquellas frases contundentes a Fidel Castro, que luego se convertían en consignas y se ponían en las vallas publicitarias, repitiéndose, repitiéndose y repitiéndose, hasta dejarnos sin inteligencia.

El mundo de la inteligencia y la contrainteligencia de la Cuba revolucionaria, que son esas personas que desde chiquitos están vigilando a los demás, denunciando a los otros, aunque sean el padre, la madre o los abuelos, y que se entrenan para ir a casa de los vecinos y, sin ser detectados, conocer si tienen queso, qué tipo de queso, cuánto pagaron, cómo lo usan y a quién se lo compran, ha sufrido un revés, aunque, de alguna manera, también es una victoria para ellos.

Como viven permanentemente en guerra, sumergidos en una especie de trinchera, y sus cerebros están entrenados para sentir, mediante pulsaciones, cuándo hay una amenaza, una provocación que eche por tierra los logros de la revolución, no descansan. Sobre todo, si pretenden enumerar los logros de la revolución. Es algo que he intentado hacer yo mismo y sé que se sufre. Mucho. Se queda uno casi en blanco. Es como un vecino mío, que comenzó a buscar productos palestinos para boicotearlos y no encontró ninguno. Bueno, es porque no incluyó entre ellos los chalecos explosivos.

Pero repito, el arresto del exdiplomático estadounidense de origen colombiano Víctor Manuel Rocha, de 73 años, que fue acusado de actuar como agente encubierto del régimen cubano durante más de 40 años, ha sido un duro golpe. Bastante duró, dirán muchos. 40 años es mucho tiempo, aunque Carlos Gardel siga repitiendo que 20 años no son nada. Y, antes de a Víctor Manuel, capturaron a Ana Belén, con lo que la cartelera musical española en Cuba ha entrado en crisis.

Pocos dentro de la isla se enterarán de esta nueva novela de espías, de agentes buenas gentes y detergentes. Se quedarán en Stirlitz, en Matahari, en Alberto Delgado, cará, o en el David de “En silencio ha tenido que ser”, esa consagración de la chivatería. Por cierto, la frase martiana sirve lo mismo para el mundo del espionaje que para un tarro. Y más para acá, la red avispa, llena de moscas. Por eso, lo de Víctor Manuel Rocha es un logro y un descalabro. Un agente no cubano que trabajó, como dicen los expertos, para la inteligencia castrista de manera secreta, subordinada y sistemática.

Es curioso también que Rocha sea achinado, con esa veta entre inca, filipina y tolteca que lo hace parecerse, levemente, a Alberto Fujimori, el expresidente del Perú, recientemente liberado. Fujimori sale libre y Rocha entra al tanque, como si fuera un juego de espejos. Ya nos enteraremos de algunos detalles sinuosos, pero lo innegable es que el espía que vino del calor “buscó y obtuvo cargos en el Gobierno que le proporcionaron acceso a información de carácter no público y la capacidad de afectar la política exterior de Estados Unidos". No ha habido en Cuba un presidente o responsable de vigilancia de un Comité de Defensa de la Revolución, CDR por su mala sigla, que haya aguantado tanto tiempo en su puesto. Revientan antes.

Sin embargo, este no es el más grande, ni el más osado o sorprendente de los espías cubanos en esa larga tradición de los “mira mira de Palmira”. Pocos conocen la historia conmovedora y casi de película de un agente cuya biografía se pierde todavía en detalles nebulosos. No se conoce su verdadero nombre, aunque algunos agentes capturados han dicho que se llamaba Juan Obdulio Mosquera Arias, alias “Moquito” o “Moquito Alias”. Solamente que sus hallazgos fueron insólitos y sorprendentes. Uno de sus descubrimientos fue que Freddie Mercury era gay, pero eso no aportó nada al espionaje cubano por dos razones: el dato era ampliamente conocido y, por demás, el cantante de Queen era inglés, no americano.

No está muy claro aún si el exdiplomático estadounidense de origen colombiano Víctor Manuel Rocha ha superado el trabajo como espía encubierto del agente Moquito, conocido por la inteligencia cubana (no por su inteligencia) con el nombre en clave de agente Cerdo Cerdo Dos, un homenaje a James Bond.

De “Moquito” o “Cerdo Cerdo Dos” se cuentan sorprendentes leyendas. En sus primeros tiempos de aprendizaje, mientras se entrenaba en el radio transmisor en una ciudad de los Estados Unidos, cada vez que iba a enviar un mensaje en clave a La Habana, cambiaba varias canciones del programa radial Nocturno, en Radio Progreso, la Onda de la Alegría. Luego aprendió y solamente sustituía una o dos, cosa que alegraba a muchos oyentes y a la dirección de inteligencia, que comprobaba así que seguía desgraciadamente libre y vivo.

Gracias a él, la inteligencia cubana conoció detalles importantes sobre la isla:

-En un informe breve el agente Moquito informó que el río Almendares estaba sucio y posiblemente contaminado.

-Por su incansable labor se enteraron de que en la vigilancia del Pentágono en Washington se comentaba, por boca de la familia de un sargento de origen cubano, que el salario en Cuba no alcanzaba para nada.

-Durante más de ocho años Moquito intentó obtener la receta del sándwich cubano en la ciudad de Miami y al final lo logró, aunque él no le ponía pierna de puerco porque lo intoxicaba. Eso era parte también de su leyenda.

-Su revelación de que la termoeléctrica Antonio Guiteras era en realidad un agente de la CIA ayudó a estabilizar el problema energético en la isla.

Al final, Juan Alberto Mosquera Arias, alias “Moquito” o “Moquito Alias”, conocido como agente “Cerdo Cerdo Dos”, cansado de estar encubierto y de su poca cobertura, y viendo que a su retiro en Cuba le esperaba únicamente repartir regaderas, hizo un último y brillante trabajo: se infiltró en el FBI y en la CIA (en los dos al mismo tiempo). Cuando alcanzó un rango lo bastante alto, se capturó él mismo.

Su caso se estudia en las escuelas de espías.