Yadira, la jabá del callejón, es una joven que regresó de España en el 2005, luego de vivir unos meses en Madrid, y cuenta la historia de su triste bienvenida.
“Ir a España y ver Madrid es una experiencia que te marca para toda la vida. Vivir en un departamento con vista a la Gran Vía, ver los cuadros del Prado, viajar a Portugal, Marruecos, Canarias, Sevilla, Punta Hombría… y después renunciar a todo ese lujo y a la comodidad para volver con los tuyos, a compartir el hambre y la incertidumbre, y el sobresalto existencial, hace que no deban llamarte jinetera como hicieron conmigo, no es justo”.
Yadira se muestra iracunda todavía al recordar su detención y el proceso al que fue sometida al regresar a Cuba. “¿Qué pasa?”, les dijo:
“Las jineteras se quedan con la comodidad y el lujo, como se han quedado artistas, funcionarios, deportistas, y los hijos de papá, que alguna vez tuvieron la posibilidad de salir”.
Después de 15 años de ocurrido, Yadira sigue ofendida por su apresamiento y el interrogatorio, y la oficina asfixiante al fondo de la unidad, y el teniente que hojeaba su pasaporte como buscando encontrar algo sucio en los cuños, y preguntaba una y otra vez: ¿Por qué regresaste? ¿Así que España...? ¿Cómo fuiste? ¿Tu novio español te invitó? ¿Cómo lo conociste? ¿Entrando a la marina Hemingway… frecuentas la Marina?
El móvil del arresto-detención fue regresar, no hay dudas, ¿y era delito? ¿Y tú carné de identidad? Aún no he tenido tiempo de sacarlo… ¡Ah... porque no tienes carné de identidad...! ¡Ni dirección de La Habana! ¡Entonces, eres una ilegal...!
Yadira se pregunta si regresar fue estupidez o locura. El teniente se puso de pie, llamó a un soldado y señaló a la muchacha. No hicieron falta palabras, el soldado la tomó por el brazo y ella no opuso resistencia, doblaron por un pasillo con paredes llenas de musgos y apareció una puerta de hierro, que el soldado abrió y entraron a otro pasillo, apestoso y oscuro, donde se escucharon voces apagadas y chistes.
Figuras acostadas en el piso, o en posiciones meditabundas, le dieron la bienvenida en la celda sin luz donde la dejaron, donde su perfume Givenchy se vio mutilado por olores de mujeres que tuvo que andar a tientas para no pisarlas y se desplomó en un rincón, estaba perdida.
“Luego de una semana presa allí, conviviendo con mujeres con todo tipo de delitos, me deportaron a mi provincia. ¿Mi delito? Regresar. Es la conclusión que saco de mi historia. Me enamoré y me dejé engatusar por un español, que al final resultó una decepción porque me había llevado a España con el objetivo de mostrarme como su último trofeo de caza: la mulata que hacía competencia a Beyoncé, la santiaguera que volvió loca a la colonia desde los tiempos de la conquista, pero también me molestaban sus chistes racistas, terriblemente insulsos, y la manera de comer el gazpacho, igual que los cerdos del matadero de su familia”.
“La solicitud de mi regreso antes del tiempo fijado en la visa también llamó la atención a los funcionarios de la embajada cubana, que me hicieron todo tipo de preguntas. Les dije que me venía a Cuba por mi abuela… y por mi hija… y dudaron… para ellos la justificación era increíble... al final me metieron en la olla de presión… 10 días en una celda inmunda y rodeada de ratas, para al final ser deportada para Santiago de Cuba”.
“A los pocos días regresé a La Habana otra vez. Me casé. Hice el cambio de dirección. Tuve familia. Ahora soy feliz y quiero hacer pública mi historia: yo, Yadira, la jabá del callejón, la que prefirió pasar hambre entre los suyos, con el pedacito de jabón y el tubo de pasta de diente que se volvía una hoja de papel de tanto exprimirlo, que vivir colgada en una pared de Madrid como un bisonte, o un pobre jabalí”.