Hace un par de años, el escritor cubano Gilberto Padilla desempolvó para sus lectores un viejo librito de cocina que traía recetas culinarias del Período Especial. Se titula Con nuestros propios esfuerzos. Algunas experiencias para enfrentar el Período Especial en Tiempos de Paz, disponible en formato PDF en el sitio Cuba Material, que coordina la investigadora María Antonia Cabrera Arús.
Las nuevas disposiciones del recién concluido VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba me recordaron algunos pasajes de ese volumen, pues lo que el cónclave comunista nos sirve es otra ración de “castrismo sin Castro”.
Entre las delicias que recoge el folleto Con nuestros propios esfuerzos…, Gilberto cita cuatro platillos de lo que él considera el “recetario del diablo”.
El “Congrí de palma”, por ejemplo, requiere la sustitución del frijol por el cogollo del emblema nacional. “En la parte que separa el tronco de la palma de las pencas de guano están las yaguas y en su interior existen unas fibras blancas, esa es la parte a utilizar”, aconsejan.
El problema estriba en que, en Cuba, está prohibido usar los símbolos patrios con propósitos gastronómicos, según el decreto 268 de la Gaceta Oficial, explicaba Padilla.
Clones y sustituciones abundan en la culinaria castrista tanto como en los congresos del Partido. La diferencia es que las comidas inmundas irán a parar a las mesas de los cubanos, mientras que el plato fuerte de los cónclaves partidistas es el hueso que la nomenclatura arroja a la prensa extranjera.
Bastaron unos minutos de cocción para que los corresponsales de las agencias noticiosas foráneas prepararan su sopa de piedra. Con el retiro de Raúl Castro terminaba el período dinástico de la Revolución Cubana, repitieron los medios. Entrábamos por la puerta de la cocina en la era post-Castro.
Pero esa narrativa para consumo de los “amigos de Cuba” en el extranjero no se la traga el cubano hambreado. El castrismo no ha concluido, sino que sustituye unos ingredientes por otros. El reemplazo nominal de seis figurones de la vieja guardia por el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, es como si Margot Bacallao fuera ascendida, sin previo aviso, al puesto de Nitza Villapol. No hay dudas de que ahora Gaesa tiene el sartén cogido por el mango.
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El símil puede servirnos si hacemos la salvedad de que la nueva Margot tiene los ojos claros y la piel blanca de los “caciques”, y una historia tormentosa con la rica heredera del general jubilado. Su nombramiento equivale a la proclamación monárquica “Qu'ils mangent de la brioche”, o “¡Que coman avestruz!”.
Si en Cuba existiera la carne de res, podría decirse que las corresponsalías extranjeras le han aguantado la pata a la vaca del castrismo. El VIII Congreso del Partido confió en que la prensa se encargaría de completar su narrativa, y así fue. Porque así ha sido siempre, desde los tiempos de Herbert Matthews hasta los de Mauricio Vicent.
Los panegíricos al hombre fuerte que deja su cargo luego de seis décadas de abuso de poder lo retratan como un sujeto mediocre a la sombra del gran hermano, aunque capaz de construir un formidable ejército que logró aplastar a sus enemigos, incluidos los “invasores de Bahía de Cochinos”.
Utilizando la popular receta con que Barack Obama despidió el duelo del primer Castro, una reportera concluye, citando a analistas anónimos, que “el jurado aún no ha decidido si [Raúl Castro] será recordado como un reformador exitoso o como el curandero de un experimento socialista fallido”, pero jamás como un vulgar dictador.
Sin embargo, el tribunal del pueblo dejó claro cuál es el veredicto en el caso del viejo tirano. Su odiosa consigna “Patria o Muerte” quedó destronada por el lema “Patria y Vida”, que marca el auténtico momento de transición poscastrista. El caso del joven Luis Robles, que el déspota mandó a la cárcel y a quien piden una condena de al menos seis años, en el momento que cualquier otro gobernante habría aprovechado para conceder el perdón, lo capta mucho mejor que los reporteros afines.
Seis décadas atrás, Raúl Castro encarceló por tiempo indefinido al periodista Otto Meruelo por el crimen de haberlo llamado “la-china-de-los-ojos-tristes”. El veredicto del pueblo contra el dictador que cantaba baladas de la Revolución Cultural dedicadas a Mao se expresa en el improperio lanzado contra su continuador: “¡Díaz-Canel, sing**!”.
Ese ultraje es también el nombre del apetitoso platillo que el Politburó tiene delante. La mesa está servida, y la receta de la nueva época que ya se cocina en San Isidro se llama Freehole Negro.
Imagen de portada: Carmen Vivas/El Independiente