Por lo general, los cubanos son dados a la fiesta, no hay ocasión en la que no quieran celebrar con familiares y amigos, y cualquier ocasión es buena para escuchar un poco de música, incluso bailar.
Pero con la llegada de la pandemia a la isla todo esto se ha trastocado un poco, al punto de que el gobierno ha prohibido las fiestas, poner música en los hogares si llega a escucharse en la calle y bombardear con esta a los recluidos en los centros de aislamiento para sospechosos de COVID-19.
Un ejemplo de esto último es el que relata Camilo Conde Rodríguez en una carta enviada a la redacción del periódico oficialista Juventud Rebelde, la cual fue publicada en la sección Acuse de recibo de dicho medio este 13 de febrero.
Residente de Calle 2, No. 516, entre 5 y 7, Boca de Jaruco, en el municipio Santa Cruz del Norte, de la provincia Mayabeque, Camilo cuenta en su carta que junto a su familia y otros vecinos de su poblado estuvo internado en el centro de aislamiento para sospechosos de contagio de la COVID-19 ubicado en la base de campismo Los Cocos, del Litoral Norte.
De esta situación denuncia dos experiencias adversas, y aclara que lo hace para que sirvan de muestra de lo que no debe continuar sucediendo.
Refiere que al llegar al centro de aislamiento en el ómnibus que los trasladó, el cual iba repleto, en un primer momento los encargados de controlar esa operación no les permitieron bajarse, obligándoles a permanecer ahí por más de media hora, "hacinados y sin tener en cuenta que había niños y personas de diferentes edades".
"Además, con el temor de todos de que en el grupo hubiera algún positivo a la enfermedad, con la consiguiente posibilidad de riesgo de contagio para el resto", y agrega que solo les permitieron abandonar el ómnibus tras fuertes reclamos por parte de ellos, y bajo protesta de quienes les recibieron.
La segunda cosa que señala es "la música a altos volúmenes y por largo tiempo, ininterrumpidamente", sin ningún tipo de consideración hacia el estado de estrés de muchos de los que se encontraban en aislamiento: "desde niños pequeños hasta ancianos, sin respetar el derecho de muchos al silencio y la tranquilidad, alegando que otros querían oír música".
"No critico el tipo de música, sino la extensión en el tiempo de la misma: entre semana, de más de ocho horas ininterrumpidas, y el domingo de más de diez horas, lo que se volvió insoportable, obligando a tener en algunos casos las ventanas cerradas para amortiguar el impacto".
Asimismo, afirma que "esta situación se les planteó en varias ocasiones a los directivos al frente del centro, y fueron incapaces de darle solución".
Considera Camilo hubo falta de empatía "por parte de los que dirigen la recepción y permanencia de quienes están en aislamiento. Que no hubo iniciativa y actuaron con rigidez, sin considerar que en la situación nuestra pudieran en algún momento estar ellos o sus familiares".
De igual manera asevera que "faltó capacidad para buscarle solución al problema de la música en beneficio general, como, por ejemplo, controlar el volumen y ponerla por intervalos de tiempo. Creo que no han interiorizado que Los Cocos dejó de funcionar como campismo y ahora es un centro de aislamiento para sospechosos de contagiarse de la COVID-19".