La cucarachita Martina estaba en la entrada de su casa barriendo la acera cuando se encontró un billete americano.
Antes de proseguir debo aclarar varias cosas: barría porque una prima que vivía en Hialeah le había llevado una escoba en su último viaje, tenía puesta la mascarilla o nasobuco, como dicen las ordenanzas, y porque su barrio era tan insalubre y estaba tan cochino que no se veía extraño una cucaracha en la calle, aunque estuviera moviendo una escoba.
Pues, barriendo y barriendo, la cucarachita Martina vio algo verde en el piso, dobladito, tierno, e imaginándose lo que era sintió que el corazón se le aceleraba. “Uy -pensó para sus adentros- si es un billete de cien voy a cumplir el sueño de mi vida-. El sueño de su vida era comer espárragos, y su vecino el escarabajo ya le había dicho que los había visto en una de las nuevas tiendas de alta gama, a 68 dólares el pomo. -Uy- volvió a decirse ella misma para sus adentros e incluso para sus afueras, -un pomo de espárragos a ese precio me tendrá que durar toda la vida-.
Y diciendo esto, la cucarachita se agachó y recogió el billete verde, no sin ates mirar en todas direcciones para ver si no había espías. Lo hizo con una alegría y una agilidad tremendas, desmintiendo la falsa creencia de que las cucarachas no tienen cintura y que no pueden caminar porque algo les falta. Martina cerró los grandes ojos, movió las antenas y se decidió a mirar y abrir el billete. Eran 10 dólares casi nuevos, con un color verde tan tierno que parecía que acabara de hacer la fotosíntesis. Se le veían hasta las raíces que iba a echar en la isla.
Pero la cucarachita Martina conocía muy bien la Cuba actual, que era igualita a la Cuba de antes, es decir, la de ayer y la del año pasado, y sabía que en esa isla que un día fuera la llave del Golfo, nada tenía fijador. Si ahora ella tenía, casi caído del cielo, entre las paticas peludas, un billete de 10 dólares que podían salvarle el presente, mañana tal vez no tuvieran ningún valor, o estuvieran prohibidos, como le pasó al cucarachón de la esquina, que estuvo preso cinco años por tenencia ilegal de divisas. Cinco dólares que le costaron cinco años de vida. A dólar por año, fíjate qué barata era la vida en Cuba.
Por eso se desvió del cuento real, donde preguntaba qué se podía comprar con el dinero hallado. Estaba consciente de que posiblemente podía comprar alguna que otra cosa, pero que eran faltantes, y las que no eran faltantes costaban mucho más que 10 dólares, y las que realmente necesitaba eran inaccesibles, a menos que se metiera en una molotera para agarrar, por ejemplo, un pedazo de pollo. Pero una cucaracha evita los molotes y las aglomeraciones porque nadie sabe de dónde va a venir el chancletazo o el pisotón.
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Y como era una cucaracha honrada, porque se puede ser cucaracha sin ser chivata ni del Ministerio del Interior, lo primero que hizo fue intentar descubrir a quién pertenecía el dinero, pues podía habérsele caído a alguien más necesitado que ella, que eran todos los de esa cuadra. Pensó en la avispa Maricusa, que era jinetera, pero de los lugares donde la avispa se guardaba la plata no se cae un billete así, tan fácil. Pensó en Manolo, el gusano, que era opositor pacífico y lo acusaban siempre de ser agente de la CIA. Pero lo desechó también, porque si Manolo fuera agente de verdad, lo que pagaban en la CIA era una bazofia que no valía la pena.
Los demás quedaron desechados porque, al igual que ella, ni manejaban negocios turbios, ni eran mercenarios pagados por el imperio, ni tenían familiares allende los mares, o sea en Miami, así que el billete estaba libre y ella podía hacer con él lo que se le ocurriera, siempre dentro de la ley, a pesar de que durante toda su miserable vida ser honrada y honesta no le habían servido para nada. Por eso, en lugar de ser vanidosa y comprarse polvos y maquillaje, comenzó a preguntar a sus vecinos para qué podían servirle los dólares encontrados y cuál era la mejor manera de utilizarlos.
Le preguntó a Brígida, la lagartija, que le aconsejó cambiarlos por pesos cubanos, y le contó que, con ese dinero, en aquel período especial de 1993, se podían comprar cantidad de cosas, por lo menos 10 o 15 botellas de “Chispetrén” o “Azuquín” o “Bajatelblúmer”, porque su papá, Emilio el lagarto, le dijo una vez que el socialismo y los ciclones se pasaban borrachos o durmiendo.
Tito el cocuyo la urgió a que aprovechara y metiera mano en una tienda de las nuevas. Que lo hiciera ahora mismo, porque mañana ya no habría las cosas que había hoy, o les subirían el precio. Y Perucho, el grillo malojero, que tenía un tiro de cerveza en su habitación de la cuartería, le dijo que cambiara los 10 dólares en chavitos. Le leyó una noticia que decía: “En efecto, tras la apertura de las nuevas 72 tiendas en MLC para la venta de productos de primera necesidad, como alimentación y aseo, además de ferretería, el pasado lunes 20 de julio en el mercado negro pedían entre 1.20 CUC y 1.95 CUC por cada dólar”.
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Ninguno le expresó, como en el otro cuento: “cucarachita Martina, qué linda estás”, para que ella respondiera, entre ruborizada y coqueta: “Como no soy bonita te lo agradezco más”, y el piropeador aprovechara entonces para proponerle matrimonio, a lo que ella preguntaría al solicitante “qué hacía en las noches”. Y tampoco se casó la cucaracha con el ratoncito Pérez, que cayó en la olla por la golosina de una cebolla, porque la cebolla estaba perdida de los mercados a pesar de que la policía había decomisado toneladas de ellas a unos campesinos.
Así que, cuando más atribulada estaba la cucarachita Martina, rodeada por sus vecinos -todos con nasobuco y guardando distancia social, lo que resultaba extremadamente raro en aquel barrio-, llegó un agente de la policía y le decomisó el billete de 10 dólares, y la acusó de propaganda enemiga, de resistencia al arresto y de propagación de epidemias.
Le advirtió que no saliera de su casa, que luego llegaría el “agente Alejandro”, el seguroso que se divertía intimidando a las mujeres, y él se fue directo a una de las nuevas tiendas de altísima gama y se gastó hasta el último centavo de los 10 dólares decomisados a la cucaracha, y sintió un orgullo inmenso de haber servido nuevamente a la patria y a la revolución.
Y ya en la acera, mirando el cielo azul como mi cielo, cerró los ojos, respiró hondo y dijo, con una sonrisa victoriosa: “Cuba, qué linda es Cuba”.