Cuba: Más allá de las payasadas

Me preocupa, y mucho, que los activismos en Cuba, poco entrenados en lidiar con la pluralidad, en nuestro empeño podamos ignorar las libertades de otros grupos sociales.
Marcha por el orgulo gay en La Habana, 2019.
 

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Los recientes sucesos en torno a denuncias en redes sociales y ante instituciones oficiales cubanas contra un grupo artístico de payasos residentes en la provincia de Matanzas, pone de relieve las profundas carencias que sufrimos en la Isla para ejercer una ciudadanía responsable, informada y empoderada.

Mientras desde Religión en Revolución nos aseguran que el Partido Comunista de Cuba expulsó y canceló los contratos de los integrantes del grupo, Yoelkis Torres, uno de los activistas denunciantes, asegura que Ellos no tenían ni contrato firmado, habían muchas violaciones en su funcionamiento y eso debía arreglarse”, para agregar después que “En ningún momento los payasos han sido expulsados”.

No me es posible saber el efecto real que han tenido estas acciones cívicas sobre las personas que integran el grupo de teatro infantil Los Parchís, pero desearía realmente que no perdieran sus empleos.

Ciertamente, a mí me preocupa mucho el auge de los fundamentalismos religiosos en Cuba, sobre todo si miramos similares avances en América Latina, los cuales han significado no solo la proliferación de discursos de odio, sino que muchas conquistas para grupos desfavorecidos y discriminados han vuelto a estar en riesgo.

Pienso en derechos como el de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, o el derecho al reconocimiento de las uniones entre personas con sexualidades y expresiones de género no heteronormativas.

Pero también me preocupa, y mucho, que los activismos en Cuba, poco entrenados en lidiar con la pluralidad, en nuestro empeño podamos ignorar las libertades de otros grupos sociales.

Por ejemplo, reconocer como legítima una instancia como la Oficina de Atención para los Asuntos Religiosos (OAAR), adscrita al Comité Central del PCC, para “guiar política e ideológicamente” a las organizaciones religiosas, ya de por sí es violatorio de las libertades políticas y religiosas de las personas.

 

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Algunas personas, con comprensible preocupación, consideraron apelar a esa instancia para frenar las activas expresiones de odio generadas desde iglesias cubanas contra la comunidad LGBTIQ durante los meses previos a la aprobación de la nueva Constitución. Querían impedir que salieran a las calles, que pusieran sus carteles ofensivos en los postes, que nos humillaran.

Pedir ahora a la OAAR que revise los vínculos de trabajo de los payasos es algo muy temerario, pues definitivamente dará pie a un proceso de represalias carente de transparencia y garantías contra lxs artistas, que pudiera incluso tergiversar las intenciones de los activistas.

Quizás lidiar con las instituciones que tenemos en Cuba puede ser una opción válida para cierta parte del activismo, pero es ahí donde debemos reconocer y explicitar las asimetrías que sufrimos, la vulnerabilidad que tenemos al “negociar” con tales estructuras, y el peligro que implica hasta para nuestra propia dignidad y credibilidad.

No olvidemos que esas mismas instituciones son las que perpetúan la discriminación y la falta de diversidad en todos los planos: político, económico, artístico, sexual, de género, racial, y muchísimos más.

No nos parece correcto exhortar a que la OARR desmonte el aparato ideológico de nadie, desde la posición de poder y autoritarismo en que se encuentra. Ello, sin ahondar en que tal desmonte es francamente imposible, si no se da desde los imaginarios y las luchas sociales.

Mi lógica me dice: ante tu marcha, mi marcha; ante tu cartel, mi cartel, sin caer en la tentación de limitar los derechos de las personas a través de estructuras estales castrantes y arbitrarias.

¿Pero cual es el espacio que ofrece el Estado para que se dé ese debate? Prácticamente ninguno. La respuesta a la denuncia presentada por los activistas fue pedirles “confianza plena en el PCC”, es decir, confíen en una institución política hegemónica en la isla, con total incapacidad de diálogo con las nuevas corrientes de pensamiento y anquilosada en conceptos que nunca pudieron siquiera llevar a la praxis.

Miremos el adoctrinamiento en nuestras escuelas, por ejemplo, y comprenderemos que no tiene sentido acudir a quien no genera más que uniformidad, aburrimiento y censura.

Debemos tener más cuidado en nuestro activismo, y no reproducir ni propiciar las mismas lógicas represivas del Estado contra nuestros oponentes ideológicos.

Y sobre todo, respetemos la libertad política. Ojalá algún día romper un periódico Granma no sea usado como instrumento de desacreditación. Ojalá existiera en Cuba más que un solo periódico para romper.


*Este es un artículo de opinión. Los criterios que contiene son responsabilidad exclusiva de su autor, y no representan necesariamente la opinión editorial de ADN CUBA.

Escrito por Isbel Díaz Torres

Isbel Díaz Torres (Pinar del Río, Cuba - 1976). Graduado de Biología en la Universidad de La Habana. Escritor y poeta. Analista, activista social y defensor de Derechos Humanos en áreas como Medioambiente y comunidad LGBTIQ. Fundador de organizaciones y colectivos autónomos en Cuba como Guardabosques, Proyecto Arcoíris, Observatorio Crítico, y Taller Libertario Alfredo López. Coordinador del Centro Social ABRA.

 

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