“Tengo 37 años y desde que tengo uso de razón veo esta calle anegada en agua, como un mar”, dijo a ADN CUBA Alfredo Sarria, un vecino de la calle 238, en Jaimanitas, La Habana.
Conocida popularmente como “la calle del charco”, la 238 permanece inundada; un criadero de ranas y mosquitos que mantienen en vilo a la vecindad.
“Esto fue un tema eterno en las rendiciones de cuenta del delegado del Poder Popular y constaba en el acta como un ´planteamiento´. Venían funcionarios del gobierno con promesas de soluciones, pero nunca resolvieron nada. Hasta que nos cansamos y ya ni hablamos del problema”.
Justo Rivas tiene 84 años y es retirado de la Empresa de Servicios Comunales. Rivas ha vivido toda la vida en Jaimanitas y asegura que el problema de la inundación permanente en “la calle del charco” se debe a que el estado jamás acometió la reconstrucción del antiguo desagüe, que aliviaba las aguas albañales y de la lluvia hacia el mar.
“Jaimanitas contaba con un desagüe que era una obra maestra de ingeniería. Incluso había una persona encargada de su mantenimiento. Por lo menos una vez al mes entraba al desagüe, limpiaba la trampa de sólidos y retiraba los objetos que creaban contención del agua. Pero la Revolución suspendió ese puesto de trabajo y cuando se tupió, en vez de arreglarlo, le dieron otra salida con tubos plásticos que no aguantaron la carga de agua. Las penetraciones del mar terminaron por sellarlo”, asegura.
Las consecuencias inmediatas fueron el desborde de las fosas sanitarias y las inundaciones de la calle 238. Las quejas de los vecinos fueron acicate para el gobierno del territorio, pero nunca llegó la inversión que exigía el problema.
Francisco Chaviano y Ana Aguililla, un matrimonio de opositores que vivía en la calle del charco, denunciaron la situación en los medios independientes, pero nunca pudieron conseguir firmas de los vecinos afectados, que temían a las posibles represalias del gobierno.
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Katia Proenza, vecina de calle Primera, tiene un hijo enfermo producto de una infección cuyo origen puede estar en la fosa desbordada. Katia decidió acudir en los tribunales para apoyar a los opositores en su denuncia, pero un día antes de la vista oral fue visitada por la Seguridad del Estado, que la amenazó con suspenderla de su puesto de trabajo si asistía al juicio.
Igual sucedió con Pedro Peraza, dependiente de una tienda recaudadora de divisas, con su madre enferma y varios certificados médicos que puso a disposición del matrimonio disidente, evidencia de la desastrosa situación en que vivían los vecinos.
“Me advirtieron que mi puesto de trabajo en la tienda dependía de aquellos certificados médicos en las manos el enemigo y tuve que recogerlos”, cuenta.
A principios de 2018 se reportaron 12 casas de calle Primera con fosas sanitarias desbordadas dentro de las viviendas, y una invasión de mosquitos que la hacían la vida imposible a sus moradores. Luego de muchas quejas, la empresa Aguas de La Habana realizó arreglos en el desagüe, pero como otras veces, la reparación fue insuficiente, sin la calidad requerida.
Con el paso del devastador ciclón Irma por la capital, el desagüe colapsó otra vez y la situación empeoró. Crecieron las quejas de los vecinos y la prensa independiente reseñó la desprotección en que se hallaban los vecinos de esta parte del litoral habanero.
Un equipo de inversionistas fue al lugar y diseñaron estrategias, pero los vecinos les advirtieron que si no se recuperaba el viejo desagüe, otra vez resultaría “dinero del estado botado inútilmente”.
Ata Díaz, un vecino de calle Primera, aconsejó a los ingenieros que debían recuperar los antiguos cajones de concretos, colocar una nueva trampa de sólidos y situar un disipador de energía, para restar la fuerza del mar.
“Mi padre era el hombre que limpiaba el desagüe”— cuenta Ata— “Perdió el empleo cuando la Revolución comenzó a cambiarlo todo. Antes de morir me mostró el secreto del desagüe y porqué no se resolvía el problema”.
Los especialistas le prometieron a Ata que tendrían en cuenta sus sugerencias, pero solo retiraron los tubos plásticos tupidos y colocaron tubos nuevos, que ya se tupieron otra vez.
“No comprendo a los ingenieros de hoy. Tropiezan diez veces con la misma piedra y sigue adelante, a tropezar otra vez. Al final somos nosotros, los vecinos, los que pagamos las consecuencias”, comentó Ata.