Una noche larga en el policlínico de Jaimanitas

Eran las 10 p.m. Al Cuerpo de Guardia entró Zulema, con su hija menor y el esposo. Se acabó la novela, dijo la enfermera, tú verás cómo se pone esto
Una noche larga en el policlínico de Jaimanitas
 

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Ahora muy poca gente lo visita, porque saben que al menor síntoma van ingresados por sospecha de COVID-19. Pero en otros tiempos, según la historia que me cuenta Tito, era un circo.

"Fui custodio del policlínico por tres meses. Debía cuidar los bienes sociales y proteger la integridad física de los médicos. El doctor de guardia aquella noche era Ramírez, la enfermera María y Paty la laboratorista. La noticia del momento era la fuga en una lancha del doctor Maceda, muy conocido en el pueblo". 

"Ya Maceda tuvo un intento fallido y le dimos otra oportunidad de continuar ejerciendo la medicina", dijo el doctor Ramírez. "Ahora mira. Dudo mucho que allí pueda acercarse a un hospital".

Eran las 10 p.m. Al Cuerpo de Guardia entró Zulema, con su hija menor y el esposo. Se acabó la novela, dijo la enfermera, tú verás cómo se pone esto.

Por la puerta apareció Chacho con su madre y las dos hermanas, venían a darle aerosol a un niño. Luego vino una mujer con la presión alta, después un borracho que se cayó de una escalera. De repente el cuerpo de guardia estuvo lleno de gente. Medicina gratis, gritó la enfermera. 

En media hora la enfermera puso 16 inyecciones y seguía llegando gente. El servicio era de corte y clava. A la medianoche no vino nadie más y Paty y la  enfermera se fueron a dormir. El doctor Ramírez se fue tras ellas.

A la una llegó un joven apuñaleado. Corrí por el pasillo, llamé a Ramírez y a la enfermera, pero el problema era otro, afuera habían dos individuos que querían rematarlo.

Intenté ayudar al  muchacho herido y me rechazó. Ramírez lo ayudó a sentarse en la camilla. Le quitó el pulóver, observó el pinchazo. ¡Cierren la puerta...!, repitió el herido. Lachy "la rata", con un machete, y Mingo y El tinta, con punzones, querían entrar al policlínico. La enfermera me habló en el oído.

"Custodio, se me había olvidado decirte, el arma de ustedes para defendernos está detrás del refrigerador de la enfermería: un palo".

Como los conocía de Jaimanitas los convencí de salir del policlínico, pues el doctor Ramírez iba a llamar a la policía. Se marcharon y el herido se fue, Ramírez volvió a acostarse, por poco tiempo, porque apareció Eddy, el fotógrafo, con la noticia que había encontrado ahorcado a Tony, el plomero, y tuve que despertarlo. 

Medio dormido el doctor llamó por teléfono a Medicina Legal. Le dijeron que enviarían a los especialistas. Dio la dirección. Vaya para su casa, espere a Criminalística. Y que nadie toque nada.

"Es el quinto que se ahorca en el mes", murmuró Ramírez. "Un número alto para un pueblo chiquitico". Se fue a dormir, diciendo que estaba loco por irse para una misión, a cualquier parte: Timor, Somalia, Haití, pero al poco rato tuve que despertarlo de nuevo, cuando apareció en el cuerpo de guardia una mujer casi desnuda, gritando: ¡Ayuda, me han envenenado!

- ¿Qué pasa ahora...? Una mujer envenenada, doctor. Voy enseguida, su voz esta vez pareció molesta. 

Sin la bata y más despeinado que nunca, llegó al cuerpo de guardia y miró a la mujer, luego a mí. Venga, pase a la consulta. Resultaba surrealista aquella escena del doctor Ramírez atendiendo  a la mujer semidesnuda, que cruzó  las piernas, le pidió un cigarro y mientras saboreaba el humo le contó su historia: Estaba completamente segura que aquello era obra de Víctor. "¿De quién más, doctor... dígame...?"

Ramírez se levantó y le pidió a la mujer que lo acompañara. La inyectó. Con ese medicamento no debe preocuparse. Puede irse. Báñese, acuéstese, descanse. La mujer se fue y el doctor durmió nuevamente. 

Pero al poco rato apareció de nuevo desorbitada y gritando: "¡Todos están envenenados! De Quinta B para allá, ¡todos están envenenados...! ¡Fue Víctor! ¡Yo sé que fue Víctor...!"

Cuando llamé al doctor sentí un gruñido y una frase despectiva. Doctor, de nuevo la mujer, ahora dice que hay más envenenados. 

Ramírez llegó sin la bata y sus greñas como si acabara de salir de una riña. Sin hacer el mínimo caso a la historia de la mujer la llevó a la enfermería y la inyectó. Luego dijo: Listo. ¿Y los demás envenenados, doctor? Estarán bien, no se preocupe. Vaya a su casa. Intente dormir.

De pie, en medio del cuerpo de guardia, observábamos en silencio a la mujer dando vueltas como un carrito loco. Ni siquiera una escena preparada de antemano hubiera resultado más estúpida.
"¿Con qué medicamento la está inyectando, doctor?".

"Con agua. Es un típico caso de esquizofrenia compulsiva. En estos momentos está sufriendo un cuadro de híper realismo. Víctor es un personaje que necesita, para justificar su estado crítico. La tomó por el brazo, la llevó hasta la puerta. Es necesario que descanse. Ya le inyecté su medicina. Nosotros nos encargaremos de Víctor".

Cuando terminó su turno de guardia, al salir el sol, dice Tito que sintió un profundo alivio. Escribió en el libro de incidencias que el servicio de guardia se efectuó sin anormalidades y los pacientes que asistieron fueron atendidos con la profesionalidad característica.

"En aquel momento comenzaron a llegar las personas para el laboratorio y desperté a las enfermeras. Después vino mi relevo. Me fui apresurado, como esos vampiros que se desvanecen con la luz, porque es la noche su única posibilidad de existir", concluye Tito. 

 

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