En los últimos tiempos se ha incrementado el maltrato animal en Cuba y los caballos resultan las peores víctimas, sobre todo los animales de tiro, expuestos a cargas excesivas y jornadas laborales con horarios sin límites.
Caballos medio muertos en la calle, desfallecidos ante las voces insolentes y golpes de los dueños, se ven a lo largo de la isla, sobre todo en los pueblos donde el coche es el medio de transporte más común.
Pero, en Jaimanitas, dos caballos se han rebelado contra sus dueños y les han provocado serios daños físicos, tal vez iniciando una arremetida de esa especie contra la raza humana.
La primera desobediencia equina ocurrió en el callejón de los chivos, cuando el caballo de Mingo, hastiado por los golpes y los insultos, le propinó una patada en las costillas a su dueño que lo dejó tendido. Lo llevaron al hospital, donde permaneció en cama hasta que los médicos lo declararon fuera de peligro.
Mingo cuenta su historia a ADN Cuba después del gran susto.
“Fue como si me hubiera chocado un tren. Perdí el conocimiento, al despertar creí que no salía del trance con vida. Cuando regresé a mi casa lo vendí. No quiero ver más a ese bicho cerca de mí. Es cierto que yo lo reprendía mucho, que le daba con una cabilla porque era un caballo haragán, que a las seis de la tarde ya quería irse a dormir y que tampoco le gustaba la hierba del día anterior. Era un perfecto engreído. Lo vendí y le saqué lo mismo que me costó hace un año, aunque me dejó sin aire y con fracturas de costillas”.
El caballo de Mingo ahora pertenece a Gainza. Ya es un caballo famoso. La gente lo evade por temor a una inesperada embestida. Gainza no lo sobrecarga. Ni lo ofende. Mucho menos osa ponerle un dedo encima.
“No vaya a ser que me dé una patada como a Mingo y me saque la gandinga por la boca”, expresa su nuevo dueño, que no le quita la vista de encima un segundo.
El otro animal que ha hecho historia por insubordinación es el caballo de Artimio. Según cuenta su dueño, el animal se puso celoso porque el cariño profesado cuando era potro se había esfumado y en su lugar solo encontraba humillación y pesadumbre. Artimio relata el hecho:
“Era tarde, lo desensillé, pero no le puse agua, ni comida. Le hablé como a mi maldito enemigo. A él, el animal que me garantizaba el sustento mío y de mi familia lo traté como a un perro. Luego lo empujé, para que se apartara de mi camino, y le dije que se fuera al mismísimo infierno. Entonces fue cuando me dio esa terrible mordida en el brazo, que casi me lo arranca”.
“Pasé 15 días con el brazo en llamas. Era un dolor irresistible, y cuando me hacían aquellas curas de caballo lloraba como un niño, porque la mordida casi había llegado al hueso. Retiraban todo el tejido muerto para controlar la infección. Gracias a Dios al fin sané, ya estoy aquí, de nuevo en la pelea”.
Miguelito Melón, vecino de Artimio, es natural de Bayate y experto en ganado caballar. Dice que cuando un caballo muerde, ha llegado al estado clímax de la ira.
“En Bayate rige un principio: el caballo que muerde a su dueño termina hecho carne. No me explico cómo después de esa mordida, ese caballo todavía anda por la calle, así como así”.
Artimio le responde a Miguelito:
“No lo maté, le hice algo peor, lo castré. En eso soy un especialista”. El caballo, sin testículos y con la herida sin curar, va dejando un rastro de sangre por la calle. Miguelito explica que la castración debe realizarse con una pinza de corte y no con un cuchillo, como parece que la realizó Artimio. Asegura que el animal está condenado a morir pronto, de miasma, si no se toman medidas urgentes y le aplican desinfectantes y antibióticos.