Iba por la calzada 10 de octubre y se detuvo frente a un hombre que trabajaba sentado frente a una mesa.
“Ostia, tío, ¿mecánico de fosforeras? ¡Joder!”, el español no entendió que una fosforera se reparara. “En mi país por un desperfecto la tiramos… ¡y ya!”.
El mecánico le explicó que en Cuba a todo se le saca el máximo, y enumeró los servicios que brindaba.
“Llenado de gas, cambio de piedra, cambio de magneto, sustitución de rondana, arreglo del protector de llama y reforma de esqueleto. Tenemos además una innovación, que es una patente propia del cubano: el pinchazo con un alfiler para introducir el gas en el tanque”.
A unos pasos vio una parada de ómnibus y un anciano con un cartel: “Doy cambio”. Se acercó.
Era un anciano de 80 años con la vestimenta raída, pero limpia. Tenía un pomo plástico cortado a la mitad lleno de monedas de 20 centavos y otro pomo parecido con pesos de papel y metálicos. El anciano le explicó su oficio.
“El ómnibus cuesta 40 centavos, pero con la desvalorización de la moneda se ha vuelto bastante difícil encontrar cambio. Como suprimieron el conductor, la gente tiene que echar un peso en la alcancía y pierde 60 centavos en cada viaje. Yo le cambio el pesoa razón de 80 centavos. Es decir que el pasajero solo pierde conmigo 20 centavos, así con su peso puede viajar dos veces”.
Una matemática rara que el anciano tuvo que explicarla dos veces, pero volvió a asombrarse al ver en una esquina a un hombre con un maletín y un banco, anunciado “Pelado barato”.
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“¡Joder, tío! ¡Barbero ambulante!”.
“Siéntese aquí. Regresará nuevo a su casa”, antes que el español tuviera tiempo a reaccionar, ya el barbero lo tenía sentado en el banco, le tendió una sábana sobre los hombros y a una increíble velocidad comenzó a cortarle el cabello, mientras le contaba que tenía tres hijos, todos en edad escolar, y que ya habían llegado los uniformes al punto de venta, pero la cola era muy grande, su esposa era el número 326 en la lista y solo iban por el 14.
“Dan un solo uniforme para el curso escolar. Tenemos que comprar por la izquierda por lo menos dos uniforme más. Cuestan 75 pesos cada uno, es decir 6 por 75, ¡450 pesos! Y solo tenemos guardado 96. Por eso salgo a pelar a la calle. En esta calzada hay muchos ‘peluces’, y yo cobro barato. ¡Listo!”.
Del maletín sacó un espejo y el español se observó, le dio 1 CUC y continuó su marcha por la acera, repleta de timbiriches que vendían alimentos y bisutería, hombres y mujeres de todas las edades mostrando productos de todo tipo, sentados frente a puertas que daban a oscuras escaleras con apartamentos en pésimos estados, un conjunto surrealista que no vio en ninguno de los sitios que había visitado antes.
Tomaba fotografías y preguntaba, y de pronto un par zalameras intentaron meterlo a la fuerza en un recinto, “pa´ que goces de verdad”, y el español se alejó atemorizado. Llegó a un parque y encontró a un individuo limpiando cazuelas.
“¡Ostias! ¡Esto sí que es de película!”.
Viejas ollas negras de tizne, a una velocidad inaudita, las raspaba con un pequeño cuchillo y al terminar, quedaban tan brillantes que parecían nuevas.
“Cobro 40 pesos por cazuela. Soy graduado de ‘planificación física’, pero el salario era tan bajo que me fui a cargar sacos a los muelles, donde tampoco tuve progreso. Mi hija mayor va a cumplir quinces años y quiere una fiesta. Es lo menos que le puedo regalar. De noche trabajo de custodio. De día limpio cazuelas. En casi todas las casas de Cuba las cazuelas están que dan pena, porque las cocinas son viejas y no venden quemadores nuevos. Mucha gente tiene vergüenza de traerlas aquí y brindo servicio a domicilio, al mismo precio, porque entre cubanos debemos ayudarnos. Sí, coincido con usted que es un oficio raro. Tal vez yo sea el único en La Habana, pero es un trabajo honrado, que me da el sustento, aunque para los quince de mi hija no he podido ahorrar todavía un centavo”.