Amarilys, que lleva semanas sin salir de su casa en el municipio Caibarién (provincia Villa Clara) por el rebrote de la pandemia, preguntó en la tienda que ocupa el antiguo Ten Cents del pueblo “cuánto cuesta ahora un paquete de cigarrillos negros”. Estos, junto al ausente café, más los encarecidos rones nacionales, ocupan lugar preeminente en el goce diario de los cubanos simples, como su esposo.
Eulalia, la empleada del establecimiento que antes vendía “solo por divisas convertibles”, explica que “ya no puedo venderle entera la rueda de cigarros”, que antes costara entre 6 y 7 CUC. Ahora permiten comprar “solo 4 cajas de las 10 que trae el paquete, y a 24,50 CUP cada una”, o sea: 45% más caro que el precio aumentado del año anterior. Y eso, a pesar “de las nuevas restricciones, que ya ni nos tocan por la libreta”.
A continuación, le dice que “ahora cada cajetilla cuesta tanto porque todo subió hasta las nubes”, y que “para colmo de males ya no se podrá pagar, al menos en esta tienda, con tarjetas, porque el POS este de m… ni funciona”, refiriéndose al dispositivo electrónico que ambas tienen delante.
De modo que Amarilys, con el salario entero depositado en ese plastiquito que le tramitó “su banco”, bufa y se pone colorada al percatarse de “la doble estafa de esta gente, descarados todos que están acabando con este país”. Porque la empleada y ella saben que los pagos en moneda contante y sonante no admiten los descuentos “del 5 y hasta el 10% que con la transacción electrónica te ahorras”, los cuales siguen publicitándose a troche y moche hasta en los medios oficiales, aunque ya no sea posible al invalidarse los dispositivos para las tarjetas, que han devenido obsoletos, inservibles “y ni vienen a recogerlos”.
Amarilys requiere a la gerente de esa tienda de Variedades “para el turismo”, buscando “que le aclare el asunto, y de paso eleve su queja”, pero se encuentra en el camino a Taimí, la jefa de piso, quien trata buenamente de apaciguarla:
—Mire, clienta, los muchachos de ETECSA vinieron la semana pasada cuando les llamamos, creyendo que fuera un problema suyo, y nos dijeron que como ya tenemos 4G en el sistema de trasmisión de datos y esos viejísimos trastes son 2G, pues no será posible efectuar ningún canje hasta que los dueños los cambien.
¿Quiénes son los dueños? Pues no se sabe. Amarilys se promete preguntar luego en el banco donde meten y sacan tantos dineros. Tampoco allí le dirán “cómo solucionar su inconformidad ciudadana”.
Ante el desconcierto, y dadas las aspiraciones propaladas por el gobierno de “recuperar como sea los millones circulantes”, Amarilys riposta:
—Venga acá ¿y por qué en la tienda vecina, que ni siquiera es por divisas de las de verdad [dólares], aún usan los mismos cacharros y siguen cobrando sin líos?
—Ah, no sé. Ya “subimos” esa preocupación, que no es solo suya, a la dirección provincial nuestra y jamás contestaron.
Tras oír esa respuesta resbalosa de Taimí, Amarilys ni se da por aludida. Insatisfecha sin remedio, comienza un periplo por los comercios estatales cercanos, “a ver si alguien me confirma esta cabroná”.
En un establecimiento TRD-Caribe, descubrió que funciona un POS muy parecido, el que acepta pagos en moneda nacional, y entonces retornó a la tienda Caracol donde comenzó su descalabro inicial para informarles:
“En aquella están aplicando el 5% de descuentos con cada compra electrónica”. Declaración que cae en un vacío insondable frente a la perplejidad del auditórium.
—Pues vaya entonces Ud. a comprar allá.
—¡No me diga! Allí no tienen lo que ustedes tienen. Que en conjunto es casi ná.
Inmediatamente, migró a otra tienda estatal, de Cimex-Panamericana, alejada del centro, para encontrase con el mismo rollo e incertidumbre:
—Aquí tampoco funcionan esos tarecos— le espeta Silva, el administrador, con desidia— Y tó el mundo por ahí pa’rriba lo sabe.
“Desde enero paró el envío de cobros electrónicos porque nos rebotaban, y luego, como para que no molestáramos más, nos desconectaron del sistema, los compañeros de Fincimex”.
Fincimex es un emporio que absorbió al Banco Financiero Internacional sin que hubiese impedimentos legales, y ya es otro de los brazos adscrito al Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAE o Gaesa) de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), suerte de institución blindada por el General Raúl Castro y al mando de su ex yerno Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, alto oficial devenido funcionario intocable a pesar de sanciones foráneas, aún al frente de ese conglomerado de empresas que decide inconsultamente los destinos de casi todos los fondos del país.
Los trabajadores de los bancos restantes en activo, quienes repartieron entre la población tarjetas magnéticas de diferentes denominaciones, no saben explicar —o no les dejan— cómo se imbrica el misterioso sistema de liquidaciones finales solo a través de Fincimex, que se preserva de fisgones incómodos con auditores propios, y que ni cuentas rinde al Parlamento o a la Contraloría General de La República, a pesar de que el Banco Metropolitano, el Popular de Ahorro o el de Crédito y Comercio, teóricamente subordinados al Banco Central, se mantengan cuales proveedores y emisores de todas las cuentas personales.
En Caibarién, de 29 establecimientos activos en el territorio que aceptaban pagos electrónicos, incluidos kioscos, sitios de recreo, servicios varios y abastecedores de combustibles (Cupet), solo uno ha quedado admitiendo transacciones virtuales.
Para ganar en información y quitarse el pesimismo, Amarilys acudió a una cola enorme en la plaza del nuevo bodegón adjunto al parque “La Libertad”, en donde solo admiten divisas extranjeras, convertidas en dólares norteamericanos digitalizados y depositados previamente en cualquier sucursal del Banco Central de Cuba. Desde dentro o desde fuera.
Allí la gente madrugó porque se supo “que han sacado galletas”. Pocos respetan el espacio interpersonal necesario para prevenir el coronavirus, en un pueblo donde aumentan, como en tantos, los contagios.
Para no indagar “si hay cigarros por fulas”, ni esperar a por galletas u otro producto deficitario en su precario universo, Amarilys apela al custodio de la puerta y por una rendija desde la cual escapa un frío paralizante, pregunta “si el POS de aquí funciona, hágame el favor…”
La vigilante, que está “harta de que le pregunten boberías” se sonríe, y le susurra:
—Niña ¿y tú crees que la venta aquí se va a parar porque no haya conexión con las alturas? Debes estar muy loca: te vendemos el Capitolio hasta sin corriente —. Y, con “permiso”, le tranca de un golpe la puerta en la cara.