Ni los más expertos estaban preparados para asimilar esta pandemia. En diciembre del año pasado la COVID-19 sorprendió al mundo, y lo que comenzó siendo un virus en Asia se propagó y en poco tiempo contagió a cientos de países. Millones de personas han sido las víctimas que le han puesto rostro a esta abominable enfermedad, algunos la han librado, otros miles se han ido sin siquiera tener tiempo de despedirse de sus seres queridos.
Frenar el virus ha sido la tarea de orden en los últimos meses, y mientras los científicos de todo el mundo, incluyendo a nuestro país, investigan sobre una vacuna que ponga fin a la pandemia, otros ayudan a aligerar los daños y a evitar que se siga propagando la enfermedad.
¡Fumiga Paquito, fumiga!
Es común ver en las calles de Cuba a hombres con “bazucas” al hombro y tablilla en mano. Ellos son llamados fumigadores, entran a los hogares a combatir a los mosquitos propagadores del dengue, zika, y chikungunya. Sin embargo la historia que proponemos hoy no combate precisamente estas enfermedades, sino que ahora el humo de las “bazucas” fue cambiado por otra sustancia para combatir el coronavirus.
En el centro de aislamiento de la Universidad de Matanzas están trabajando dos fumigadores, uno de ellos es Fabián Alejandro Labrada.
“Fumigamos con los aspersores, utilizamos hipoclorito rebajado al 0,5 por ciento lo cual nunca antes habíamos hecho”, dijo Fabián a ADN Cuba.
Ahora en su nuevo centro laboral Fabián ha estudiado y seguido todas las medidas según el protocolo para prevenir el contagio del virus.
Este joven de 23 años vive con su madre y con dos hermanos en Playa, Matanzas. Su familia está orgullosa de que él esté ahí, pero también está preocupada porque ante una enfermedad mortal todo cuidado será poco, más si tiene que exponerse día y noche en la primera línea de infección.
“He tenido buenas experiencias, he interactuado con diferentes personas y hasta ahora he estado bien, nos hemos ayudado entre todos y hemos tratado de hacer el trabajo lo mejor posible”, agregó.
Su trabajo consiste en fumigar las habitaciones de los pacientes que dan de alta, y también la de los pacientes positivos; debe desinfectar además los colchones y las camas.
“Me resultó impresionante el trabajo que tuve que hacer un día, estaba relacionado con uno de los fallecimientos que tuvimos por la enfermedad. Ocurrió en Bloque E, cuando fui a desinfectar la habitación el cuerpo aún estaba ahí, lo vi, estaba cubierto con nylon, eso me impresionó demasiado. También tuve que fumigar el cuerpo”.
Fabián cuenta que el trabajo de los fumigadores prácticamente es de 24 horas.
“Acudimos cada vez que se nos necesitan, si nos llaman de madrugada nosotros tenemos que levantarnos y hacer el trabajo de desinfección”.
Dice que durante todo este tiempo le ha tocado trabajar con diferentes personas y diferentes grupos de médicos pero que de forma general han ido acoplando como equipo.
Mensualmente Fabián sigue cobrando el mismo salario que cobraba en el centro de Salud donde trabajaba anteriormente, no importa que ahora esté expuesto a un peligro mayor, por decirlo de alguna manera: en Cuba la peligrosidad no se paga. “No hemos recibido una remuneración monetaria diferente a la que ya cobrábamos antes. Nos siguen pagando el mismo salario”, aclaró.
En esta tarea de enfrentar la COVID-19 no son pocos los médicos o el personal de ayuda que se ha enfermado, incluso muerto. Sin embargo no todas las historias tienen que tener un final infeliz, la de Fabián poder ser diferente; ojalá que las medidas de seguridad que esté usando sean suficientes para mantenerse alejado del virus, que su nueva “bazuca” cargada ahora con hipoclorito sea suficiente para matar al virus que tantas muertes ha sumado a su lista.