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Centuriones y guarda nalgas en Cuba

Imagino lo difícil que debe ser hoy en día cuidar de las espaldas y el vientre prominente del narizón Puesto a Dedo. Y sobre todo “escuchar sus ideas durante todo el día”

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Ilustración
Armando Tejuca | Ilustración

Actualizado: October 27, 2023 2:51pm

Entre las cosas más tristes de este mundo está la de no poder salir a la calle solo y libre.

Tener que viajar con un montón de machangos pegados a ti, respirando en tu nuca con un vaho húmedo, tratando de cubrirte, repellándote en ocasiones por el nerviosismo y la prisa. Y el miedo. No el que tú impones y lees en los ojos de quienes te ven pasar. El miedo tuyo a que alguien no te tenga miedo.

Debe de ser terrible tener recelo de salir solo a la calle, y necesitar guardaespaldas. Y si uno mira bien, mientras más insectos de esos lleve la persona, más terror tiene de estar vivo, aunque mire desdeñosamente desde la tribuna al pueblo delirante y manso. Allí, entre ellos, hay unos ojos que lo miran con odio por breves momentos, para que no los descubran los guarda nalgas.

Es un mundo desconocido pero que no me atrae. Uno cuida a un niño, a un anciano desvalido, pero convertirse voluntariamente en chaleco antibalas de un tipo tarajalludo, no me atrae para nada. Hay que vigilar sus pasos, saber sus horarios, revisar sus rutinas y sus heces, probar sus comidas (¿les tendrán que dar “la papa” haciendo el avioncito?), cuidar sus sueños y sus desvelos, hacerles recados y mandados, y estar despiertos cuando duermen y también cuando están despiertos. Y lo peor, escucharles todas las sandeces que digan, y reír cuando se ponen sangrones.

Acaba de morir uno de ellos, quizá de los más conocidos, el General de Brigada de la Reserva José Castro Delgado, a los 86 años, jefe de la escolta del Delirante en jefe, y que perteneció al Minint durante 49 años. Siempre se veía su cara de dóberman detrás, al lado, delante del disparatero mayor. Por su fidelidad con fidelio fue generosamente recompensado: recibió varias condecoraciones estatales como las Medallas por la Lucha Clandestina, Lucha Contra Bandidos, “Olo Pantoja” y “Eliseo Reyes”, estas dos últimas, de primera clase. Usted le regala esas cosas a un indio del Amazonas y te reduce gratuitamente la cabeza.

En ese triste oficio de cachanchán y barrera humana, hay de todo. Uno los ve en las películas protegiendo mafiosos, presidentes americanos, deportistas famosos y raperos. Conocen sus vidas y a veces hasta son parte de ellas, aunque no imagino a Castro, el barbudo, llorando en el hombro de Castro el escolta porque una mujer lo rechazó, o no lo valora cuando él, desnudo y con botas, le cuenta los planes que tiene para llegar por fin al cuartel Moncada tantos años después.

Siempre hay peligro si estás cerca de un tipo importante. Sabes sus gustos, sus costumbres, sus horarios, y lo que es mucho peor: sus secretos. Aquellos momentos de debilidad o de flaqueza en los que bajó la guardia y se confió. Por ejemplo, quienes cuidaron al Delirante durante su romance vacuno con Ubre Blanca, de seguro le vieron suspirar, fueron testigos de cómo le temblaba la voz cuando la vaca enfermaba, y contemplaron sus lágrimas cuando murió. Lo que no hizo con los que embarcó en su guerra personal y en el camino de sus ambiciones. Lo que no le nació cuando murió su madre.

Entonces cambian peligrosamente los papeles. El que protege, se convierte en un cabo suelto, aunque sea capitán o general, como este que ha muerto ahora tirado a mondongo. De ahí no sales, al menos vivo. Y si lo logras, te traban con mil trabas. Como al teniente coronel Juan Reinaldo Sánchez, que fuera lapa del comediante en jefe desde 1977 a 1994, y que al final escapó y escribió un libro. Él contó su odisea: “Al presentar mi jubilación, no querían que me jubilara, y me propusieron varios trabajos. Yo insistí en que quería jubilarme. Entonces me acusaron de insubordinación y me condenaron a dos años de prisión. Soporté muchas cosas, desde torturas hasta intentos de asesinarme en la prisión, lo cual está bien detallado en mi libro”.

Hum, un libro, lo que más asusta a esos jerarcas que te ven como una toallita sanitaria: te usan y te tiran. Pero un libro, algo que queda ahí casi para siempre y donde se recogen todos los secretos que no se conocen y nadie quiere que se conozca y por eso son secretos. Como este guardián, que escribió sobre el Delirante: "Era como un dios. Yo me tragaba todas sus palabras, creía todo lo que decía, lo seguía a todas partes y habría muerto por él". Pero, siempre hay un pero. Respirar el mismo aire de estos tiranos tóxicos te llega a intoxicar. Y a él le pasó, porque Fidel tenía “un ego muy grande que no le permitía soportar críticas de nadie y se enfurecía fácilmente cuando se le contradecía o no se cumplía al pie de la letra lo que él orientaba. Era, además, egocéntrico. Le gustaba ser aclamado y vitoreado por las masas”.

Debe ser un cansancio acumulativo. Un tedio ligado con aturdimiento ir de aquí pa´ llá mirando tejados, vigilando pajaritos que pueden echar sobre el prócer sus opiniones fecales, no pestañear porque el enemigo pudiera estar en cualquier parte. Y, lo peor de todo: escuchar constantemente al protegido. Esos delirios de grandeza de Castro 1 le inflaman la cabeza hasta a Beethoven, que oye poco y tenía sus trompas de Eustaquio medio bloqueadas y a media asta. Y eso que muchos veían al hombre como un gran hombre, como el inventor de Cuba, el descubridor del fufú de plátano.

Nadie conoce sus vidas, sus desvelos, porque no tienen vida privada. Los han privado de cualquier cosa que parezca una vida por cuidar la vida de otro. Este último escolta, Castro, desapareció un buen día de la pantalla del televisor y nadie se preguntó dónde estaba. Y ahora, plaf, “por decisión familiar, el cadáver de Castro Delgado fue cremado”. Cenizas al viento. Aunque hay otros que son cremados antes.

En los últimos tiempos hemos visto guarda nalgas de nuevo tipo. No sé si seguirá siendo “un sistema de protección donde se encuentran varios anillos de protección con determinadas funciones cada uno de ellos”. Ya contemplamos al Cangrejo, el nieto robustamente bruto de Castro 2, Raúl, el general sin batallas. Ese rompía el protocolo porque era un colo proto, o un protozoo.

Imagino lo difícil que debe ser hoy en día cuidar de las espaldas y el vientre prominente del narizón Puesto a Dedo. Y sobre todo “escuchar sus ideas durante todo el día”. Estar a su lado cuando Díaz-Canel confiesa que ama el amor y odia al odio. Sentir su eléctrica fuerza de voluntad cuando afirma que Cuba va a construir el socialismo. 

Escucharlo hablar inglés y sobrevivir a eso. 

Es dura y corta la vida de los escoltas. Porque, ya digo: cuando un hombre necesita que lo protejan, es porque sabe que alguien no lo quiere bien. Algo mal habrá hecho.