La represión no puede volverse en Cuba un lugar común, como está sucediendo últimamente. Mujeres sometidas a prisión domiciliaria sin juicio que medie, personas con el boleto de avión y la visa no pueden abordar el vuelo porque le dicen que están regulados, detenciones, desapariciones, decomiso de bienes de trabajo y personales, todo con una naturalidad que da susto.
Que alguien te espíe con técnicas que ni te imaginas, o te sigan por la calle escudriñando cada sitio que visitas, interrogando a las personas cuando te has ido para saber a qué fuiste, control sobre lo que bebes y comes, con quien te juntas y para qué, monitoreo en la cuadra, en el teléfono, en la wifi, amenaza con convertirse peligrosamente en un lugar común.
Es inaudito que exista un recordista de más días regulados, de más detenciones en un mes, de más días en huelga de hambre. Es insólito que se presente un policía en tu vivienda y te diga que debes asistir el lunes a las dos de la tarde a la estación de policía, para un interrogatorio sin presunción alguna de delito y exento del derecho de personarte con un abogado.
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Le recordé al policía que según la ley, la citación debe entregarse por escrito, con cuño y el nombre y apellido del oficial que cita y él no traía nada de eso. Un supuesto defensor del ciudadano a las órdenes del servicio público me decía muy serio que me dejara de formalidades y que era mejor que fuera, porque entonces sería acusada de desacato.
Allí la constitución cayó al piso y el hecho lo compartí en las redes. Muchos comentarios en mi muro de Facebook me alentaron a no asistir, imposible, debía saber de qué se me acusaba si es que existía un delito que no conocía, debía saber qué querían decirme, porque seguro algún mensaje colectivo podía asimilar del interrogatorio.
El lunes a la hora de la citación verbal llegué con mi esposo a la estación y ante de entrar le pedí dejar fe de vida, por si sucedía algún ´imprevisto´, dije que estaba citada allí a esa hora para interrogatorio y de un banco se levantó un hombre vestido de civil y me dijo que ´la cosa´ era con él.
Me llevó a una oficina, me narró mi hoja de vida de principio a fin, mi paso por las bibliotecas comunitarias, mi curso de periodista en la SINA, mis ´volantes´ que publicaba en sitios 'contrarrevolucionarios', mi actividad subversiva en el ciber espacio, como era, junto a mi esposo, agitadores de opinión y víctimas de la manipulación mediática preparada desde el exilio.
Dijo que se llamaba Pedro. Parecía que leía un guion. Tenía cara de haber sido buen estudiante, pero en la carrera equivocada. Estaba apurada por irme de allí y le dije que todo eso lo sabía, que me dijera algo nuevo porque no quería que fuese una tarde perdida.
"Bien, entonces vamos al pollo del arroz con pollo", dijo el tal Pedro, "mañana es 10 de diciembre, día que ustedes aprovechan para agitar ´la cosa´, no puedes salir de tu casa porque vas presa, tampoco dejaremos que participes en ninguna actividad como reuniones o manifestaciones públicas. Así que no has perdido totalmente la tarde, porque guerra avisada no mata soldado".
Increíble, me sentí como si me hubiera portado mal en clases y si no me enmendaba el maestro me daría unos reglazos. Me sentí presa en mí misma, sin siquiera todavía incumplir con las advertencias. Salí de la oficina con la sensación de quien despierta de un mal sueño. Pero no, era real, miré hacia atrás un momento y vi a Pedro que me seguía con la vista intensamente, como queriendo descifrar mis pensamientos.
Doblé la esquina y ya no lo vi más pero estaba segura que el relevo de Pedro me esperaba en la parada y seguiría conmigo hasta mi cuadra, donde algún vecino con instrucciones precisas continuaría el monitoreo a mis movimientos y lo de mi familia, sobre todo mañana 10 de diciembre, día internacional de los Derechos Humanos.