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Las oscuras golondrinas se murieron

Yo le diera algún trabajo extra a Fernando Bécquer, algo como animar una tertulia en la oficina de Mariela Castro o acompañar en sus noches a la famosa teniente coronel Kenia

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Gustavo Bécquer y la justicia en Cuba
Armando Tejuca | Gustavo Bécquer y la justicia en Cuba

Actualizado: Fri, 10/28/2022 - 09:41

Y están podridas, por culpa de otro Bécquer, un despreciable ser humano a quien pudieran juzgar por trovador, aunque saldría absuelto por falta de pruebas.

No era un performance. No era un acto de reafirmación revolucionaria, a pesar de que el trovador blandía su arma en lugar de su guitarra. Y cuando blandía su blanda guitarra, no se sabía qué era peor. Tal vez quiso mostrar que era más cederista que ninguno y extremó la vigilancia hasta convertirse en un depravado, un exhibicionista y un mira huecos. Un vigilante nocturno que no huye con el rabo entre las piernas.

Pero es revolucionario, o dice serlo, que es común en la Cuba de la insinceridad y los oportunismos. Lo avala una foto junto al Delirante en Jefe, y eso abre puertas y tal vez algunas que otras rodillas. Miles de personas aparecen en fotos con esa persona y dejaron de ser revolucionarios. Claro que no se distinguen sus caras porque están entre las multitudes que perdieron su valioso tiempo parados frente a él, escuchando sus delirios, y ahora lo lamentan. O también lo lamentaron en su momento.

Eso de ser revolucionario, es decir, declararse adepto, adicto, incondicional, partidario o afecto (porque si existen los desafectos han de existir los afectos también) del proceso que acabó hasta con el queso proceso, no es nada del otro jueves. Gran parte de los cubanos desde 1959 tuvieron en la sangre la misma sustancia que utilizan los camaleones para que no se los lleve un cernícalo en la golilla. Algunos más, algunos menos. Hay quien lo sigue usando y baja los ojos cuando lo dice, y otros, lo gritan, y si no están recluidos en el hospital psiquiátrico de Mazorra es porque allí la comida es muy mala y no hay camas.

De modo y manera que ser eso que dije al principio, y que es como un adjetivo que se usa en Cuba como protección, no es un mérito en sí mismo, pero es lo que le ha permitido a este sujeto que nadie sujeta como se debiera burlar la justicia humana y salir casi impune a pesar del daño que ha hecho a más de 20 mujeres en tantos años de pillaje.

Esos jueces, fiscales y miembros erectos del Ministerio de Justicia cubano, que está adscrito al Ministerio del Interior, no han dictado contra esta alimaña pena alguna, los que dan pena son ellos, sino que han resuelto darle una sanción de cinco años de limitación de libertad por el delito de “abusos lascivos” contra decenas de mujeres. Ha usado eso de “ser revolucionario” como un preservativo y es por eso que deambula por las calles como antes, como siempre, y no yace entre los peludos y hercúleos brazos de algún criminal encerrado en una celda.

Este Bécquer, nada romántico o poeta, es solamente un triste experto en masacoteos. Un escarbador de reputaciones que se cree reputísimo, alentado por ese ego victorioso que flota en el aire de la isla y que el cubano aspira cuando aspira a ser y a estar. Se ha librado de la condena que merecía con la justificación más banal que aceptó un tribunal venal. Nunca han explicado qué tipo de revolucionario es o de qué oleada.

Sin ánimo de defenderlo, porque defensa no tiene, como las bicicletas, dependiendo en qué año comenzó a ejercer, se pudieran explicar algunas características de su depredación. Y cuando digo lo del año en que comenzó a ejercer no aludo a su horrible manera de satisfacerse sexualmente, sino en qué año de la revolución él comenzó a ser, a sentirse y a ejercer como revolucionario.

Hay algunos cubanos que crecieron con la pañoleta de pionero muy apretada en el cuello y la falta de oxígeno en el cerebro los ha llevado muy lejos y muy alto. Si además de la pañoleta fue a echarle flores a Camilo Cienfuegos a una palangana con agua o a un arroyito esmirriado, el asunto puede ser más grave. Se han detectado casos de calambres mentales cuya vibración entumece cualquier neurona.

Si, además, el color verde olivo ejerce una atracción fatal casi fetal sobre el individuo y cuando cierra los ojos imagina ver a aquellos viriles barbudos entrando a La Habana a vivir en las mansiones que iban quedando vacías en Miramar y el Nuevo Vedado, el problema sería más grave y lleva electroshock, un tratamiento imposible en estos tiempos en que la Felton y la Antonio Guiteras salen de la red eléctrica cada diez minutos. El individuo que se cree revolucionario porque siente que lleva un comandante en su interior, pudiera convertirse en un depredador a quien los otros admiran por la cantidad de muescas que hacen sus llamadas conquistas femeninas y ligues en la culata de su revólver.

No es una regla exacta, pues hubo comandantes y capitanes que sentían llevar a otro valeroso oficial en su interior, pero de otro modo. Eran gente de la retaguardia. No es el de este Bécquer que ha rimado, de otra manera, incluso queriendo introducir el maferefún en cuanto órgano femenino le caía cerca, y entonces se iba enervando, tensando como una cuerda, y, nada cuerdo, sentía el rumor de la invocación a los orishas y creía ser un babalao con pan. Y lo peor es que enseguida tenía la barra entre sus garras queriendo repartirla.

Algunas buenas personas piensan que, de todos los males, el que parezca que se ha librado, ha sido el menor, y que al menos se le ha juzgado. Esa ha sido una jugada obligatoria, una jugada de engaño para calmar a la galería sacándolo de la galera que le debe tocar. Se han limpiado el pecho con esa leve condenita porque el sujeto apoya a ese disparate que hoy lo protege. Y pensando que se burlaron de las mujeres heridas y lesionadas por las mordidas sexuales de este sujeto han calculado mal. El mundo ha visto que en Cuba un violador puede dormir en su casita y seguir ejerciendo como depravado estatal y, en cambio, alguien que pide libertad es golpeado y condenado a penas desproporcionadas.

Yo le diera algún trabajo extra a Fernando Bécquer, algo como animar una tertulia en la oficina de Mariela Castro o acompañar en sus noches a la tristemente famosa teniente coronel Kenia Morales, de la Seguridad del Estado, que tantas amenazas hace a los jóvenes artistas y periodistas independientes. Que le haga una limpieza bien sucia que termine deseando pasarse al catolicismo o que lo intente capar y no pueda escapar.

Y si todos esos trúhanes que lo han apoyado y aplaudido, los de abajo y los de arriba, fueran coherentes, que lo acompañen en prisión, aunque sea un año. Allí podrá cantarles a quienes le rodean hasta atormentarlos. En definitiva, la calle y la cárcel son para los revolucionarios. Prueben su entereza. A ver si es capaz de andar por el patio de la prisión con el mondongo en la mano.