Mientras revisaba el documento “Prostitución en tiempos de coronavirus”, circulado por la organización Médicos del Mundo ‒fundada hace 30 años por especialistas franceses‒, donde se denunciaba la precaria situación que enfrentan las trabajadoras sexuales en el mundo a raíz de la expansión del Covid-19, recordé a Yarilis.
La imagen del Parque La Fraternidad en un estado de desolación nunca contemplada en al menos las últimas cuatro décadas, es sobrecogedora. Cuesta imaginar este enclave habanero sin la ebullición de sus personajes pintorescos, donde suelen camuflarse las mujeres que, como Yarilis, ofrecen servicios sexuales como única vía de ingresos.
Desde que fue decretada la emergencia nacional en la Isla, decenas de trabajadoras sexuales en La Habana viven bajo el temor de que la cuarentena se extienda y no puedan hacer frente a los gastos familiares.
“No conozco otra manera de sobrevivir. Hace más de 10 años, entre robar al Estado y ofrecer mi cuerpo como elección de trabajo, opté por lo segundo”, comentó Yarilis, de 49 años y oriunda de Camagüey, que en octubre de 2015 perdió a su hija de 17 años de edad, asesinada por su pareja.
“Estaba preparada para las frecuentes redadas policiales, las multas, o incluso para la cárcel en caso de ser acusada por ‘peligrosidad’, el delito por el cual nos condenan a quienes nos prostituimos. Pero nunca imaginé una pandemia como ésta. Ésta cerrazón que nos ha cortado de cuajo el único modo de buscarnos la vida”, lamentó Yarilis.
El Artículo 72 del Código Penal considera estado peligroso la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos, demostrada por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista.
Sin haber concluido sus estudios de Contabilidad, obligada a colaborar con el sostén de su numerosa familia, Belkis eligió prostituirse cuando apenas tenía 18 años de edad. A los 20 conoció la prisión cuando fue condenada bajo el delito Estado Peligroso.
“Nadie en Cuba come como Dios manda, ni se viste decentemente, viviendo solo del salario obrero. Mis padres, jubilados ambos, son testimonio de eso. Elegí ofrecer mi cuerpo como fuente de trabajo, no como estilo de vida. Y ahora por causa del coronavirus y la cuarentena, me he quedado en medio de la nada. Lo que tenía ahorrado se gastó en comida para la casa”, relató Belkis, quien fue advertida, por el jefe de sector de su consejo popular, de que sería acusada de Propagación de epidemia y Peligrosidad si “ofreces tus servicios aquí en el barrio”.
“Ni siquiera yo había pensado en instalar mi trabajo aquí, en el barrio donde vivo. Fue el jefe de sector quien me dio la idea sin él saberlo. Si para alimentar a mi familia tengo que violar su advertencia, lo haré”, dijo tajante Belkis.
El Artículo 73 especifica que, el estado peligroso se aprecia cuando el sujeto concurre en alguno de los índices de peligrosidad siguientes: la embriaguez habitual y la dipsomanía, la narcomanía, y la conducta antisocial.
En su apartado segundo, este mismo Artículo considera por conducta antisocial, al que quebranta habitualmente las reglas de convivencia social mediante actos de violencia, o por otros actos provocadores, viola derechos de los demás o por su comportamiento en general daña las reglas de convivencia o perturba el orden de la comunidad en que vive, como un parásito social, del trabajo ajeno o explota o practica vicios socialmente reprobables.
Para Amanda Isabel prostituirse es también un trabajo. En su caso ofrecía sus servicios a los turistas extranjeros por la zona del Vedado, y excepcionalmente en la Habana Vieja.
“De milagro no me contagié con coronavirus, porque estaba en Villa Clara visitando a unos parientes. Cuando regresé ya los extranjeros que se quedaron estancados en Cuba no podían salir a las calles”, contó Amanda Isabel, quien a su regreso tenía una citación para hacerse el test del COVID-19.
“Estoy fichada por la policía por jinetera. Aunque nunca he estado en prisión, tengo varias cartas de advertencia por peligrosidad. Tanto el jefe de sector como la médico de la familia se burlaron de mí el día del test; me dijeron que ahora se me había acabado ‘la fiesta’ por la cuarentena. Una burla bastante cruel, y más viniendo de la doctora que es mujer y que no pocas veces me aceptó algún que otro obsequio”, señaló Amanda Isabel.
“No hice caso al refrán que siempre me repetía mi difunta abuela: guarda pan para mayo y maloja para tu caballo. Pero quien iba a saber que el coronavirus pondría en jaque al mundo entero y a Cuba más. Mis ahorros se acabaron entre comprar comida y aseo personal en el mercado negro. Mis amigas de oficio están en las mismas, halándose los pelos y rezando porque el coronavirus desaparezca por arte de magia”.