Este lunes 23 de marzo el prisionero político cubano Ernesto Borges tuvo un día de confinamiento como otro cualquiera, aunque arribó a los 54 años de edad. El próximo mes de julio llegará otra fecha nada festiva: se cumplirán 22 años en la cárcel condenado por espionaje.
En 1998 fue arrestado, cuando pretendía entregar a funcionarios de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana un listado de veintiséis agentes de la Seguridad del Estado que entrarían a territorio norteamericano. Borges era capitán de la contrainteligencia del cubano Ministerio del Interior y se le acusó de tentativa de espionaje.
Según contó al diario ABC su padre, Raúl Borges, la Fiscalía Militar lo condenó a muerte en 1999, pero luego se le conmutó por 30 años de privación de libertad. Aunque debería haber librado con la tercera parte de la condena (10 años), sostuvo el padre, las autoridades cubanas se han negado a excarcelar al exagente y hoy activista político.
Ernesto Borges es uno de los presos políticos cubanos que más tiempo ha pasado tras las rejas. Según su padre dijo a Diario de Cuba, en 2010 el entonces cardenal Jaime Ortega intercedió por su caso ante Raúl Castro, pero el general le habría respondido que Borges “eran un caso de él”.
Su padre ha referido que las condiciones de Ernesto Borges en prisión nunca han sido buenas. Los primeros diez años estuvo en una celda de aislamiento, semioscura, semitapiada y sin ventilación, en la prisión de máxima seguridad de Guanajay (provincia de Artemisa). Desde 2011 se encuentra en el Combinado del Este (La Habana), en una celda también oscura.
“La oscuridad de la celda le afectó la vista, la pésima alimentación le aumentó los problemas gástricos y, la falta de oxígeno, el asma crónica. Esa última patología le ha producido enfisemas pulmonares que ponen en riesgo su vida”.
Raúl Borges asegura que Ernesto padece 12 enfermedades, “nueve de ellas son crónicas debido a las infrahumanas condiciones carcelarias”.
Borges es uno de los últimos hijos de la Guerra Fría. Cursó estudios en la escuela de la KGB en la desaparecida Unión Soviética y simpatizó con las medidas de Perestroika que impulsaba Mijaíl Gorbachov.
Cuando regresó a Cuba en 1989 se decepcionó del camino tomado por el gobierno cubano ante los cambios en el “campo socialista” y con el tiempo buscó pasar información a diplomáticos norteamericanos sobre las operaciones de la Seguridad del Estado cubana.
El prisionero ha realizado varias huelgas de hambre, entre ellas una para pedir la liberación del excontratista norteamericano Alan Gross y otra por la excarcelación de los prisioneros de la Primavera Negra.
En 2012 hizo una huelga durante 25 días exigiendo su libertad, al cumplir un tercio de su condena. En vísperas de la visita del papa Benedicto XVI, el cardenal Ortega lo visitó y le pidió que abandonara la protesta. El activista accedió a condición de que el clérigo conversaría nuevamente su caso con Raúl Castro, pero Ortega (ya fallecido) nunca dio respuesta.
“Mi hijo arriesgó su vida para proteger a los Estados Unidos de 26 espías cubanos. Le pido al presidente Obama que considere su caso”, dijo su padre a la agencia Reuters en la época de distensión política entre los gobiernos norteamericano y cubano.
Ernesto Borges se mantiene con un futuro incierto. Su familia ha apelado ante el sistema judicial cubano, pero el ministerio del Interior se ha negado repetidamente a pasar al prisionero a un régimen de mínima severidad, condición que le habría permitido salir en libertad en un plazo menor.
Su madre falleció el 14 de febrero último sin poder ver a su hijo en libertad. A Borges se le permitió ir a la funeraria fuertemente custodiado y esposado.