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Dame la HACHE dame la PÉ qué dice: UNEAC

Se incendió la ciudad y nadie volvió a ver a Perucho Figueredo en Bayamo

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Cultura Nacional
Armando Tejuca | Cultura Nacional

Actualizado: Fri, 10/20/2023 - 11:11

Cuando quisieron hacer miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) a Perucho Figueredo para celebrar el día de nuestra cultura nacional, se bajó del caballo y dijo a sus músicos que cantaran el himno ellos solos, que la UNEAC no representaba nada para él y que no creía en el cuento ese de cultura nacional o cultura patriótica. Se incendió la ciudad y nadie lo volvió a ver en Bayamo.

Y tenía razón Perucho con zafarle el hombro a esa organización que quiere ponerles la soga al cuello a los creadores de la isla, confundiendo a la gente, haciéndoles pensar que los políticos, con sus pesadillas y despropósitos, son los que construyen una patria, cuando los creadores y artistas son, en realidad, quienes fabrican el rostro de un país. Es cierto que a veces ese rostro necesita cirugía estética, pero no siempre sucede.

Por desgracia, a Pedro Figueredo, Perucho, lo encontraron más tarde y lo fusilaron, pero no fue por negarse a pertenecer a la UNEAC. Todavía la gente canta su composición más conocida. Pero peor suerte corrió el poeta y apóstol José Martí Pérez, al que, para aliviar su culpa, un villano denunció como “autor intelectual” del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Martí no soportó la vergüenza, las miraditas de reojo y las burlas, y se lanzó a cien kilómetros por hora contra las tropas españolas y, por supuesto, murió. Y eso que nunca supo que el que planificó y dirigió el asalto armado jamás apareció en el lugar. Claro que, con el neoliberalismo o el bloqueo, Martí hubiera durado menos.

Hizo mal, porque uno, si es un creador, no se puede morir así y dejarle los derechos de autor a cualquiera. Por eso a Martí no sólo lo embarcó en aquel asunto tan sucio el ganstercito de Birán, sino que todo el mundo empezó a citarlo para cualquier cosa. Menos mal que Martí no iba, como se debe hacer cuando te cita la policía inculta, esa que dice ser revolucionaria.

Sin embargo, a pesar de que su caída no fue precisamente en combate, se le ha situado, por su pensamiento y su palabra, como paradigma de lo que ha de ser un intelectual revolucionario. Sin consultarlo con él, por supuesto. Y de ese modo se le perdonan supuestas debilidades, como esa de estar hablando contantemente de “las entrañas del monstruo”, que ha motivado a muchísimos cubanos a irse a los Estados Unidos a conocerlo, como si quisieran hacerle la autopsia. No a Martí, al monstruo, o a comer entrañas.

Entonces las acciones se precipitaron: huyó Batista y las huestes de aquel hábil barbado o barbudo que embarcó a Martí agarraron el rábano por las hojas y en la isla comenzó a perderse hasta el rábano. Y él reunió a los jubilosos creadores en la Biblioteca Nacional para asustarlos cara a cara y amenazarlos con la sencilla fórmula de que, al que no defendiera su obra, que era la más sólida, digna y patriótica, se le acabarían los viajes y la futura asistencia a la Mesa Redonda, así como la jabita con chucherías que les iban a dar a los que resultaran premios de la cultura cubana.

Porque aquello fue de “los que no estén conmigo, están contra mí”, “yo soy la patria entera embravecida” y “Con la revolución, todo. Contra la revolución, nada”. Y hubo muchos que prefirieron eso mismo, nadar. Y otros, los más, guardaron silencio y empezaron un curso de muecas y expresiones para ponerse un rostro que les hiciera parecer revolucionarios cada vez que salieran a la calle o fueran a la premiación de algún concurso, porque en los primeros años se fundó la UNEAC para que los intelectuales y artistas cubanos tuvieran un lugar en el que pudieran hablar mal del enemigo y recibir orientaciones acerca de lo que era nuestra cultura nacional y cómo debía verse desde fuera.

Si no eras revolucionario y apoyabas a Fidel, entonces no eras nacional, ni de la cultura. Y no importaba lo que escribieras, pintaras, bailaras o compusieras, lo importante era que te vieran vestido de miliciano; de lo contrario, jamás aparecerías en antologías, discos o exposiciones. Y se volvió una manía, un vicio que hacía temblar y mirar para los lados en los eventos. Porque, con la revolución, todo. Y contra la revolución, nada. Sin embargo, pasaron los años y los disparates del Delirante en jefe, y con la revolución iba quedando nada, nadita de nada, pero las becas en Villa Marista asustaban a cualquier artista, a todos, porque ya a demasiado talento le habían hecho su vida un yogurt, que era donde único quedaban yogures.

Así que, mientras los rusos pusieran el hombro y el rublo, se cantaba el temita de Perucho Figueredo y se ponía cara de patriota, por aquello de Bonifacio Byrne y los menudos pedazos que recitó Camilo con más pasión que Luis Carbonell. Y socialismo, mucho socialismo, que siempre dicen que se puede construir, pero parece que sale mal o se cae, y en eso te pasas la vida. Y si esa era la cultura nacional, que no se decidía en las imprentas o en los talleres de los pintores ni en los ensayos de las orquestas, sino en el departamento ideológico del partido comunista, había que poner cara de póker, porque uno pensaba que a la revolución le quedaba muy póker y ya no había barajas para embarajar. Y con esa cara y el papelito de revolucionario se podía salir a la calle sin que te cayeran encima los muchachos de Villa (donde te daban villas y Maristas). Algunos se lo tomaron en serio y otros estuvieron a punto de optar por el premio nacional de actuación, como hubiera hecho Marlo Brando si se hubiera quedado en La Habana tocando tumbadoras con el Chori.

Y en aquel organismo, la UNEAC, cuya membresía seguía debiendo Perucho Figueredo, y en el Ministerio de Cultura, que era un verdadero misterio, se ponían las bases de cómo debía ser un intelectual o artista cubano: revolucionario aunque no fuera artista, porque no se podía ser artista sin ser revolucionario, y que tuviera buenas referencias de combativo, intransigente, antimperialista y todos esos etcéteras que se ganaban por escribirle malos poemas al Che, sinfonías a Fidel y ballets estilo tabarich al ejército rojo, para que Pepe Stalin no se levantara de su tumba.

Entonces hubo plan jaba en la UNEAC, y congresos, y crecimientos, y era muy normal ver noticias como esta: “El régimen pide a la 'vanguardia artística cubana' más acción para renovar la hegemonía de la Revolución”, y se convocaba a la 'descolonización cultural' y a hacer frente a las 'presiones externas e internas que corroen los valores fundacionales de la nación'. Esa es la cultura que quieren y corroen.

Todo eso así, a pulso, con agua sola, y si había que citar a Martí, se citaba, aunque no fuera, como hizo en el cuartel Moncada aquel villano que se defendió poniendo la historia por delante y le echó carcoma y comején a una isla que siempre tuvo cultura de la buena, de la que conquistaba el mundo.

Pocos saben que a Perucho lo capturaron las tropas españolas y, para humillarlo, lo llevaron al fusilamiento montado en un burro. Hoy lo hubieran cargado en hombros el ministro Alpidio “Manotazos” Alonso o el Puesto a Dedo Díaz-Canel.