Una cola de tres días para comprar cigarros

En los últimos tiempos, los cigarros encabezan las listas de productos en déficit en toda Cuba. Es una situación que ha provocado acaparamiento de los revendedores y el  alza de precios
Cubanos haciendo cola para comprar cigarros. Foto: Francisco Correa (ADN Cuba)
 

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El viernes 8 de enero en horas de la mañana, una furgoneta de la empresa BrasCuba llegó a la unidad de venta Kiosco de Jaimanitas, perteneciente a la cadena de tiendas Panamericana de la corporación Cimex, y la surtió con cigarros.

En los últimos tiempos, los cigarros encabezan las listas de productos en déficit en La Habana, en toda Cuba. Es una situación que ha provocado acaparamiento de los revendedores y el  alza de precios.

Inmediatamente muchas personas hicieron una cola y esperaron a que empezara la venta. Pero la dependiente del kiosco informó que el producto había llegado sin el código y no podía despachar hasta que no viniera la contadora de la empresa, para activar el código en la caja registradora.

El percance no desanimó a los presentes, que permanecieron impasibles frente al establecimiento estatal en una cola que fue creciendo hasta llegar a la calle Tercera. Pasaron las horas y la situación continuaba. La gente comenzó a protestar, a cuestionar el servicio y la pereza de los trabajadores de corporación militar Cimex S.A.

Por la tarde nadie se había movido de su puesto, y la cola se alargaba. En una ocasión la dependiente advirtió que no perdieran más el tiempo y regresaran al otro día, pues la contadora no tenía vehículo y a esa hora resultaba difícil que viniera a la unidad comercial.

Un individuo localizó el número telefónico de Atención al cliente, de Cimex, para quejarse por aquel escenario tan absurdo, y grande fue su asombro cuando al otro lado de la línea un funcionario en lugar de atender su queja, le realizó un interrogatorio.

“Dígame su nombre y sus dos apellidos, su número de carnet de identidad, su dirección… ¿Ese teléfono del que está llamando es suyo? ¿Anteriormente se ha quejado por algún problema de la corporación Cimex…?”.

Casi insultado por las preguntas, el hombre le recordó que el objetivo de su  llamada era emitir una queja y estaba gastando el dinero de su teléfono. Le contestaron, secamente, que “ventilarían” el problema.

“Dicen que van a ventilar el problema”, informó el hombre al regresar a la cola y entonces llovieron los chistes sobre lo irracional de la solución.

Algunos dijeron que hacía falta un ventilador gigante, para resolver ese y todas las dificultades para obtener abastecimientos, la escasez, la indolencia, el mal trabajo en las tiendas del Estado. Y otro: “la tarifa eléctrica a pagar por tanto aire necesario sería inmensa”.

La dependiente del kiosco a las seis de la tarde cerró el establecimiento y en la cola se tomó el acuerdo, de que los turnos se mantendrían igual al otro día. Todos se fueron a sus casas.

El sábado se repitió la película: la contadora nunca vino con el código, el malestar de la población se multiplicó, al igual que la hilera de personas esclavas del vicio y de la ineptitud del Estado.

En la esquina de Tercera y 234, varios individuos se aprovechaban de la situación revendiendo cigarros Criollos, H. Upmann y Titán. La gente que pasaba y veía la cola, preguntaban si había entrado pollo, o detergente. Cuando le decían que la fila era para comprar cigarros movían la cabeza en desaprobación, se reían de lo ridículo de la escena.

“Tremendo marcaje que tenemos”, dijo el que había realizado la llamada el día anterior, “todo el que pasa y nos ve desde ayer clavados en esta cola, esperando por el famoso código, dirán: esta gente quieren más los cigarros que la comida”. “Pero es que la caja de Criollos la revenden a 20 pesos, y los H. Upmann a 40”, continuó.

“Cuando traigan el código voy a comprar dos ruedas y olvidarme por unos días de la escasez”.

A las seis de la tarde la dependiente se marchó. Por segunda vez acordaron que los puestos de la cola se mantendrían con el orden previsto desde el viernes, pero el domingo en la mañana algunos se quedaron dormidos, otros se confiaron, y la cola perdió totalmente su “organización” cuando abrieron el kiosco y dijeron que el código lo habían dado por teléfono.

Se armó otra cola distinta a la original, mayormente de personas que pasaban en aquel momento por allí, una molotera que se sacudió con la noticia que solo se despacharían cuatro cajas por personas y además debían tener el dinero exacto, porque en el establecimiento no contaban con vuelto para dar. Al mediodía no quedaban cigarros en el kiosco.

 

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