Cubano con VIH: “me cuesta mucho trabajo incorporarme a la sociedad”

​​​​​​​Carlos Michel Hernández tenía apenas 16 años cuando se contagió con el virus del VIH en circunstancias que no están del todo claras.
 

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Antonio Puerto y Humberto Reyes murieron de VIH-SIDA hace más de una década. Carlos Michel Hernández aún puede contar su historia y, aunque hace 16 años que contrajo la enfermedad, ha sobrevivido a otras epidemias, tiene que rezar para que no le falten los antirretrovirales en la farmacia y forma parte de las cifras oficiales.

Según el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) unas 25.494 personas vivían con el virus al cierre de 2018, y solo ese año se detectaron 2200 nuevos casos. De los diagnosticados 20.556 son hombres y el resto, 5.048, son mujeres.

Antonio fue el primero que murió y era un convicto recurrente en Valle Grande, una de las prisiones más grandes del occidente del país. No se sabe cómo contrajo la enfermedad, pero como parte del trato que reciben los reos cubanos, le fue administrado de forma indiscriminada el ácido acetilsalicílico, o sea, aspirina, que reduce las posibilidades de sufrir ataques al corazón pero que disminuye también la coagulación de la sangre y puede dañar el tracto rectal y causar sangrados, por lo que fue llevado al hospital en estado de coma.

La vida de Humberto tuvo otros matices pero el mismo final que Antonio. En la familia se enteraron que había dado positivo el mismo día que decidió decir que era gay y ya no hubo mucho más que apoyarlo aunque tomara decisiones que iban en contra de su calidad de vida, como optar por tratamientos alternativos que no incluían los retrovirales. Su muerte se produjo en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) tras no sobreponerse a una severa infección, pero en los últimos momentos de sus 30 años estuvo preocupado porque el techo de su casa no le fuera a caer sobre la cabeza.

Tanto Antonio como Humberto formaron parte de 9.260 casos de personas positivas al VIH hasta el 31 de diciembre de 2007, año que marcó “el comienzo de la epidemia cubana”, publicó la Revista Cubana de Higiene y Epidemiología, en el 2009.

Ambas víctimas son ejemplos de que el virus no espera por crisis económicas ni arbitrariedades personales o gubernamentales, mientras, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) en Cuba dice que hay una tendencia a la “estabilidad” pero las infecciones siguen siendo elevadas, de 2.000 cada año.

 

A la prevención de la enfermedad ahora se le suma la entrega de la píldora de profilaxis preexposición (PrEP) en personas sanas para así disminuir ese número tan elevado que las autoridades anuncian con optimismo, pero que sigue siendo alarmante en una población de 11 millones de habitantes en una situación de inestabilidad económica que no parece terminar nunca.

Los estudios publicados no hablan de las muertes ni de la calidad de vida de muchos de los pacientes. El MINSAP asegura que en el 2017 se registraron unos 23.283 casos, con una tasa de mortalidad de 17%, pero ¿qué número constituye este porciento? ¿en qué condiciones vivieron?, ¿en qué circunstancias murieron?

Puede que muchos hayan vivido en condiciones similares de pobreza a las que vive Carlos Carlos Michel Hernández, y aunque él que no resulta ser de los casos más dramáticos, la penuria como la epidemia siempre tiende a agravarse en países como Cuba que carecen de políticas públicas dirigidas a las minorías. El futuro que le espera a sus 32 años, con sus abuelos y la ausencia de una de las cuatro pastillas que le debieran suministrar y que está en falta hace dos meses, no pinta rosa sino negro con pespunte.

 

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