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Con las mismas manos y los mismos monos

No quisiera ver qué harán en su centenario. Lo más probable es que esos monos que alaban sus manos digan que él fue quien inventó a Cuba. La descubrió y la hundió para siempre

Actualizado: Tue, 08/15/2023 - 13:10

Los alabarderos, esos seres que habitan en el fango de la ignominia y que en el campo cubano son conocidos como “los alabancios”, están de fiesta. Cada cumpleaños del jefe ausente los alborota y exita como impúdicas hetairas.

El colmo del Partido Comunista de Cuba, que profesa una ideología que supuestamente nace de la clase obrera, es dedicar una exposición fotográfica a las manos de Fidel Castro, unas manos que no apretaron una tuerca en su vida.

El régimen y sus voceros, y el poder tras el trono, que es el buró político del partido comunista, rompen con esto el guataquímetro o guatacómetro, ese aparato que mide la bajeza de los guatacas. La alevosía del endiosamiento, como le gustaba al susodicho, aunque dijera, como algunos gallegos: “Non queiro, non queiro, échamelo en el sombreiro”. Los lingüistas no se han puesto de acuerdo sobre si la voz guataca tiene origen en alguna lengua amerindia, del África negra o en la árabe. Pero cualquier cubano sabe lo que es ser un guataca y lo que significa guataquear.

Mientras el verdadero verbo, que es utilizar la azada o el azadón para remover la tierr es casi un asunto olvidado en la isla, la otra acepción del verbo es ya raigal y se ha metido en el ADN de cada cubano desde que pierde el derecho a tomar leche a los siete años hasta que le detienen el flujo de sangre al cerebro apretándole una pañoleta en el pescuezo y obligándolo a gritar que quiere ser como el Che Guevara.

Ahora, para celebrar el nacimiento del hombre que millones de cubanos desearían que no hubiera nacido, las lumbreras del partido, que ya no saben qué más lamer con sus babosas lenguas, han querido rendir tributo al Delirante en jefe a través de varios fotógrafos conocidos: Alberto Korda, Raúl Corrales, Osvaldo Salas, Roberto Salas, Liborio Noval, Raúl Abreu, Ismael Francisco, Roberto Chile y uno que pocos conocen por su obra, el hijo del homenajeado, Alex Castro.

En esa competencia de ridiculeces y frases picúas que es el sello que identifica a los nuevos gobernantes que dicen ser “continuidad”, se justifica tan absurdo y abyecto homenaje diciendo que esos fotógrafos "captaron momentos del comandante en jefe en los que sus manos conversan por el mundo y lo cambian para siempre contando desde los primeros años de la Revolución hasta sus últimos días".

Conversar, lo que se dice conversar con el mundo no, pero hablar cáscara, torturar a miles de personas escuchando la sarta de tonterías y promesas huecas, sí. El homenajeado es, sin duda, el más grande ejemplo de lo que significa hablar cascaritas de piña. Pero se empeñaron en mostrarle al pueblo trabajador unas manos bien cuidadas y finas, que separaron a la familia, que destruyeron el futuro, que arrebataron el esfuerzo de gente que creó las riquezas de un país, en lugar de poner fotos de su lengua o, llegado el caso, de su cerebro enfermo. Nunca del corazón, porque serían fotos en blanco. O completamente oscuras.

Imagino el esfuerzo que han tenido que hacer los organizadores de la muestra para escoger las piezas, es decir, los gestos de las manos o las manos gesticulantes y vincularlas con un sentimiento o una acción: las manos del comandante declarando el carácter socialista de la Revolución (es decir, cuando comenzó la debacle); las manos del joven Castro sosteniendo el fusil con el que asaltó el cuartel Moncada (pusieron las manos de un extra); las manos del líder en la Sierra Maestra; las manos victoriosas del héroe afirmando que Cuba iba a producir diez millones de toneladas de azúcar, o las manos de Fidel señalando a la escoria y gritando con firmeza que “no los queremos, no los necesitamos”.

Lástima que ni Korda, ni Corrales, ni Salas, ni Liborio Noval pudieron entrar nunca al presidio Modelo de Isla de Pinos y capturar con el lente las finas manos del doctor Castro preparando unos espaguetis en el amplio y limpio local donde profundizó su experiencia culinaria antes de irse a México a aprender a preparar tacos. O más adelante en el tiempo, esas suaves manos, palmeando la espalda de su amigo el comandante Camilo Cienfuegos antes de desaparecerlo para siempre, o las que sostuvieron en la Plaza de la Revolución la carta de despedida del otro comandante, el argentino Guevara, la noche en que lo embarcó leyéndola antes de tiempo, condenándolo así a morirse en Bolivia, sin salida alguna a la supervivencia o al mar.

¿Y por qué fotos de las manos y no de la barba descuidada y sudorosa?, ¿por qué no las botas que aplastaron las ilusiones de un pueblo, y echaron a perder todos los senderos que supuestamente llevarían a la prosperidad?, ¿por qué no las manos firmando destituciones y penas de muerte?, o las manos grandes y tiernas entre las manos de Nikita Jrushchov, las del cejudo Leonid Brézhnev, las manos germanas de Erich Honecker o las manos benditas de Juan Pablo II, que sintió el veneno histórico que corría por sus huellas digitales.

O las manos fabuladoras del Delirante, que en poco tiempo iban a acariciar las ubres pródigas de Ubre Blanca, su gran amor silvestre, prometiéndole al maravillado e ingenuo pueblo cubano un porvenir nunca antes visto y jamás palpado, como hiciera en la plaza el 23 de agosto de 1966, con estas palabras: “En 1970 la Isla habrá de tener 5 mil expertos en la industria ganadera y alrededor de 8 millones de vacas y terneras…productoras de leche… Habrá tanta leche que se podrá llenar la bahía de La Habana con leche”. ¿Será por eso que el agua de esa bahía siempre se ve tan turbia?

Quienes visiten la exposición que han montado los chicharrones y hala levas, entrarán como a una quinta dimensión, a un mundo irreal que quiere hacer poesía ramplona de la desgracia de un pueblo. Verán, en los muros, las manos que han hecho que se descascaren y caigan las paredes de cientos de miles de hogares. Unas extremidades finísimas, del rey que no sembró nunca un melón ni una mata de guanábana, que nunca desyerbó un cantero ni destornilló una bisagra. Pero que según ellos “conversaron” constantemente con el pueblo.

Pero la guataquería no se detiene ahí, en esas manos fotogénicas del demente egocéntrico. Van a más, porque lo creen Dios, un Zeus tronante y campante y comandante, y ahora lo ven como “descubridor”: “Las oficinas del conservador de Matanzas, Guantánamo y Baracoa lanzaron la propuesta de declarar a Fidel Castro como el quinto descubridor de Cuba, en medio de las celebraciones oficiales por el aniversario 97 de su nacimiento”.

Hasta aquí el jubileo de los 97 años. No quisiera ver qué harán en su centenario. Lo más probable es que esos monos que alaban sus manos digan que él fue quien inventó a Cuba. La descubrió y la hundió para siempre.