El otro Mariel

El Mariel fue el inicio de la vergüenza para mi generación. El detonante que nos obligó a abrir los ojos y a comenzar a sentir rubor por todo lo que pasaba a nuestro alrededor
 

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Decía Carlos Gardel que 20 años no eran nada, pero no vivió lo suficiente para decir lo mismo de 40. Porque 40 años son para tener en cuenta, lo mismo en la edad humana que para recordar un suceso.

Y de ese suceso se cumplen ya 40 años.

El Mariel fue el inicio de la vergüenza para mi generación. El detonante que nos obligó a abrir los ojos y a comenzar a sentir rubor por todo lo que pasaba a nuestro alrededor, y a preguntarnos por qué habíamos llegado a ser ese ente aborrecible que envidiaba y odiaba al diferente.

Hoy cada cubano recordará esta fecha de distinta manera. 

Hasta en eso nos dividieron y nos diferenciaron. Unos recordarán lo que en la prensa de la isla siguen nombrando como “los sucesos del Mariel”, con el alivio que da haber salido definitivamente de una pesadilla, de aquellos días de violencia y humillación en los que “el pueblo combatiente” hizo gala de su desprecio por los “traidores”.

Otros habrán olvidado. Y los habrá que recuerden aquellos días convulsos con el dolor de ver marchar a un hijo o un hermano. 

Yo los recuerdo con otro tipo de dolor: el haber presenciado la bajeza humana sin haber movido un dedo para detenerla o repudiarla. Días de asedio y asalto a los que no pensaban como el resto, que decidieron con valentía abandonar el suelo que les pertenecía, la casa que les viera nacer y las calles por las que desgajaron su niñez.

Estos días para mí, 40 años después, siguen ardiendo en mi pecho como una brasa ardiente por donde sube la rabia de ver cómo un hombre egocéntrico, un líder que se creía Dios, azuzó al pueblo unos contra otros. El que incitó a la violencia de hermano contra hermano, amigo contra amigo, vecino contra vecino. ¿Cómo logró esparcir el veneno del odio en toda la isla? 

Ese mismo hombre, que no amó a nadie más que a sí mismo, trepado en la tribuna que creyó le hacía superior, fue capaz de lanzar su desprecio, su aborrecimiento por los que habían decidido no seguirlo más, no creerle más, no obedecer sus infinitas locuras ni un minuto más.

Quedan ahí, en la historia de un país que agoniza, y que ahora, 40 años después, no ha sabido reconciliarse, aquellas vergonzosas palabras que despedían a los que partían: “No los queremos. No los necesitamos”.

40 años después aquel tremendismo cae en el ya repleto saco de mentiras que soltó, durante toda su vida, Fidel Castro, el hombre que hundió a un país próspero y destripó a la familia cubana con el mismo celo con el que Jack el Destripador cortaba a sus víctimas. A partir de ese día nefasto los cubanos fuimos “los de allá y los de acá”.

Resulta que la isla ha sobrevivido desde entonces gracias a “los de acá”, aquellos que no querían y no necesitaban.

Algún día, cuando aprendamos a escuchar al prójimo aunque no estemos de acuerdo con él; cuando la envidia y el rencor desaparezcan, o no puedan ser utilizados para humillarnos y dividirnos, deberemos hablar de estos sucesos. Ver qué pasó, por qué pasó, cómo dejamos que pasara.

Y será entonces ese otro Mariel, el Mariel que nos hizo indignos y rotos.

 

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