Mario y Perdomo están sentados en el Dino, una cafetería situada en la calle 236, en Jaimanitas. Colaboran desde hace años con la prensa independiente. Hoy están de cumpleaños.
Mario es garrotero y tiene un Buick del 57, en muy buen estado. Comenta que nadie habla ya del mal estado de las calles. Según él es un tema latente que hace rato no se toca y es el estado quien debería poner mayor interés en este asunto.
“Cuba compra 150 autos al año para rentar al turismo”, analiza Mario. “Le sacan dinero, pero por el mal estado de las calle esos autos no llegan a la décima renta. Deben ir al taller cuando los turistas los entregan. Hay muchos baches en las calles y las carreteras, por eso son tantos los accidentes. No hay dirección que aguante, no hay transmisión que resista, no hay goma que no se gaste. Antes del año ya todos esos autos están en el taller de La Ferminia, un parqueo lleno hasta el cuello, con más de 2000 autos listos para chatarra”.
“Yo no paso de 40 kilómetros y me han puesto multas por no ir a la velocidad establecida, pero prefiero pagar la multa que gastarme un dineral en arreglar la dirección o comprar gomas”.
El día de Navidad se conmemora el tercer aniversario de un hecho sangriento ocurrido en 5ta avenida. Willy asesinó a puñaladas a Adolfito, a la vista pública; fueron 27 puñaladas con ensañamiento y alevosía que aterrorizaron al pueblo.
Willy se dio a la fuga y estuvo escondido esa noche en Jaimanitas. Hubo miedo colectivo al propagarse la noticia de que Willy tenía una lista. Pero al otro día se entregó y actualmente purga una condena de 25 años en la prisión de Guanajay.
“La prisión de mayor rigor de Cuba”, dice Perdomo, hermano de Willy. “Es una prisión experimental, donde han colocado a todos los presos con cadenas perpetuas y los considerados de extrema peligrosidad, como mi hermano Willy. Son 150 reclusos solos en celdas. No se juntan ni siquiera en el comedor. Están esposados y encadenados a los pies y en la visita estamos solo con él en el salón de público, rodeados de ocho guardias”.
“La última vez que fui a verlo el escáner no funcionaba. Tuvimos que desnudarnos y abrirnos hasta la lengua. Ni así nos consideraban seguros. No vi a ningún otro recluso, pero percibía en el edifico la emanación de lo peor de la sociedad, el olor del crimen”.
Dice Perdomo que Willy también sentía ese olor, pero ya se había acostumbrado porque era su propio olor. Le envío a Perdomo varias hojas escritas con historias de su vida y de las de otros reclusos. Perdomo asegura que dan para escribir un libro.
“Pero no te olvides de las calles”, dice Mario antes de irme, “que también son importantes”.