Víctor Jiménez Cabrera y su pareja Laura Esther, una joven recién graduada en la especialidad de estomatología, planean casarse en Cuba. Por diversos motivos, los cubanos prefieren casarse en tiempos de crisis económica.
Durante los años duros de la segunda crisis que atravesó el país— y que el eufemismo que caracteriza a la retórica del Partido Comunista insistió en llamar Período Especial— el acto de contraer nupcias tenía generalmente muy poco de romántico.
Aunque no es totalmente conocido, el llamado Período Especial no surgió en la década de los noventas del pasado siglo, sino en la década de los setenta, cuando Cuba comenzó a desarrollar “la Doctrina de la Guerra de Todo el Pueblo a partir de la visión estratégica de la Revolución, las experiencias del acontecer nacional y las características del país”, según las propias palabras del fallecido dictador Fidel Castro.
Los padres de Jiménez Cabrera le contaron que los matrimonios, durante el Período Especial, fueron por necesidad, no por deseo.
“Fue otra de las maneras que tuvieron los cubanos para reinventarse la cotidianeidad en medio de una época hostil, donde llevar comida a la mesa estaba más cercano a una proeza, un acto de pura sobrevivencia”.
Nacidos y criados en uno de los cientos de solares de la barriada El Canal, Caridad Fernández y Jorge Enrique Rodríguez, junto a otra pareja de amigos, decidieron contraer matrimonio. Transcurría el verano de 1993, y la idea era vender las cervezas y disfrutar tres días en una casa en la playa.
“Cuando te casabas te daban tres cajas de cerveza, diez botellas de ron, el cake, los panes, una casa en la playa y un bono para comprar ropas, zapatos y una plancha, si acaso en ese momento había. Lo vendías casi todo y te ibas a la casa en la playa para olvidar por tres días”, rememora Caridad con lujo de detalles.
“Casarse costaba cien pesos, después a los tres meses te divorciabas y ya. Recuerdo que nos casamos en una oficina de Registro Civil que existía en la calle Magnolia, incluso hubo gente que hicieron de casarse un negocio”, añade Tania Díaz, la otra amiga.
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Las cifras no mienten
Una breve búsqueda en las estadísticas, publicadas en el Anuario Demográfico de Cuba que expide la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI),los matrimonios celebrados en el quinquenio 1990-1994— los años más críticos del “Período Especial”‒se catapultaron en la Isla.
En 1989 se concertaron en Cuba 85 535 matrimonios ‒8,1% por cada mil habitantes‒, crecería poco más de un punto en 1990 (101 515), y a partir de 1991 (162 020); 1992 (191 429); 1993 (135 138); 1994 (116 935).
En el quinquenio 1990-1994 hubo un 72% por ciento de crecimiento de matrimonios en comparación con el quinquenio anterior (1985-1989). Esas mismas estadísticas arrojan que en el quinquenio posterior, 1995-1999, la tasa de matrimonios decreció un 21%.
“Fueron los años donde más la gente se casó. Fue inusual y tremendamente raro que, durante los períodos más duros donde apenas tenías tiempo para explicarte a ti mismo cómo ibas a sobrevivir el día siguiente, la gente se le ocurriese casarse”, apunta Mabel Izquierdo Casanova, que asegura haber contraído matrimonio, dos veces, con el padre de sus tres hijos.
“Era prácticamente un deporte ese ciclo de casarte y divorciarte. También una manera, más o menos legal, de conseguir dinero, porque vendías todo lo que te daban cuando te casabas”, relata Izquierdo Casanova, actualmente dueña de una peluquería privada.
Incluso los índices de divorcios concedidos, como refleja el propio Anuario Demográfico, aumentó en el trienio 1992-1994, siendo la única vez ‒entre 1966 y 2010‒ que la cifra superó más del 5% de divorcialidad por cada mil habitantes en el país: 1992 (63 432); 1993 (64 938); 1994 (56 712).
Estas cifras van en paralelo con ese relato social que describe cómo la “creatividad” de los cubanos ‒arma blanca que hoy utiliza el régimen para folclorizar el advenimiento de un nuevo Período Especial‒ llegó a utilizar el matrimonio, no como institución social, sino como negocio o trueque efímero.
Quizá por ello en el bienio 1970-1971‒a la par que se entronizaba la crisis económica en aquel entonces‒ se experimentaba también un aumento significativo (115 160 y 113 082 respectivamente) de matrimonios concertados por la necesidad, como atestiguan los cubanos que sobrepasan los setenta años de edad.
Para los jóvenes como Víctor y Laura Esther, el matrimonio no será el vínculo conyugal intrínsecamente relacionado con la familia, o constituyendo en sí mismo su núcleo, sino que dependerá de si el régimen en la Isla decide sumir a los cubanos, por tercera vez en seis décadas, en una reconfiguración social que exigirá como precio la desvalorización de las relaciones que hasta ayer fueron sagradas.