La pandemia del coronavirus postergó uno de los lineamientos vitalicios del partido: la unificación de la moneda.
En el dale hacia atrás del gobierno para buscar divisas se autorizó nuevamente el pago en dólares. Lincoln, Jackson, Franklin y los demás cabezones campean otra vez por La Habana.
El peso cubano, nuestra moneda nacional, ve eclipsarse con el virus la posibilidad de adquirir su viejo valor real, sesgado entre otras causas por el mal manejo de la economía del país por parte del gobierno y un largo etcétera, donde caben todas las leyes y disposiciones que hacen del socialismo un fracaso.
Para crear una crónica lo más objetiva posible, busqué al personaje principal del análisis: un peso cubano. El 199924 de la serie GM-22, y mientras me contaba sus avatares en la calle le seguí la pista. Vi cómo era su vida y la de sus hermanos en moneda nacional.
“Nosotros estamos marginados por el CUC, porque somos 24 veces menores que ellos. En cambio, esa distancia es mayor de lo que se aprecia. Hay que ser un peso cubano para saberlo”.
Me contó que, de nuevo, cuando estaba en el banco esperando para salir a la circulación, vivió una vida de vergüenza.
“De noche, en el frío silencio de la bóveda del banco, escuchábamos cómo se reían de nosotros los paquetes de CUC y cómo las altas denominaciones nos echaban carcajadas en la cara. Todos los Martí de los billetes nos sentimos ofendidos. Cuando salimos a la calle fue peor”. Me mostró un ejemplo, fueron transacciones relámpagos en un breve periodo de tiempo donde casi lo pierdo.
Una anciana que lo tenía se lo dio a la dueña de una paladar, por un pirulí, y enseguida la dueña se lo dio como vuelto a un hombre que compró un pan con pasta, que le compró un periódico Granma a un viejo de aspecto mísero que pasaba por la acera y que entró a la cafetería, por café… pagó con el peso y la dueña lo devolvió al cliente que seguía en la cola, que corrió a una parada donde acababa de detenerse un ómnibus y que echó el peso en la alcancía, pero el chofer lo sacó antes que cayera en la caja y se bajó, y se tomó un refresco con el peso en un timbiriche. Allí lo recuperé.
“¿Viste? Esa es la vida un peso, siempre en el bajo mundo”.
Le pregunté cuál era el promedio de vida de un peso y me dijo que eso variaba.
“Algunos vivimos un día, o un poco más. Otros cinco años… tal vez 10 … conozco a un hermano mío que lo utilizaron el primer día para recoger una caca de perro, aún olía a nuevo. Otros billetes gozan de una vida infinita, en las cajas de los coleccionistas”.
“Lo único que puedo asegurarte sobre un peso cubano, es que a los que sorteamos los obstáculos de la vida y llegamos al final de la meta, deben llamarnos héroes. Marcados, con frases, manchados y mutilados, (los signos evidentes del trato con humanos), nuestro final es irremediablemente el fuego, incinerados por el banco”.
“Mi sueño es poder ver el final de esta película. Si al fin nos dejan como el peso cubano que somos, o seguimos esta vida de chuscos denigrados frente al CUC y las otras monedas. Ojalá Dios me dé mucha vida para ver ese desenlace final, donde se decida por fin quién se queda. Esa incertidumbre nos está matando”.
Su testimonio me conmovió, a tal punto que conservo el billete. Lo tengo pegado frente a mi mesa de trabajo y quisiera ver, con él, el final del filme.