El Periodo Especial de los años noventa sacó al cubano el extra de los campeones. Para sobrevivir se inventaron muchos oficios, e incluso optimizaron otros, como el de “guía turístico”, ejercido alguna vez por casi todos los cubanos.
Elio, del barrio Los Quemados en Marianao, reside ahora en Milán y fue uno de los primeros en recurrir a este “jineteo de guantes blancos”, como él lo llama. “Nunca tuve que acostarme con nadie, ni hacer nada oprobioso para buscarme los dólares. Mi conocimiento de la Historia fue suficiente”, relata.
Sus estudios de Geografía y de Historia Universal, permitieron que Elio sobreviviera en aquellos años duros, cuando la economía cubana tocó fondo y cayeron al piso los preceptos y las actitudes.
“Andando La Habana un día escuché a un guía turístico explicarles a un grupo de extranjeros el origen de las fortificaciones que custodiaban la entrada de la bahía y eran tantas las lagunas de conocimiento de aquel guía, que por poco intercedo, para aclarar las fechas de construcción del Castillo de Los Tres Reyes del Morro y de San Carlos de La Cabaña. Me quedé callado, porque en ese tiempo la policía te cargaba nada más por mirar fijo a un extranjero, en cambio descubrí que servía para ese trabajo”.
Elio comenzó a merodear el Hotel Comodoro, donde su primo trabajaba como custodio y lo tapaba. Bien vestido y con una agenda de trabajo bajo el brazo, se mostraba en el lobby del hotel como un guía turístico en busca de clientes. Era fácil que todos los días consiguiera trabajo.
“La primera vez fueron dos matrimonios de argentinos que salían por primera vez de su país y estaban encantado con La Habana. Eran comunistas, devotos de la revolución y de Fidel. Resultó fácil llevarlos en un taxi por la ciudad, ilustrarles la historia de lucha y el momento histórico que vivía el país. Se emocionaban con mis palabras, lloraron en la Plaza de la Revolución ante la imagen del Ché, y me pagaron más de lo acordado”.
“Si eran reaccionarios al gobierno entonces el trabajo mutaba. Los conducía a los barrios marginales, al hacinamiento y la insalubridad, los volvía un rollo con las dos monedas, le mostraba la cara amarga de Cuba y del Periodo Especial”.
Elio, en Milán, es mesero. Dice que de vez en cuando se da un salto por La Habana a recorrer el casco histórico y recordar cuando era guía de los extranjeros.
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Caridad Molina también fue guía por aquellos años. Docta en la Historia de Cuba y con la facilidad de palabras de los buscavidas, se colaba por el ojo de una aguja. Era la contraparte de Elio por su capacidad de mutar en el oficio.
“Los acompañaba en el recorrido narrándole los hechos históricos y los sitios de interés, la ceiba del Templete, la Plaza de Armas, el Palacio de los Capitanes Generales, si necesitaban cambiar dinero lo llevaba al solar de Cacha, que era maga para estafarlos y luego me daba mi parte. Si buscaban comida criolla allí estaba mi padrino ‘Odi Ká’, con su ajiaco de patas de puerco, su ‘ropa vieja’ y sus precios alucinantes. Si buscaban parejas tenía un repertorio de amiguitos dispuestos, empezando por mí. Si había que emborracharse me emborrachaba. Si había que fumar fumaba. En fin, le saqué mucho a lo de ser guía en aquellos años y pude comprarme mi apartamentico en San Leopoldo”.
En los inicios de la “era turística”, los guías eran trabajadores de corporaciones estatales, pero luego abrieron su espectro a instituciones turísticas y a los hoteles. Ahora están integrados al sistema de protección del Ministerio del Interior, deben reportar determinados “incidentes”, y en ocasiones servir de fuentes o enlaces con los oficiales, pero los “guías turísticos por cuenta propia” escapan de esos deberes.
“Es imposible mantener un control sobre ellos. El número de guías incidentales superan a los del estado”, relata César, residente en una de las calles más transitadas por turistas en La Habana.
“Yo soy guía turístico de mi cuadra, vienen a mí a pedir una dirección o un dato y entonces los agarro y no los suelto más hasta que se montan en el avión. Más que la fría información, el turista busca el calor del país y ahí yo soy la ‘hornilla humana’. Un amigo, un consejero, un hermano. Jamás pido nada, pero siempre terminan dándome más que lo pensado. Un guía del Estado hace su trabajo mecánicamente, luego se marcha a su casa. Nosotros no, seguimos con ellos hasta el límite. Si tenemos que dormir juntos pues bien. Incluso si tenemos que irnos con ellos para sus países, mejor…”.