Tumba catao y pon quinqué
Ser sapingo en Cuba no es una categoría filosófica, está más cercano a la vocación. Es como un virus y en algunos lugares una condición para integrar el aparato gubernamental
Actualizado: October 7, 2022 1:49pm
Ser sapingo, en Cuba, no es una categoría filosófica, pudiera parecer un hobby, pero está más cercano a la definición de vocación. Es como un virus y en algunos lugares una condición primordial para integrar el aparato gubernamental. Y a pesar de ser una opción, muchos, muchísimos, marcan la casilla. Hasta encuentras una lista de espera.
Podría decirse que el sapingo no nace, se hace. Pero se conocen casos de sapingos que han nacido de ese modo y jamás sus troncos enderezaron, aunque aumentó su capacidad para ejercer como tales y con ello, su fama de sapingos con posgrados. Otros dicen, parodiando a Karl Marx y sus leyes atroces, que la materia ni se crea ni se destruye, salvo que sea la materia con la que se construye a un sapingo, que es, como decía un sapingolo con asma, “la arcilla fundamental de nuestra obra”, o sea, lo más moldeable y repelente.
Hay ejemplares de esa especie en todas las provincias y en cada época. Hasta Cristóbal Colón encontró varios en aquella playa, que en lugar de preguntar de qué tierra venían, si alguna vez los nativos podrían aspirar a obtener aquella ciudadanía o al menos qué iban a aportar los españoles al nuevo mundo, querían saber cuándo visitaría la isla Sarita Montiel.
Desde entonces, sapingo tras sapingo, aspirantes y consagrados, han puesto el listón más alto que antes realizando, casi sin esfuerzo, grandes hazañas. Grandísimas. Como el bojeo a Cuba que realizó en 1508 Sebastián Ocampo para ver si era una isla o un continente. Si hubiera afirmado que Cuba era tierra firme la gente podría hoy en día irse a pie para Nicaragua y atravesar la selva del Darién.
Para colmo, el bojeo o vuelta alrededor de Juana, que era como se llamaba entonces, duró ocho largos meses. Casi lo que se demora hoy en día en ir de Guantánamo a La Habana. Qué acción más torpe y qué derroche de recursos. Si querían saber si Cuba era una isla hubieran mirado un mapa o buscado en Google, que ahí aparece todo.
No voy a incluir en esa lista el haber fundado La Habana en tres sitios distintos, porque bastaba con detenerse un poco y haberlo hecho una sola vez cerca del puerto o del aeropuerto de Rancho Boyeros.
Pero hay burradas en la historia cubana del siglo XX cuya lista sería interminable, entre los cuales están la de aquel asaltante del cuartel de Bayamo, protegido por una cerca de púas, que acudió a esa histórica gesta sin un alicate para cortar los alambres, o la sapinguerancia de todo un pueblo que hizo héroe a un tipo que organizó el asalto de otro cuartel y jamás pasó por el sitio.
Pero aquel tipo, sapingo de condiciones excepcionales, que hipnotizaría a millones de sus semejantes hasta quitarles la voluntad y el hábito de pensar, libres las manos y con la patente de corso concedida por hazañas que se atribuía constantemente y envuelto en la leyenda de haber sobrevivido a cientos de intentos de asesinato, comenzó a labrar una intensa carrera que hizo de aquella pobre isla una especie de sucursal esencial en la historia universal del sapingo.
- Quiso desecar la más famosa ciénaga del país para cultivar no sé qué poniendo en peligro a carboneros y cocodrilos. Y a la niña Nemesia, que rompía las piedras con las piedras de sus callos.
- Estimuló la siembra de café caturra en macetas, balcones, gavetas, garajes e inodoros. Desaparecieron casi todos los inodoros, el café caturra y las otras razas. Y tras ellos también el papel higiénico.
- Se inmiscuyó en cuanta aventura militar aparecía, como si tuviera un ejército más grande que el de Napoleón o quisiera reducir velozmente la población de la isla.
- Aprovechó el paso de un ciclón bastante destructivo para racionar la cuota de azúcar por persona, y años más tarde mandó a casi todas esas personas a cortar caña para lograr hacer diez millones de toneladas de la misma, como si quisiera que la isla nadara en almíbar o se creara una nueva raza de diabéticos.
- Cruzó razas de vacas hasta que no quedó una sobre el horizonte. Si no lo aguantan habría sido el nuevo doctor Frankenstein, emparentando chivos con monos, ratas con cerdos, lechuzas con tractores o pollos por pescados.
- Construyó cosas enormes, como la textilera más grande del mundo y una revolución más grande que nosotros mismos, e impuso las pruebas de adhesión a su proceso más inútiles que se han visto, como caminar 62 kilómetros hacia ninguna parte, subir al pico Turquino sin otro objetivo que después bajarlo.
- Le molestaba tanto la sombra que daban los árboles y el canto de los pájaros que en ellos se posaban que arrasó los bosques de la isla.
Pudiera seguir enumerando, pero por suerte aquel sapingo guindó el piojo, cantó el manisero y se puso el pijama de madera. Dejó a su hermano, que tenía un grado menor en el oficio, pero padecía de lo mismo. Y este pasó el cetro a una pléyade de sapingos como nunca antes se habían visto sobre la tierra. Gente que quiere ordenar y desordena, que afirman que el limón es la base de todo y que un avestruz tiene más carne que una res.
Han dejado sin luz a una isla que antes decían que era “faro de América toda”, contradiciendo al apóstol José Martí, Héroe Nacional, que pedía a gritos y por escrito que no lo pusieran en lo oscuro. A los cubanos no les gustó esa penumbra forzada ni el olor a podrido que comenzaron a tener los pocos alimentos que habían conseguido y salieron a la calle a tocar metales. Los sapingos al mando no tuvieron otra idea que movilizar a sus sapingolos subalternos y los armaron con piedras, palos y maní pa´cogerlo vivo, sabiendo que no hay hilos ni anestesia en los hospitales para cerrar las heridas. Tampoco hay médicos, así que se ha formado una guerra bastante incivil.
Esos subalternos, sicópatas combativos, sacan de sus entrañas rabia y envidia bien mezcladas. Es como si las cucarachas se esforzaran por mantener la cochinada, la bazofia y los detritus a su alrededor, y quisieran frenar a palos a mariposas y cocuyos que dan luz y hermosura al paisaje.
Prefieren seguir siendo cucarachas, asquerosas y arrastradas en la sombra maloliente, que intentar volar o alumbrar.
Son una muestra del hombre nuevo que fabricó aquel loco. Sapingos totales.