Seis meses pueden ser mucho o poco, todo depende de tu prisma. En el calendario serán siempre lo mismo, la secuencia cansina de un día detrás del otro hasta completar un ciclo que, paradójicamente, no termina. Luego de seis meses vienen otros seis y así.
Mis últimos seis meses estuvieron desprovistos de sexo. No conté las horas, no me quejé, no anhelé caricias porque serían anhelos mudos. La distancia te arrebata el roce. Pero todas las penitencias se extinguen. La mía también.
¿Cómo saborear entonces lo que tu paladar ha olvidado? Darle “alegría a tu cuerpo Macarena” después de tanto ayuno es todo un proceso de asimilación. Ríanse, pero el cuerpo también se desentrena para estas cosas.
Las curvas van olvidando el estallido de los dedos sobre la carne. La boca siente que otra lengua es algo ajeno que no se imbrica, y entonces se opone hasta adaptarse. Todo choque de cuerpos es más que deseo, adaptación; un pacto de pertenencia que puede durar unos exiguos minutos o unas horas, depende de cuánta alegría le regalen a Macarena.
En tanto tiempo, porque para mí lo fue, cada porción fue conociendo mis dedos, el cosquilleo de sentirme solo mía, la humedad de mi propia saliva, el calambre de aprisionar las sábanas y las almohadas, el estallido sin nombre en menos de un minuto o a veces en espacios más largos. El desborde que a veces se contiene y otras, como desborde al fin, no encuentra presa que le domine.
Luego de seis meses, con juguetes y sexting incluidos, esperas que lo que aparezca te vuelque. Y puede hacerlo.
Solo que tendrás que reconocer un juego que se te ha ido desdibujando. No lo digo yo, pero por ahí los estudios explican que no es buena la abstinencia sexual. Los hombres por ejemplo pueden padecer disfunción eréctil. Pero todo lo demás es aplicable: el sistema inmune se debilita (no me enfermo casi nunca), la salud cardiovascular empeora, te estresas fácilmente y eso sí me sucedía e incluso fui perdiendo el deseo. También los expertos afirman que disminuye la libido.
Sí, la libido baja, pero activarla solo lleva par de besos y unas cuantas nalgadas.
La cosa llegó casual, sin imaginarla. Yo y alguien. Yo y los dedos de alguien, los besos, las mordidas y todo lo que implica saborear al otro o que te saboree. Oxitocina, dopamina y serotonina, musas divinas de la perversión. Desgraciadamente todo no quedó ahí.
El hambre me tornó egoísta. Poco empezó a importarme quién se deshacía debajo o encima de mí. Yo quería lo que me había negado durante meses y lo fui exigiendo. Si el otro no estaba totalmente feliz pues no me interesó ni pregunté. Por primera vez en mi vida fui todo lo egoísta que el sexo puede permitirte.
Pero volviendo a que desgraciadamente todo no queda ahí. Todo no es la lluvia de unos dedos mojados o dejar que un desconocido te zafe las costuras. Cuando te emancipas de los cuerpos masculinos y te sorprendes con orgasmos nada planificados ni enjaulados, llega el momento en que el otro te sobra un poco.
Comienzas a sentir que un intruso violenta tu espacio, que no es tu cuerpo sino tu soledad. Cuando pasen las horas y ese alguien todavía está absorto en lo que está tomando de ti tal vez te molestes. Y una voz allá adentro te diga: ¡Ay!, y ¿este cuándo va a irse?, ¿cuándo va a dejar de estrujarme? o te den ganas de preguntarle: ¿a ti te falta mucho ahí?
Pero no serás la amargada que rompe la magia porque aún disfrutas algo del encantamiento. Has pasado mucha hambre, no lo olvides. En plena historia la cadencia de tus jadeos, vaya la falta de aire, te insistirá en que hagas cardio. Una carrerita no te va a hacer daño, solo tu pereza va a gritar desconsolada.
Después de seis meses no quieres nada intenso solo sexo, y si algo más ronda la cabeza de alguien puedes, incluso, pelearte con tu cuerpo. Obligarlo a una hambruna más prolongada porque tú no quieres intensidad.
Solo quieres respirar y olvidar un poco los dolores que tienes, luego de una semana. Porque seis meses no se borran en una noche, más bien te persiguen.
Seis meses son un recordatorio de que si te remueven te va a doler hasta el alma. Pero tú gózalo, nunca te quedes famélica.