Un periodista oficialista que a la vez es abogado, lo que es una falla de origen en su oficio —pues en un análisis tan delicado sobre la situación actual de Cuba no se pude ser juez y parte —condenó a los nuevos oficios desatados por la crisis: los coleros y los revendedores.
Con palabras emotivas, respaldado por la jurisprudencia y una actuación digna de las mejores escuelas de arte, demostró ante el gran público del noticiero nacional de televisión, la falacia, la felonía, de estos seres condenables que se lucran con la necesidad de la gente.
Desnudos quedamos ante tan abominable montaña de pruebas, resguardadas por el soporte audiovisual de una anciana que se queja de los coleros y los acaparadores, de los que venden caro por Internet, hombres y mujeres del pueblo que ante las cámaras piden extinguir esa lacra.
En cambio un paneo por el barrio da una visión distinta de la situación actual de Cuba.
“En la televisión todo está bien. Los planes se sobrecumplen. Los camiones llegan llenos a los almacenes y se descargan. Los dirigentes de las provincia hablan de reorganización económica y nuevas estrategias pero la realidad es que en la calle no hay nada”, dice Fongo.
Fongo ha terminado de ver el noticiero de la televisión y el programa Haciendo Cuba y está indignado. No solo con el periodista abogado, de cuyo nombre dice no quiere ni acordarse, también del descaro derivado de lo que se llamó: la revolución cubana.
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“Tengo dos ejemplos concretos que avalan lo que pienso: El primero, que la mascada grande de la economía en La Habana se está tramitando por la vía del nuevo gobernador de la ciudad y viabilizado a través de los círculos sociales y eso me consta: todos los comercios tributan hoy a la gerencia de los círculos”, dice Fongo.
Y continúa: “Es un dato secreto y no quiero abundar mucho para no involucrar a mi novia, que es secretaria y me informa. El gobernador divide el bloque de dinero de la ciudad en diferentes partes y lo distribuye según su criterio, a las diferentes instancias de la provincia. Así es cómo se trabaja eso, a través de los círculos sociales”.
“El otro ejemplo, que me jode aún más”, expone Fongo, “es lo que le pasó a mi primo Matico, que manejaba un jeep de Seguridad Personal que recogía el almuerzo, la merienda y la comida a las postas y mi primo estaba parqueado esperando el almuerzo cuando vino un auto voltajeado con los cristales nevados y le pitó seguido para que se apartara. Pero mi primo como estaba en funciones de trabajo los desoyó”.
Fongo continúa con la historia de su primo: “Dice que se bajó un blanco como de seis pies de alto, rosado como una manzana, y le dijo que se apartara inmediatamente, porque que iba para el barco y andaba apurado, pero Matico le contestó que estaba por recoger el almuerzo y el blanco le gritó fuera de sí: ¿Tú sabes quién Yo soy? Yo soy hijo de Fidel. Y mi primo le contestó: Y yo soy Matico”.
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“El hombre fue a una oficina y regresó con un oficial, que ya traía en la mano la baja del servicio militar de mi primo, un tipo bueno, padre de familia. ¿Tú crees que después de esos hechos concretos que conozco y cómo se mueve este país le voy a creer a un abogado, que quiere pasar por periodista?”, narra Fongo.
Dalia Fresneda, jubilada y enferma de tiroides, es más incisiva que el Fongo sobre la situación social. Para ella esto se pasa de circo.
“Los revendedores son una bendición y ojalá que se mantengan, porque una cola de esas no puedo metérmela yo, ni ninguna de las mujeres que son a mi edad la mayoría. Mi artritis y las tiroides no me lo permiten”, explica Dalia.
Y sentencia: “Además tengo que mantener mi negocio de venta de turrones de maní y teticos de menta, no me puedo mover y si los productos estuvieran en todas las tiendas y tuviéramos el poder adquisitivo para comprarlos, no existirían revendedores ni coleros. Son oficios hijos de la crisis, que han creado ellos mismos, con su economía fallida, pero que no la sufren como nosotros. Por eso no la conocen”.