Los destacamentos organizados por el gobierno para vigilar las “colas”, esas enormes filas que se forman en Cuba para comprar todo lo que escasea, se han convertido en “coleros”, personas que ocupan lugar en las filas a cambio de dinero.
Resulta irónico: este grupo de personas, supuestamente leales al gobierno y sus directrices, debían evitar justamente que hubiesen negocios turbios en las filas. Pero el cubano utiliza cualquier resquicio para obtener beneficios, asegura a ADN Cuba la periodista independiente Mary Karla Ares.
En la Zona 6 de Alamar, uno de los barrios de la periferia de La Habana, una “cola” provocó disputas entre los ciudadanos cuando estos se dieron cuenta de que los vigilantes habían tomado los turnos en su provecho, para revenderlos luego, una práctica usual para aumentar los ingresos, golpeados por la inflación.
Las colas se han vuelto parte de la vida cotidiana de los isleños, quienes están obligados a comparar a sobreprecio los pocos productos que oferta el Estado haciendo filas “kilométricas”.
Los extranjeros que visitan la isla se quedan maravillados ante el tamaño de las filas. Las “colas” se han convertido en una especie de “marca país”, como el Buena Vista Social Club, el tabaco Habano y la barba de Fidel Castro.
Aunque son presencia constante desde la caída del campo socialista, la pandemia de coronavirus recrudeció la crisis económica en la isla. Entonces proliferaron las “colas”, se hicieron más grandes y persistentes.
Los ingresos procedentes del turismo desaparecieron casi por completo. El Gobierno reaccionó a principios de año con una reforma monetaria, además de una reforma de precios y salarios. Después de 25 años, el peso cubano (CUP) es la única moneda en circulación. Sin embargo, hay otra moneda muy fuerte en Cuba: el dólar estadounidense.
Para acceder a las divisas, el Gobierno abrió tiendas estatales de cambio de divisas en octubre de 2019, en las que se pueden comprar electrodomésticos y repuestos para automóviles y, desde junio de 2020, alimentos y productos higiénicos con tarjeta en moneda extranjera.
En los otros negocios, sin embargo, la oferta es muy reducida, y donde hay productos a la venta, se forman colas enormes. Mucha gente, sobre todo personas mayores, no pueden o no quieren hacer “cola”. Además, la población se preocupa por el riesgo de contagiarse con el coronavirus. Esto ha originado el surgimiento de un nuevo oficio: el colero, una persona que hace cola y cede su lugar por una pequeña suma o revende la mercancía en mercados clandestinos.
Las medidas higiénicas y la reducción de horarios de apertura por la pandemia potencian aún más la longitud de las “colas”. Algunos marcan y venden su lugar por casi dos dólares. Otros suelen pedir el doble. En los establecimientos donde se venden electrodomésticos, un turno en la cola puede costar mucho más.