El Gatico Vinagrito, en manos de los sesudos del Ministerio del Interior de Cuba, odia al Movimiento San Isidro y a todos los artistas que, según las normas de Fernando Rojas y de Abel Prieto, se han vendido al imperialismo. Al paso que va la isla pronto los niños no tendrán ídolos a mano.
Elpidio Valdés, secuestrado por Villa Marista, no carga ahora contra los rayadillos, sino contra los propios cubanos. Es un largo plan para darle al ciudadano que piense, hable o sueñe distinto, un contundente plan de machete. Una carga contra esos cubanos que otros cubanos en el poder califican ahora de indignos, o de “no cubanos”, en la definición de ese mambí televisivo llamado Randy Alonso.
Cuba bulle a partir del desafío del Movimiento San Isidro, que demostró que protestar pacíficamente irrita al régimen. Que luchar castigando a tu propio cuerpo los asusta, porque ellos no saben qué hacer con sus cuerpos y con el resto de los cuerpos, sino pegarles, encarcelarlos, vigilarlos y perseguirlos.
Por eso los sociópatas del Partido Comunista de Cuba, en oscuro contubernio con los sicópatas del Ministerio del Interior han viajado velozmente a 1980, para rescatar una de las prácticas más vergonzosas y vergonzantes que impuso el sociópata, sicópata y demente descontrolado Fidel Castro, que no soportaba que le llevasen la contraria: los mítines de repudio, la exaltación de la bajeza, la oportunidad de revancha del lumpen proletario.
Hoy son los que participaron en aquellas abyecciones de hace ya 40 años, quienes ponen a sus hijos en primera fila, a gritar y a ofender, a denigrar a otros seres humanos semejantes a ellos, porque alguien piensa que no lo son, y que esa diferencia merece el más violento de los rechazos y la más vulgar de las respuestas.
Y en las alturas, los mismos que orquestaron las insanas ideas de Fidel Castro, que interpretaron su desprecio demente por el pueblo al que decía querer llevar a la felicidad, ríen complacidos de que el síndrome de Estocolmo les ponga a tiro rostros nuevos para descomponerse en muecas de odio, abusando de la infancia, inyectando el cerebro de criaturas indefensas, que respaldan sus padres y maestros como única vía para demostrar sumisión a los jefes y saciar rabia por sus fracasos personales, y por la envidia a los mismos miembros del pueblo al que dicen pertenecer.
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No hay imágenes más ofensivas que esas fotos que mostró al mundo el libelo llamado Granma, órgano oficial de una tribu de vagos rabiosos, donde aparecen niños cubanos con el nombre de Fidel escrito en sus caras y cuerpos. Es como la marca de fuego en el anca de los potros, que señala quién es el dueño de la finca.
El mundo condenó en su momento, y sigue haciéndolo, la explotación infantil y esa otra corriente infame que ha mostrado la guerra, fundamentalmente en África: los niños soldados. Inocentes a quienes unos criminales arrebataron a sus familias y robaron la infancia para que el veneno del rencor les viciara la sangre para siempre. Esto es harina del mismo costal.
Ver a esos niños sacados de sus escuelas para participar en un acto de inhumanidad y abyección como los mítines de repudio, remedo de los que los nazis hicieron a los judíos, es una infamia más en el ropaje ya nada engañoso de eso que se empeñan en llamar revolución y socialismo.
Por suerte se han alzado algunas voces para denunciar que “El uso de menores por el régimen representa una violación de los derechos del niño”. Porque la utilización de menores de edad con el propósito de extender la campaña mediática de difamación contra el Movimiento San Isidro y los que pidieron a las autoridades un diálogo franco muestra el desespero de la dictadura. Algunos padres lo han dicho alto y claro: “Manipular a niños de esa manera es el verdadero crimen. Las escuelas son centros para la enseñanza y la educación, no unidades de reclutamiento”.
Como expresó también una madre dolida y preocupada: “eso representa una traición a la confianza de la familia: enviamos a nuestros hijos a aprender, no a ser adoctrinados ni aterrorizados”.
Martí llora en cada rincón de la isla viendo a estos nuevos abusadores, que pisotean la pureza de un niño para convertirlo en cómplice de algo que no entiende. Ya lo escribió, por si lo han olvidado: “Triste patria sería la que tuviese el odio por sostén”.