Hay un chiste famoso de Ronald Reagan que dice más o menos así: “si el comunismo llegara a un país árabe, al mes estaría importando arena”. Los cubanos sabemos de esas cosas: tras 60 años de sufrir ese régimen de oprobio y bobería, nos hemos vuelto compradores de azúcar y, recientemente, de café, dos íconos de la economía nacional.
Planes van y vienen para restituir la antigua gloria de los sembrados, curar los cafetos enfermos, desbrozar de maleza las plantaciones abandonadas, ganarle la partida en el mercado internacional a los colombianos, los estadounidenses —malvados yanquis— y los vietnamitas… Planes que fracasan y dan paso a otros planes.
Según medios oficiales, el objetivo ahora es llegar a las 30 mil toneladas de café en 2030. Vaya usted a saber si la coincidencia de los dos números “30” es mera casualidad o de verdad los jerarcas de La Habana creen que se puede lograr. Pero lo cierto es que la caficultura nunca lo ha pasado bien bajo el régimen de los Castro.
Cuba produce una cantidad ínfima de este grano, entre 8 mil y 9 mil toneladas al año, una cifra ridícula en comparación con las 61 mil toneladas de 1961, cuando se impuso el récord productivo vigente. En la década de 1950 las cosechas oscilaban entre las 40 y 60 mil toneladas.
Después de 1961 todo ha sido un cachumbambé. Durante esa década la producción se desplomó a mínimos históricos debido a la emigración de los plantadores a la ciudad, llamados a filas por las urgencias de la “Revolución” y el fin de las inversiones. En las décadas de 1970 y 1980 hubo una recuperación visible, pero volvió a caer luego de 1990 cuando desaparecieron los compradores del campo socialista.
“Si cotejamos el panorama del 2002 al 2011, cuando la producción promedio continuó contrayéndose hasta quedarse sólo en 8 mil toneladas, entonces no andamos tan mal. Pretendemos cerrar el año 2019 con el plan cumplido de 9 mil toneladas de café oro y para el 2020 ya están planificadas 10 mil”, detalló el año pasado un medio de Santiago Cuba.
Con 9 mil toneladas no se satisface la demanda interna, que ronda las 24 mil toneladas al año. De hecho, Cuba importa de Vietnam 8 mil toneladas más anualmente para acercarse a ese número.
Viene al caso recordar lo tragicómico de esta situación, pues el país asiático no producía ni un kilo de café hasta los años 70, cuando expertos cubanos llevaron las primeras plántulas para enseñar el secreto de su siembra y producción a la tierra de los anamitas. Hoy Vietnam es el primer productor mundial de café y Cuba, un país cuya cultura cafetalera se remonta al siglo XVIII, ni siquiera puede satisfacer la demanda interna.
Los primeros cafetos llegaron a la Isla en 1748 de manos del comerciante habanero José Antonio Gelabert, quien inició su cultivo cerca de La Habana. Otros historiadores, principalmente de origen hispanos, sitúan la llegada del grano en 1769, procedente de San Juan de Puerto Rico.
Lo cierto es que a finales del siglo XVIII comenzó el boom del café, cuando recalaron en el oriente del país los atemorizados franceses de Haití, con su dinero, sus esclavos y sus plantas, huyendo de la revolución negra. La debacle de la economía haitiana dio una oportunidad en el mercado a los plantadores recientemente asentados en Cuba. También convirtió a la colonia en la isla del azúcar, como sabemos.
Para tener una idea del desastre, ya en 1826 Cuba producía unas 12 mil toneladas de café. Hoy ni a 10 mil alcanzamos. La profecía de Reagan se cumplió.