La vida triste y sencilla de un pescador de Jaimanitas 

A Rascacio, un pescador pobre de Jaimanitas, le importan poco las tiendas en divisas y las medidas de un gobierno que "va contra la gente". Lo suyo, dice, es luchar el alimento del día y esperar al siguiente, y para eso sólo le importa el mar
Corcho amarrado al muelle de los Pejediente en Jaimanitas
 

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La desigualdad social en Cuba crece como la espuma. Antes se notaba poco, pero la crisis de los 90 y las medidas implementadas la pusieron en evidencia, y ahora, con las nuevas tiendas en dólares, la discordancia será mucho más difícil de no distinguir.

Rascacio es un pescador que vive en una casucha junto al mar, en la ensenada de Jaimanitas, con su esposa Amatista y su hija de seis años llamada Zafiro. Como no tiene televisor, ni radio, no sabe de las nuevas tiendas en dólares y dice que tampoco le interesan. Sobrevive de lo que pesca en su corcho y los alimentos que forrajea en el agromercado.

“No me interesa estar informado. Total, si cada vez que el gobierno anuncia una nueva ley es en contra de la gente. Hace tiempo me desentendí del mundo y solo espero un día despertar con la bulla de que se cayó el gobierno. Aunque creo que moriré sin disfrutar esa noticia”.

“A mí lo que me salva es pescar. Siempre cojo alguna mojarrita, o ronquitos, y en los días de suerte alguna cubera, o una picúa. Y la calandraca, que los pescadores del malecón la persiguen como pan caliente. Con eso hago mi dinerito, para las cosas de la casa y de la escuela de Zafiro. El resto es acostarnos temprano y descansar para esperar el nuevo día”. 

Con la pandemia Rascacio estuvo 100 días sin salir a pescar en el corcho y sobrevivió gracias a sus mañas de viejo pescador, tirando el anzuelo desde el portal de su casa de noche, cogiendo morenas y salmonetes, o tirando la atarraya para atrapar sardinas.

“Antes de que llegara el COVID-19 el mar se había quedado sin peces, a tal punto que tuve que guardar el corcho y ponerme a trabajar como ayudante de Cachimba, el soldador, que me explotó todo lo que quiso. Por 20 pesos al día, menos de un dólar, tenía que cargar la planta y subirla al riquimbili, cargar el herraje, lijar, soldar y pintar las rejas durante ochos horas. Peor que si trabajara para el estado”.

“Renuncié a Cachimba y me fui de ayudante con Pedro el albañil, que me explotó aún más. También por 20 pesos cargaba los bloques, la arena y la piedra, batía la mezcla y servía los cubos. Además, dar pico y pala en una fosa que no tenía fin”.

“Me disgusté con Pedro y me puse a vender confituras en la calle. Iba de madrugada a comprar la confitura por detrás del telón a los trabajadores de la fábrica La Estrella, en el Cerro, para luego revenderla a domicilio. Todo iba bien hasta que la policía me detuvo en la calle por venta ilícita y en la estación me decomisaron la mochila con la mercancía, me quitaron el dinero y además me pusieron una multa que todavía no he podido pagar”.

Entonces llegó el nuevo coronavirus. Los pescadores debieron encerrarse en sus casas por más de 100 días y el mar se reformó. La fauna marina se repuso. Con la desescalada ha salido varias veces y en los últimos días ha capturado pargos y rabirrubias, que ha vendido rápido en la 5ta avenida.

“Aunque ha muerto mucha gente y ha sido un calvario para el mundo, el mar ha sentido un gran alivio, porque muchas especies que ya no se veían han regresado. Se han multiplicado los cardúmenes. Ayer vi una mancha de pintadas y otras de manjúas, que habían desparecido”.

Su casucha junto al mar es lo más parecido a un bajareque del tiempo de los indios: de madera con techo de guano, de una sola habitación que a la vez es cuarto, sala y cocina. En un rincón hay una mesa y dos sillas. El baño es una taza empotrada sobre un montículo y protegida por una cortina. Mucha gente no imagina que todavía en Cuba queden familias viviendo así.

Rascacio sonríe. Sus preocupaciones no son el precio de un Split, ni de un televisor de pantalla plana, ni las nuevas aplicaciones para los teléfonos celulares teléfonos ni los programas de computación. Su inquietud principal al levantarse es saber para donde está la corriente ese día, o si hay marejada, porque espanta los peces, y cuidarse de la lancha Guardafrontera, para que no le quiten el pescado que con tanto trabajo ha conseguido.

“Tengo una vida sencilla y creo que sana”, dice el pescador mientras revisa el nylon antes de embarcarse en el corcho. “Mi único desvelo es el plato de comida del día y eso me lo regala mi mejor amigo: el mar”.

 

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